Publican un libro sobre el Che Guevara llamado "Había una Vez un compañero..."
Con motivo de un nuevo aniversario de la desaparición física del che Guevara, ante el avance de los gobiernos que predican la filosofía del hombre como lobo del hombre, la Comisión de homenaje al che, integrada por distintas organizaciones y personalidades políticas, acaba de publicar el libro: “Revolución, rebeldía y esperanza”, compilado de reflexiones de distintos autores sobre la historia y perspectivas actuales que ofrece el legado de uno de los más importantes patriotas de nuestra américa: el che.
A modo de adelanto, compartimos con nuestros lectores de APU, el siguiente texto de Matías Cambiaggi.
Había una vez. ¿Será esa la condición de posibilidad que exige el presente para volver a avanzar? Así comenzaban los cuentos clásicos de niños para hacer referencia a sitios lejanos, tiempos remotos, o personajes formidables, pero, sobre todo, para establecer un pacto y contraseña que exigía dejar en suspenso los lastres del sentido común, las rutinas y los entretenimientos bobos que nos niegan la posibilidad del ingreso hacia los otros mundos posibles. Y Había una vez es también, en las condiciones que decreta nuestro presente, un reinicio, una insistencia, que da cuenta de un hiato anterior, de una conversación interrumpida, que exige, para reemprenderla una respiración profunda, aceptar la densidad del caos, desnudar la derrota que se viste de cinismo y sentarnos otra vez, en el piso, con las piernas cruzadas, dispuestos, dispuestas, a creer que las historias fantásticas son capaces de estimular otras nuevas historias, en las cuales los olvidados, los rechazados cuando se juntan pueden ganarles a los dueños de todo, aunque esto hoy pueda percibirse tan escandaloso como las alfombras voladoras de Aladino.
Había una vez, entonces, un hombre llamado Ernesto Guevara, el che, como hubo también muchas mujeres con otros nombres, y también otros tantos hombres que, como él, fueron capaces de sentir en lo más hondo, cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo y lo que es notable, no canalizaron sus sentimientos con un like, sino en gritos de guerra contra el imperialismo en los que se ponía en juego la propia vida: “En cualquier lugar que nos sorprenda la muerte, bienvenida sea, siempre que ese, nuestro grito de guerra, haya llegado hasta un oído receptivo, y otra mano se tienda para empuñar nuestras armas, y otros hombres se apresten a entonar los cantos luctuosos con tableteo de ametralladoras y nuevos gritos de guerra y de victoria”. Así lo estableció el che no por X, sino en su mensaje a la Tricontinental y cumplió al pie de la letra, con cada una de sus palabras.
Había una vez, si se prestó a confusión, no debía interpretarse como una versión del che edulcorada, pero estas breves líneas no se tratan de su historia, ni de una efemérides, sino de nuestro marco de interpretación, de nuestras herramientas o nuestra falta de ellas para interpretar “la realidad”. En otros términos, de todo lo que dicen sobre nosotros y nuestro presente, las ausencias con las que decidimos darle y darnos forma y por eso debemos comenzar muy desde el principio, porque tantas cosas que hoy precisamos, fueron quedando en el camino.
Había una vez, entonces, puede ser también, el comienzo de una breve genealogía al paso, para trazar apenas grandes líneas de interpretación entre épocas que hablan de nuestra percepciones sobre el che y los desafíos colectivos. En este recorrido hacia atrás, el che fue primero, durante los años de la promesa abierta del socialismo, el imán generacional y la imagen del futuro y la fraternidad universal, pero con la identidad indeleble de nuestramerica que con su muerte se multiplicó en cientos de miles que quisieron seguir su ejemplo, como él mismo había propuesto en su mensaje a la tricontinental. Siguieron distintos genocidios que buscaron apagar el fuego y siguió también la derrota de la experiencia del socialismo realmente existente, pero la imagen del che continuó atravesando el mundo con un mensaje claro a pesar de todos los intentos por mercantilizar y vaciar su figura y Argentina no sólo no fue la excepción, sino que constituyó un caso particular de reapropiación creativa, porque la imagen del che volvió a ser masiva entre los jóvenes de una nueva generación que lo comprendió como última trinchera ante la avanzada neoliberal, pero conservando núcleos de sentido imborrables de su gesta original: la expresión de una rebeldía insobornable, la coherencia a toda prueba en tiempos de incoherentes, su sentido colectivo en tiempos de individualismo 24x24, su compromiso en definitiva, como proyecto de vida para pensar otros futuros posibles hechos a mano y ya sin cartografías preestablecidas.
El rock nacional fue testigo y también impulsor de su presencia crítica. “Vos te pones la remera del che pero ni siquiera sabés quien es” cantaban las Actitud María Marta, o en formato parodia, los Piojos y su “general argentino que murió en Vietnam”. En formato más reivindicativo, cantaba la Bersuit “el muerto que no para de nacer”, o el “Gallo rojo” Fabulosos, pero fueron tantos más y como fermento de algo que crecía desde abajo.
Sin revolución a la vista, y contra todo pronóstico, el che, tuvo su lugar en banderas y remeras en los recitales de rock y sobre todo en cada movilización popular durante la llamada década del ajuste que fue también para ser justos, también la década de la épica resistencia a la intemperie que supo coronarse en un diciembre muy caliente y que, sin embargo, años después, bajo un formato estatal de signo inclusivo, -a pesar de posibles asteriscos o notas al pie-, este nuevo gobierno, paradójicamente, decidió hacerlo a un lado, como también lo hizo con la fecha clave, el 20 de diciembre de 2001, que le había otorgado su condición de posibilidad, lo que derivó en un paulatino pero constante proceso de endurecimiento en el bronce de su figura, pero cancelación como experiencia viva y atendible.
Los gobiernos que siguieron, enemigos declarados de todo lo que significa la figura del che, tuvieron la inteligencia de ni siquiera nombrarlo, pero tampoco nadie más lo hizo.
Los años actuales, en los cuales nadie canta canciones sobre el che, ni se pone su remera, quizás por temor a convertirse en meme, son los años que sólo pudo explicar Peter Capusoto aunque de forma críptica, con un humor que sólo volviendo a ver sus viejos capítulos, con el paso de los años, pudo completar su sentido, ante la evidencia del despojo. ¿De qué nos reímos cuando nos reímos Frankensteins de Capusoto y Saborido? ¿De qué, por ejemplo, de Bombita Rodriguez?
A la distancia, y ante las presencias que decidimos como sociedad ausentar y sus costos, debimos antes darnos cuenta, la parodia no trataba sobre la militancia política setentista, sino sobre las percepciones de nuestra sociedad actual sobre sí misma y sobre su historia. En otros términos, sobre el desconocimiento de su historia, o de forma más ajustada, sobre su falta de herramientas para entenderla.
Con voz grave Mollo nos devuelve la pelota: ¿Qué ves cuando me ves?
“Murió el mejor de los nuestros” supo escribir el general Perón sobre la muerte del che, sin embargo, el peronismo para un amplio espectro social, fue asimilado apenas como consumo cultural palermitano o simplificación choripanística, frente a una dirigencia con pocas excepciones, de barrio cerrado, que conquistó a pulso su lugar de casta.
Con la enorme ausencia del che frente a nuestros ojos, y la consigna del hombre lobo del hombre convertida en sistema, la parodia de Capusotto completa su círculo con la parábola de un boomerang que atraviesa la pantalla para estrellarse en la nuca del espectador y su mueca de risa, porque como afirmó Isidoro Blaistein, la risa es el último escalón antes de la desesperación.
La figura del che, como la de Evita y tantos otros, frente al agotamiento de un modo “profesional” de ejercer “la política” nos convocan a retomar un diálogo interrumpido cuando comenzamos a pensar la política desde la administración de los posibles.
La estrategia sin tiempo, la historia sin fin, hoy parece exigir nada menos que un salto de fe para recordar aquella contraseña de tres palabras que aún durante las noches más oscuras, abría la posibilidad de otros mundos posibles: Ernesto Che Guevara.