Usted está aquí: diciembre de 2000 y el “éxito” de otro “blindaje”
Es abrumadora la mayoría de las agendas pública, publicada y mixta (redes sociales, en especial) que se enfoca de reseñar el asombro por cada intervención del Presidente, con la negación sobre sus propios dichos y hechos, su generosidad en insultos y sus desafíos a la lógica y las instituciones.
Es cierto que ceder a eso como normalidad instalada tiene sabor a resignar el respeto por la propia inteligencia, pero ya no representa novedad en el personaje. El riesgo es coleccionar frases, que nunca suelen ser lo sustancial.
Bastante menos se discuten números de la economía tras un cuarto de mandato, cuyos propios registros le dan la espalda. Fuera del relato a viva voz, las planillas claman un empeoramiento en las estimaciones de actividad económica en casi todas las variables, en especial en las que mayor cantidad de empleo generan.
La construcción, la industria y el comercio retrocedieron en todos los meses libertarios que se compararon con los mismos periodos de Alberto Fernández. Sólo la minería, la enseñanza y el agro completaron un año de variaciones positivas: las dos primeras venían de largas series de crecimiento, iniciadas en 2021, y el sector agropecuario tuvo en 2023 una de las peores sequías recordadas. La intermediación financiera sólo comenzó a crecer a mediados de año, cuando observó que la bicicleta podía tener algún recorrido sin quebrar la horquilla.
Excepto por el blanqueo, con candado a favor, los grandes capitales no parecen apostar a ciegas por un Presidente que les habla enamorado. La lógica contracara son la desocupación y la subocupación, una presión a la baja a los salarios con destino a agravarse si el Gobierno avanza con la reforma previsional. El Fondo Monetario es renuente a convalidar una ruleta que tape la anterior, y si lo hace el costo económico y político será inmenso. Usted está aquí: diciembre de 2000, con Fernando de la Rúa entusiasmado por el “blindaje” que acabaría llevándoselo puesto.
De eso se habla bastante menos que de los exabruptos que forman parte del decorado. Ocurrió siempre. Las formas copan la visual por sobre el fondo, aunque es cierto que la radicalización del discurso oficial tensa los límites del consenso democrático, por lo que es lógico que reaccionen los anticuerpos. Pero el enfoque total en lo discursivo puede oficiar como trampa si no se combina con una auscultación de la realidad material.
Otros dos aspectos insuficientemente explorados tienen que ver con cómo se llegó a esto y cuáles puedan ser las vías para generar nuevos entusiasmos, que rescaten de lo increíble. Es posible que desde hace años la discusión política esté entrampada en una mala lectura de aquello de que no hay hechos, sino interpretaciones.
El privilegio del discurso por sobre el dato caracterizó al gobierno de Alberto Fernández, hasta que se lo llevó la lisa y llana intrascendencia. Tan cierto como que Javier Milei empeoró sus registros es que ya eran muy malos en su último año de un mandato en que la duda fue la única certeza. Aquel Gobierno claudicó ante el problema de la deuda, sin decidirse a resolverlo ni exponerlo con claridad. De ese modo, regresó triunfante el padre del yugo condicionante.
La política se cerró sobre sí misma, expulsando a los márgenes dominados por outsiders a las grandes mayorías que no veían un horizonte apetecible por los carriles por los que debería comerse, curarse y educarse. Los errores no son sólo atribuibles al peronismo y aledaños: la izquierda trotskista no logró incrementar su volumen en el descontento general que debería servirle de acequia. Por donde se mire, la autocrítica es poca. El recurso cómodo es culpar a quienes instalaron lo presente, lo que implica reconocerse derrotado y considerar al Pueblo un porcentual de imbéciles.
La posibilidad de proponer nuevos entusiasmos dependerá de la claridad conceptual que reúna el mapa político que emerja de esta disgregación de confusiones. Desde diciembre de 2015, cuando las trampas burguesas del republicanismo leguleyo pusieron fin al último gran liderazgo, el tablero político luce en permanente reacomodamiento.
Quedará por ver si esos movimientos conducen a algún sitio. Han pasado diez años. Muchos de quienes estaban entonces, incluyendo a referentes importantes de los tiempos de acumulación política popular, han muerto. Millones de jóvenes se han sumado a la vida cívica, lo que no equivale a decir que a la política, sin que los reciba un horizonte que invite a soñar proyectos de vida.
En el poder o en el llano, los espacios políticos del arco nacional y popular no han clarificado aún programas que escapen del posibilismo o de la fatalidad de volver sólo porque lo que hay es muy malo.
Salvo breves primaveras, el tiempo de acumulación anterior a 2003 fue de casi medio siglo. Cuando llegó la ocasión, frondosas discusiones habían sido dadas y otras se saldaron en el camino. No viene ocurriendo lo mismo ahora, en que la vorágine oficial y el vértigo comunicacional arrebatan cocciones que son lentas por definición. El interrogante eterno es si quedarse en la contemplación del problema, o resolverlo. Lo segundo requerirá la renuncia a las apetencias individuales o sectoriales.