Perón, Bauman y el concepto de comunidad
Juan Domingo Perón, tres veces presidente, líder del movimiento político más persistente en la historia de Occidente y uno de los más brillantes estadistas del siglo XX transcurrió a la par del momento de esplendor del denominado “capitalismo sólido”.
La revolución social llevada a cabo durante sus primeros años de gobierno constituyeron la antesala de una modernidad sólida en Argentina, con pleno empleo, reaseguro de los derechos de trabajadores, mujeres, ancianos y niños por medio de un Estado “benefactor” (y lo ponemos entre comillas para evitar circunscribir el fenómeno peronista como una simple expresión de un tipo de estado generalizado por los sociólogos en el afán de encontrar meras coincidencias con otros tipos de gobiernos coetáneos al justicialista) y reafirmando los lazos de la comunidad.
¿A qué nos referimos con modernidad “solida”? La lucida definición pertenece al desaparecido sociólogo Zygmunt Bauman. Para él, la modernidad solida coincide con el tiempo de las grandes fábricas empleando a miles de trabajadores en enormes edificios de ladrillo, fortalezas que iban a durar tanto como las catedrales góticas. Se caracterizaba por la previsibilidad y la perdurabilidad, no sólo de la estabilidad económica sino también lo emocional. Las relaciones sociales eran aún humanas. Perón, en la clausura de aquel Congreso Nacional de Filosofía de 1940, advertía:
“Nuestra comunidad, a la que debemos aspirar, es aquella donde la libertad y la responsabilidad son causa y efecto, en que exista una alegría de ser, fundada en la persuasión de la dignidad propia. Una comunidad donde el individuo tenga realmente algo que ofrecer al bien general, algo que integrar y no sólo su presencia muda y temerosa.
“(…) Si hubo épocas de exclusiva acentuación ideal y otras de acentuación material, la nuestra debe realizar sus ambiciosos fines nobles por la armonía”
Perón siempre pensó a la Nación como resultado de la unión comunal de hombres y mujeres que trabajaban por el bien común, regidos por la justicia social. Una justicia social que apelaba a defensa de lo colectivo por encima de los individuos. Cuando advertía que primero estaba la Patria, después el movimiento y finalmente los hombres estaba resumiendo aquel sintagma incomprensible no sólo para el liberalismo y el comunismo sino también para estas nuevas generaciones de argentinos que observan aquellas conquistas como meras instantáneas al nivel de los paraguas del pueblo ante en cabildo de mayo de 1810: no saben si existió, si fue verdadero, y no se pre-ocupan en averiguarlo: lo que no está, para ellos no existe más.
Cuando arreciaba la traición y la mezquindad de la oposición, imponiendo aquella “restauración” “libertadora” luego de masacrar a un pueblo en un inédito bombardeo sobre la Plaza de mayo se llevaría a cabo la heroica “resistencia peronista”. Aquella gesta encabezada por el pueblo anónimo resistiendo los embates de la proscripción, la persecución, la censura e, inclusive, los asesinatos fue resultado de aquella semilla que el peronismo había sembrado años antes: la conciencia social iba de la mano de la conciencia nacional.
“Si hay algo que ilumine nuestros pensamientos, perseverar en nuestra alma la alegría de vivir y de actuar, es nuestra fe en los valores individuales como base de la redención y, al mismo tiempo, nuestra confianza de que no está lejano el día en que sea una persuasión vital el principio filosófico de que la plena realización del “yo”, el cumplimiento de sus fines más sustantivos, se halla en el bien general”
Cuando se llevó a cabo la huelga del Frigorífico Lisandro de la Torre reaccionando a la privatización que pretendía llevar a cabo Arturo Frondizi significó un dolor de cabeza para el gobierno y sus fuerzas represivas porque no solo intervenían activamente en la toma los 9000 obreros y obreras del Frigorífico sino que también contó con la solidaridad de todo el barrio de Mataderos. Esta resiliencia comunitaria era resultado del refuerzo de aquellos lazos que supo llevar a cabo el peronismo política, social y doctrinariamente. Era posible porque en aquel frigorífico trabajaban obreros que eran además vecinos del barrio, y aquel barrio vivía, se reproducía a la par del mismo. Difícil imaginarse tal hito en tiempos de inestabilidad laboral y habitacional.
Cuando Perón y su pueblo lograron vencer las adversidades y éste pudo regresar definitivamente al país en 1973 no solo coincidía con un cambio epocal político, sino que empezaba a advertirse un cambio de paradigma que afectaría a la humanidad. Si bien no podemos asumir que la crisis de los denominados Estados de bienestar (o Estados “sólidos”) se avecinaron por la llamada “crisis del petróleo”, aquel acontecimiento significaba un agravante sobre ese modo de concebir al Estado y la política económica. Perón estaba al tanto que una crisis sin parangón se asomaba y había que estar preparados. A través de sus mensajes en 1973 y 1974 no solo se sinceraba que no le restaba mucho tiempo para poder encabezar aquellas misivas trascendentales. De todas aquellas intervenciones, quizás Mensaje a los pueblos y gobiernos del mundo fuese el que sintetice aquellos vaticinios bien fundados por el General Peron cuyos resultados décadas más tarde fueron resumidos por Bauman como “modernidad líquida”.
“Creemos que ha llegado la hora en que todos los pueblos y gobiernos del mundo cobren conciencia de la marcha suicida que la humanidad ha emprendido a través de la contaminación del medio ambiente y la biosfera, la dilapidación de los recursos naturales, el crecimiento sin freno de la población y la sobrestimación de la tecnología”.
Perón había pregonado por la defensa de los bienes naturales y el incentivo de un desarrollo industrial soberano. Comprendía, como toda persona de su época que los bienes de consumo eran útiles si no eran desechables. Dentro de la modernidad “solida”, los artefactos eran como las relaciones sociales: para toda la vida.
“Las mal llamadas "sociedades de consumo" son, en realidad, sistemas sociales de despilfarro masivo, basados en el gasto. Se despilfarra mediante la producción de bienes innecesarios o superfluos, y entre éstos, a los que deberían ser de consumo duradero con toda intención se les asigna corta vida porque la renovación produce utilidades”.
Esa desviación utilitarista responde a aquella amenaza que advirtió Perón durante los años 50: colocar el esfuerzo humano al servicio del capital.
“Se debaten en medio de la ansiedad, el tedio y los vicios que produce el ocio mal empleado. Lo peor, es que, debido a la existencia de poderosos intereses creados o por la creencia generalizada de que los recursos naturales vitales para el hombre son inagotables, este estado de cosas tiende a agravarse(…) Mientras un fantasma –el hambre- recorre el mundo devorando 55 millones de vidas humanas cada 20 meses, afectando hasta a países que ayer fueron graneros del mundo y amenazando expandirse de modo fulmíneo en las próximas décadas, en los centros de más alta tecnología se anuncia, entre otras maravillas, que pronto la ropa se cortará con rayos láser y que las amas de casa harán su compras desde sus hogares por televisión y las pagarán mediante sistemas electrónicos. La separación dentro de la humanidad se está agudizando de modo tan visible que parece que estuviera constituida por más de una especie”
Aquellas predicciones de Perón que incluso llegan a dejar perplejos el bajo nivel de recepción que han tenido y tienen. Es que en ese mensaje se encuentra una hoja de ruta que fue desestimada no solo por los gobiernos reaccionarios y liberales sino hasta por los propios que se han hecho llamar también gobiernos “peronistas”. Quizás preocupados en la disputa ideológica entre derechas e izquierdas del movimiento se descuidó el eje primordial que es precisamente el legado de Perón.
Lo que el filósofo y sociólogo polaco Zygmunt Bauman acuñó como modernidad líquida predecía que la deriva del ritmo frenético de las ciudades y la cada vez mayor individualización determinaría un estado líquido, cambiante y poco predecible. Algo que no solo se aplicaría a la sociedad en general, sino que sería un modelo extrapolable a los vínculos afectivos que establecemos con los demás. La falta de permanencia a largo plazo y la dedicación día tras día dificulta que se solidifiquen aspectos como la confianza, la complicidad y el apego que sí se da en las relaciones sólidas. "Las relaciones líquidas son tan vertiginosas que todo va muy rápido dentro de ellas y no se da tiempo a que la relación pueda madurar"
Es interesante releer aquel diálogo de Perón con las diversas argupaciones y organizaciones juveniles en 1973 donde se destacan los que le exigían a Perón soluciones mágicas (Firmenich) y los que entendían el carácter de transición y trasvasamiento necesario para lograr la solidificación de un modelo de nación en un momento crucial no solo para nuestro país sino para el mundo. Allí, Gustavo Made, en representación de las Brigadas pone el énfasis en la importancia de reforzar los lazos comunitarios y repensar a la mujer dentro de un rol activo:
“Perdón, mi General. Usted, cuando comenzó la charla mencionó, pero no desarrolló mucho, el funcionamiento de los clubes juveniles por barrio.
(Perón) “… yo tuve la iniciativa de formar los clubes de barrio. Ahora, ¿cómo se hizo eso? Bueno, eso se hizo de una sola forma: con fondos que el Gobierno dio. Porque eso es parte de la obra social, ¿no? (…) Cuando se habla de la delincuencia juvenil, la culpa es siempre del Estado, no es de los muchachos. Es el Estado, que no ha tomado las medidas para impedir. Siempre algún delincuente suelto puede salir, pero no una escuela de delincuentes cómo esa que estamos presenciando nosotros. Es la incuria gubernamental lo que ha producido eso. Todos esos 90 clubes de barrio que nosotros hicimos, ¡Los han destruido a todos! (…) ¡Si en cada barrio debía haber dos o tres clubes! Que inicialmente el gobierno hace todo el gasto y después con una pequeña cuota de los del barrio, se mantiene el club”
“Yo recuerdo que en 1953 se me presentó un día el Director General de Prisiones y me dijo: señor Presidente, nos estamos quedando sin presos (risas), vamos a tener que hacer algo… es decir, ese es un índice, bien determinante de un estado social, diremos, más o menos convincente. Porque el índice de la delincuencia es lo que demuestra más fehacientemente la falta o el desastre social de una comunidad. En una comunidad sin valores sociales, la delincuencia es sumamente numerosa”.
“Yo siempre digo que así como no nace el hombre que escape a su destino, no debiera nacer el que no tenga una causa para servir en su vida… todo eso conforma lo que yo genéricamente llamo “organización”. Lo que nosotros hemos tratado de meter en el pueblo argentino desde hace ya treinta años es precisamente eso. Algunos no saben por qué los chiquitos, ya nos hacen así (haciendo la V) en la calle… y son las mamitas que se lo enseñaron. Lo agarró la mamá, entre el nacimiento y los seis años, que es cuando se meten las cosas en el subconsciente, y ¡quién se lo saca eso! ¡No se lo sacan más! Y probablemente el vuelco de la juventud argentina hacia nuestro Movimiento está muy afirmado en eso”.
Eso que advertía Perón medio siglo atrás hoy forma parte de lo usual, lo normal. El problema es de raíz y es producto de la falta de visión conjunta, de communitas. Volviendo a aquel mensaje a los pueblos y a los gobiernos del mundo, Juan Domingo Perón requería con suma necesidad y urgencia una revolución mental en los hombres.
“La modificación de las estructuras sociales y productivas en el mundo implica que el lucro y el despilfarro no pueden seguir siendo el motor básico de sociedad alguna, y que la justicia social debe erigirse en la base de todo sistema, no sólo para beneficio directo de los hombres sino para aumentar la producción de alimentos y bienes necesarios”.
Perón llevó a sus oídos la más maravillosa música que era la palabra del Pueblo argentino. Es hora que abran también los suyos nuevamente. No somos huérfanos, porque su legado vive. Es momento de arremangarnos y trabajar para dignificarnos.
* Profesor en Historia. Miembro académico del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas