Lali es una punk rocker

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Lali es una punk rocker

26 Noviembre 2024

No voy a vivir con miedo a nacer, si voy a morir que sea más tarde. No voy a parar por miedo a correr, sé que quisieran poder controlarme. Hice todo lo que quería hacer, soy todo lo que quiero ser de grande. Y aunque nada sea como era ayer, no voy a cambiar por mucho que ladren”, dice Lali en las primeras estrofas de su sencillo llamado “No me importa”.

Regreso al barrio

Como ha dicho en su momento Néstor García Canclini "hay muchas más oportunidades en nuestro futuro que optar entre McDonald's y Macondo" y en el caso de los artistas populares podemos rasgar dentro de sus construcciones globalizantes sesgos de raigambre nacional. Seguramente a más de un nacionalista se le pongan los pelos de punta pero (en todo caso) nos debemos una profunda reflexión sobre lo nacional en los actuales tiempos posmodernos. Dentro de estos fenómenos que no dejan de ser singulares dentro de la chatitud artística (diagnostico al cual llegó incluso un músico del calibre como Fito Páez), Lali Espósito se expresa como un fenómeno que (a esta altura de su carrera) puede considerarse del mismo calibre que aquellas figuras analizadas por el historiador norteamericano. El reconocimiento de la figura de Lali resulta desde amplios sectores de la sociedad mientras se convierte en un emblema de las minorías sexuales nucleadas por el movimiento LGTB, aunque su carisma y trayectoria la mantiene como figura preferencial para los adolescentes y hasta infantes, y alcanza el reconocimiento de los sectores medios. Su discurso y presencia la establece como una figura con características globales sin descuidar su sentido de pertenencia. A diferencia de otras exitosas pop stars y cantantes del genero urbano local, Lali no deja pasar oportunidad para reforzar su sentido de pertenencia nacional.

Formada, como Sandro, en los suburbios del conurbano (en Banfield, donde el Gitano construyó su mítica mansión), Mariana “Lali” Espósito se creó a sí misma a partir de la música con la que se nutría en su casa: rock nacional y pop internacional la moldearon en una artista polisémica, sin problemas de reinterpretar clásicos de Sandro o Palito Ortega, como cantar en un dudoso inglés “Dont stop me now” de Queen o participar en homenajes a iconos del rock local como Virus (“Luna de miel”) o participando en un disco de trash junto a la mítica banda noventera A.N.I.M.A.L. (que incluso fueron invitados ocasionalmente para interpretar en versión bien heavy su canción pop “Tu asesina”). Su nacimiento en octubre de 1991 la marca como una joven que se crió en el auge del menemismo, lo peor del populismo. El lobo disfrazado de cordero que prometía la “revolución productiva” y el “salariazo” como continuador de la propuesta justicialista que devino en un feroz programa neoliberal. El menemismo significaría el descrédito hacia el peronismo y la apatía generalizada hacia la política como herramienta de transformación social. A diferencia de las expresiones de las bandas jóvenes que habían surgido en los ochenta y reaccionaban ante la farsa socialdemócrata como “Comando Suicida” o “Attaque 77”, en los noventa, se afianza y prolifera el rock “barrial” o “chabón”. El fenómeno que se dio en el contexto de privatizaciones y aumento de la desigualdad social se compara con el surgido en los inicios de los sesenta, cuando cientos de conjuntos juveniles en los diversos barrios y provincias del país formaban sus conjuntos de rock barrial como “Los de Fuego” de Valentín Alsina, “Los Tammys” de Mataderos, “Los Jets” de Flores, etc. A diferencia de los orígenes del rock and roll en EEUU, en nuestro país surgen al calor de la proscripción del peronismo, con gobiernos dictatorial o tutelados bajo una pseudodemocracia. En un contexto de resención social, donde la falta de representatividad política motivaba la falta de compromiso de los jóvenes que optaban por la diversión y la rebeldía que generaba el nuevo ritmo que reaccionaba hacia sus mayores y sus tradiciones locales como el tango y el folklore.

En los noventa, bajo un contexto de agudización de la transnacionalización debido al fin de la Guerra Fría, el triunfo del Consenso de Washington y la proliferación de las nuevas comunicaciones que “abrían las fronteras” tanto territoriales como culturales, constituye un nuevo fenómeno que debilitaba aún más el sentido nacional como era concebido a fines del siglo XIX y principios del XX cuando era asociado al Estado mismo. El agotamiento de los Estados de Bienestar y la conformación de un nuevo capitalismo, puso en crisis los discursos identitarios. Es así que en los noventa comienza a proliferar los “nacionalismos banales”. Michael Billig sugiere en su trabajo que el nacionalismo cotidiano se encuentra presente en los medios de comunicación, en numerosos símbolos omnipresentes y en ciertos hábitos rutinarios del lenguaje... Mientras que la teoría tradicional ha puesto el punto de mira en las expresiones más radicales del nacionalismo, Billig centra su atención en las formas diarias y menos visibles de esta ideología, que se encuentran profundamente arraigadas en la conciencia contemporánea, y que constituyen lo que define como "nacionalismo banal". Así, los jóvenes creaban su identidad a través de los fenómenos de las “tribus barriales” donde la nación termina siendo el barrio donde transcurren sus sueños y frustraciones. Donde el enemigo es el Estado que con su aparato cohercitivo no deja de molestarlos, además de coartarles cualquier oportunidad de crecimiento y progreso. Como rezaba Attaque 77 en su canción “Pagar o morir”

Los militares ya se fueron, dicen que hay libertad.

Pero vos y yo sabemos que todo sigue igual.

Pagar o morir, injusticia social.

Paros y protestas, represión policial.

La clase proletaria quiere mejores sueldos.

Los sindicatos dicen que tenemos que esperar.

Paros y protestas, represión policial”

Lo nacional (lo banal) se refleja en la cancha, en el recital y en la esquina. Es entre ellos, los que conservan los mismos códigos. La política es sinónimo de lo nocivo, lo corruptible y lo opresor.

Esta desintegración de lo social sumado a la proliferación del nuevo discurso centrado en las demandas de las minorías, representan el agotamiento y crisis del sentido de lo nacional en pos de una atomización de la comunidad. La democracia liberal constituida después de la feroz dictadura sentaba las bases de este nuevo acuerdo que pondera la idea contractualista (la sociedad) por encima de la justicia social (la concepción comunal o comunitaria). El desgaste de las relaciones sociales, la disrupción de la concepción del tiempo y del espacio, el fenómeno de la posmodernidad en definitiva motoriza estos nuevos fenómenos que agudiza la apatía y el desencanto en torno a la representatividad política. El momento de resurgimiento del sentir latinoamericano emancipatorio con Chávez, Kirchner, Morales, Lula y compañía a principios del nuevo siglo ya es un sueño lejano. En la actualidad, producto de la revolución de las redes, el fenómeno presentista sumado a la constantes y agudas crisis de liderazgos (con el caos social y económico que genera) favorece el ocaso de la nacionalidad tal como se la concebía y el crecimiento de nuevas construcciones de identidades. En el caso de Lali, logra destacarse su afianzamiento hacia un nuevo discurso sin perder su raigambre local.

Yo crecí en una casita alquilada de Parque Patricios y tengo el recuerdo vivo de mis viejos preocupados porque muchas veces no teníamos para comer; hacíamos malabares constantemente para pagar el alquiler y así al menos teníamos el techo asegurado. Y sé que la realidad en la yo vivía era re piola en frente de la que les toca a muchas personas. Sin embargo, por la infancia que tuve, nunca me olvidé de la empatía; esto no lo digo de manual, sino porque realmente nunca me voy a olvidar que alguna vez no tuve para comer, y hay gente que no mira a quienes tiene al lado, aunque puedan darles una mano”.

Su identidad no implica una explicita adhesión política partidaria. Como hemos aclarado más arriba, es parte de una generación que se crió en el contexto de la “pizza con champan”, de la falsa teoría del derrame, de los barrios desamparados donde los enemigos del pueblo era el estado corrupto y ausente, quien junto con la amenaza más visible la feroz policía federal que se encargaba de realizar sus razzias y levantar jóvenes que quizás nunca volverían a sus hogares. El rock “chabón” con el que se formó Lali relataba esas vivencias donde existe una idea de Patria. Una patria enferma y aturdida por la malevolencia de los gobiernos: “Más de un millón” o “¿Cuál es el precio?” de Attaque 77, “Pistolas” o “Los mocosos” de Los Piojos, “Vende patria clon” o “El rebelde” de La Renga sólo por mencionar algunas de las canciones más emblemáticas de los noventa formaron parte de la cortina musical no sólo de una joven Lali sino de la mayoría de los jóvenes sobrevivientes de la alicaída clase media quienes ya encontraban más empatía con los más postergados (muchos ex clase media devenidos en una nueva figura sociológica que inaugura el neoliberalismo: “los nuevos pobres”). La patria era el otro, pero no con la significancia de mero slogan para remeras que enuncia la ex presidenta Cristina Fernández. El otro era el amigo del barrio, la familia, la banda (luego tribus urbanas) que hacían base en la esquina porque ya no hay para bar. La patria era el equipo de futbol, la adoración a Maradona, que compartía el firmamento con viejos héroes del rock como Charly García o Spinetta. Cuando ella se consagraría definitivamente veinte años después, no olvidó el camino recorrido sino que lo refrendó, lo reivindicó.

Nunca fui lo que querían de mí
Y no me importa
Siempre están los que estuvieron ahí
El resto sobra
Y las cosas que me puedan decir
Ya no me importan
Hey, oh, acelero y voy
Cuando quieran saben dónde estoy

En esta última canción, Lali revisita un punk pop con aire fun muy fresco y ramonero con su “Hey! Oh! Acelero y voy (Let´s go!)” para reafirmar su sentido de pertenencia y una reivindicación a su entorno: la familia (parientes y amigos).

Lali decidió promocionar su segundo corte (el primero superó todas las expectativas siendo su trabajo más reproducido hasta el momento) circulando sorpresivamente por las calles céntricas como lo había hecho oportunamente Los Piojos cuando promocionaron uno de sus discos.

En un contexto donde el rock es revisitado por los nuevos artistas de la música urbana con un tono nostalgioso y sin más motivación que buscar la amplitud de oyentes como opción marketinera, Lali decidió una vez más navegar a contracorriente: si en el disco anterior recuperaba exitosamente el pop noventero popularizado por Britney Spears, en este nuevo proyecto su anclaje también se remite a su formación musical recuperando la esencia rockera sin abandonar la base pop. En ambos cortes despliega frescura y rebeldía. En un contexto de discurso neoconservador e individualista, Lali reinvidica la rebeldía genuina, la ética comunitaria y el valor de la verdadera libertad (que no es la económica-libertaria): la que desarrolla en conjunto, la social.