Asumirnos
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¡Finalmente sabían! Sabían cómo estaban las cuentas, las arcas, las reservas, los balances, los presupuestos, los saldos, los ingresos y egresos públicos que decían ignorar, que afirmaban desconocer, que sostenían en el terreno de lo in: inaccesible, incognoscible, inexplicable. Después de semanas de repetir que no sabían qué iban a encontrar ni cómo estaba lo que estaba si es que estaba (no, no bajaron de un ovni ayer pero lo decían lo más frescxs, y ningunx de lxs adalides de la honestidad de la gloriosa prensa libre les repreguntaba), apenas asumieron, por lo que se vio enseguida, ya pudieron acceder a la información, a los datos, a las cifras concretas que antes se les negaban. Y, lo más importante, pudieron interpretarlos y comunicarlos.
¡Qué rápido supieron! ¡Qué velocidad para hacer un cuadro de situación y un diagnóstico certero y científico, analítico y verosímil! ¿Cómo pude tardar meses en escribir un estado de la cuestión para una tesis sobre apenas un par de libros y conceptos? ¿Qué curso de los que hicieron estos fenómenos del diagnóstico me perdí, que en diez minutos trazaron el estado de situación de un país entero con datos tan concretos?
Minutos después de la asunción y después del “hola a todos” en tono gore, en el “duro discurso del presidente” (el zócalo es de la Paper Prensa, y cada cuál entenderá lo que quiera en la palabra “duro”), desfilaron en el aire celeste y blanco y soleado del mediodía democrático números como patrulleros del discurso, como todo el aparato estatal que supuestamente se va a recortar y se desplegó en forma espectacular de operativos de seguridad, de convoy perimetrado, de autos de distintos modelos para cada tramo, de protocolos, de actores de primer y segundo y tercer orden, de recepciones y hasta de galas y representaciones en el Colón, con una función digna de un análisis aparte o de una tesis sobre la contemporaneidad de la política teatral como hibridez genérica representada en clave macro entre el sainete criollo, el teatro del absurdo y la tilinguería que La Diva que vuelve al país ahora que resulta habitable impuso en el prime time televisivo de esa década infame marcada por la falsa conciencia de clase y el 1 a 1 de esa patria de remate (en venta, loca) o rematada (moribunda, mal vendida). Se trató, en el discurso, de los números como posta (misión, punto de partida y llegada) y posta-posta (verdad), como dique (de contención, de límite de lo que se puede y, sobre todo, de lo que no se puede) y di-qué (de lo decible), como frontera o muro al discurso y como mandato, para que quede claro y asentado el mantra que se repitió una y otra vez: “no hay alternativa” (al ajuste, al shock, “a mí y a lo que yo digo”, etc.).
La repetición (“se los tengo que repetir”, en esa tónica en la que la pedagogía derrapa hacia la subestimación) de esa frase-callejón-sin-salida (un esto-es-así-no-queda-otra) resalta su carácter argumentativo más que fáctico, como si conminara a un convencerse de una inevitabilidad que, en verdad, no es tal (si no en cuanto al ajuste, sí en cuanto a sus formas). En todo caso, la sensación es la de estar frente a un cruzado que levanta su verdad como un estandarte detrás del que se enfilarán lxs entusiastas del sacrificio (la ceremonia tuvo, ciertamente, su costado sacrificial: “¡motosierra!, ¡motosierra!”). Un cruzado que pretende la supresión de toda disidencia o interpretación diversa: no hay otra salida, no hay otra verdad, no hay alternativa, no hay… ¿Otra forma?
Ahora bien, ¿la economía nacional de verdad funciona así, en términos de hay plata/ no hay plata? ¿No funciona más bien pensando de dónde sacar, cómo generar? ¿Ninguna idea? ¿La crisis educativa de las matemáticas hizo que olvidemos que además de ingresos y egresos (sumas y restas) existían las operaciones de multiplicación, división, las fracciones y ecuaciones lineales y cuadráticas y un largo etcétera que de pronto se han esfumado? Había una palabra, antes… ¿Redistribución? Más allá de la resistencia semántica que imponga la palabra “ajuste”, podría hacer falta, claro que sí, por muy diversos motivos económicos, fiscales, financieros, etc., pero, digamos: ¿no se podría ajustar un poquito a las riquezas concentradas en lugar de a los sectores populares trasladando todo aumento a precios, tarifas, servicios: costos de vida? “Hay que esperar, hay que esperar”, repiten algunxs, pero la esperanza no es más que una antesala, incluso una anteojera. Hipótesis al vuelo, siempre: la crisis no es únicamente económica, sino también y sobre todo imaginativa. Es decir: o falta imaginación política y económica, o (alternativa) sobra obsecuencia.
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Algo de los números, sin embargo, no cierra (a vuelo de pájaro que cruza el cielo del mediodía dominical); cualquiera que pueda hacer cuentas en el aire (sin el ánimo turbado por el vitoreo fanatizado de esa conjunción eufórica y fundacional de sierra mecánica, liberación, mazorquerismo y retorno del “¡sí, se puede!”), las saca enseguida.
A ver, pensamos en grupo mientras se nos atraganta lo sólido o lo líquido… Si la inflación “plantada” (?) es del 15-mil-por-ciento, a 365 días, dividiendo y sacando un promedio, da casi un 41% diario… ¿Qué me perdí? ¿Qué me voy a perder? ¿Eso pasó o va a pasar? ¿Es diagnóstico o programa de desgobierno? ¿A qué lapso temporal estamos haciendo referencia? La crisis es también del tiempo y eso se explicita en las cronologías-Javi, esas operaciones de montajes temporales alucinatorios que parecieran ser ya una marca de la casa (ahora rosada), consistentes en saltos de un pseudo hecho histórico a otro, y decimos pseudo porque el revisionismo ha estudiado y demostrado cómo en la supuesta Argentina potencia la concentración de la riqueza y la desigualdad eran falta de pan de cada día o, para traer a un pintor de la época, De la Cárcova: Sin pan y sin trabajo (1894). ¿Habrá que recordar, otra vez, que al Centenario lo festejó una minoría en el marco del estado de sitio producto de huelgas, manifestaciones y protestas de todo tipo (inquilinos, trabajo, hambre, etc.)?
Crisis del tiempo (de las temporalidades) y de la narrativa, por ende de la lengua. Si en 2015 parecíamos inaugurar la etapa autoayuda-meritocracia-infraidioma que ofrecía la zanahoria del segundo semestre y en 2019 encontramos el lenguaje-gagá-no-aclares-que-oscurece que disoció palabras y cosas, en 2023 parecemos camino a entrar por la puerta grande de la-lengua-exagerada-desligada-y-manija, cortadas las amarras racionales que escindían más o menos estratégicamente cosas y vocablos en pos del delirio de la semiosis y la multiplicación de un discurso repetido como oración de claustro y cilicio.
¿Y qué me Contursi (ya que sonó tango en el Colón) de la brecha cambiaria del 200 por ciento? En otro ejercicio improvisado frente a tanta sapiencia, se puede constatar que si el oficial está (estaba) aproximadamente 400 y el blue y sus amigxs cueverxs alrededor de 900 (todo así al vuelo y en papel de servilleta, estilo diagnóstico presidencial), ¿no sería un 100 por ciento de brecha, a lo sumo? No soy un experto en el tema, ni mucho menos, pero no me dan las cuentas estos días. Humildemente, muy humildemente, como no me dieron nunca en las economías (¿o eran las finanzas?) domésticas de los últimos años.
Si nos ceñimos a esos “cálculos” (por decirles de alguna manera), lo del domingo se pareció más un verdurazo que a una asunción presidencial. O, para volver al teatro y la contemporaneidad, una función excelsa de la posverdad, cuya existencia interpretaron a la perfección, lección aprendida, acción aplicada: no existe verdad, actúo en consecuencia.
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Siguiendo con los ítems enumerados como lista de mandados (o de mandatos: eso que se nos impone desde la cultura, desde el poder) en la mezcla de hortalizas, verdura y fruta en general arrojada a mansalva en forma de sonidos que formaron palabras en el acto del domingo 10 de diciembre (oh, día de los derechos humanos, qué fue de ti), resalta una serie que, por estructural, funciona como cimiento y resulta significativa: la serie de los binomios, la realidad A o B, el una-cosa-o-la-otra. ¿Entonces existen las alternativas? ¿Llegamos al Tao y al Ying y el Yang como políticas de Estado? No, porque encima de binomios (el pensamiento binario mata), la estructura de pares que organizó el discurso es también de opuestos, nunca de complementarios (nunca, claro, porque es segurísimo que el Estado no negrea con contratos precarios y magias de sumas no remunerativas, y lo privado y lo público tampoco se relacionan de ningún modo, ni se retroalimentan, etc.). Como si se tratara de un adelanto de lo económico en el plano discursivo, en los opuestos no hay fluidez sino estatismo, contraposición, blanco o negro, a lo sumo sucesión, reescritura desesperante con materia y realidad de aquel Machado vuelto distopía: golpe a golpe/verso a verso (pero en clave chamuyo, puro verso, de mesita de café y esto-es-así-no-hay otra; ¡adiós, lírica!).
Algunos de los binomios del mundo simplificado que comienza pronto (el recorte, como la crisis, llega también al lenguaje y por ende al pensamiento, a los estados de cosas que son de una única manera) se organizan en estos pares: decadencia/prosperidad, privado/público, barbarie/potencia (¿la civilización ya fue?), fin/comienzo, dentro/fuera, luz/oscuridad, bueno/malo, fracaso/éxito, formalidad/informalidad… ¿Seguimos epistemológicamente en el terreno del debate pre-balotaje con forma de entrevista: por sí o por no?
Una salvedad, en este último sentido: los binomios-opuestos pueden ser muy orientativos en términos de acción (hago/no hago; acepto/rechazo; etc.). Sin embargo, son ciertamente muy limitantes a la hora de pensar cualquier tipo de proceso (desde el acto de tomar agua, que puede ser descompuesto en incontables movimientos infinitesimales y abarcar cuantas páginas y pliegues desee quien lo describa, hasta, por supuesto, hechos históricos, sociológicos, económicos y demás yerbas, pasando por, pequeño detalle, la historia de un país), que por definición constituye, siempre, algo más complejo.
Incluso (esto es necesario repetirlo, dada la naturalidad con la que se ha instalado Lo Asertivo y La Univocidad del esto-es-así luego del período de opinología-y-filmina en el debate público) hay cosas, fenómenos (un gusto, un período histórico X o Y, ciertas conductas), que no se sabe muy bien cuándo terminan ni cuándo comienzan; las periodizaciones constituyen, por definición, terrenos de disputa, y lo que se sabe a ciencia cierta es materia de debate. Expresiones como “datos, no opinión”, o el retruco del “dato mata relato”, que salieron, hace tiempo, como ases de las mangas de lxs que buscan evitar toda perspectiva que no sea la propia, muestran el número y ocultan la palabra, distraen (es decir: organizan la atención), hacen pasar lo que (no) se ve desde el público y, sobre todo, omiten que cada dato entraña un relato, un recorte, una fundamentación, etc.
Podría desprenderse que, en el bucle temporal y lingüístico en el que entramos, expresiones como “mañana me pasó esto” o “ayer sucederá esto otro” (pensemos en la relación salario-precios, por ejemplo) parecieran ser aceptables. De manera que, en el presente, mientras veamos las crisis de lenguaje, tiempo y economía, extrañaremos otra vez al pasado y póstumo Walter Benjamin, que una vez más habrá dado en el clavo en Sobre el concepto de la historia (1939?): “No hay documento de cultura que no lo sea al tiempo de barbarie” (adiós, opuestos).
Para pasar el rato y ya que guitarrear está a la orden del día, ahora que se nubla todo (el cielo, el ánimo, el entendimiento, lo que se proyectaba): ¿letras y acordes de una de Contursi? ¿Cómo era? ¿Qué ganas de llorar en esta tarde gris?
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¿Escribimos “adiós, lírica? Escribimos (¡cómo se parecen pasado y presente!) “¡hola, lírica!”: la gala del Colón se despliega en la noche iluminada por el alumbrado público y, con ella, su programa a medida emite signos de lo más inquietantes, o al menos llamativos, que podrán ser recogidos como las migas de pan de Hansel y Gretel el día de mañana para volver a recorrer los caminitos discursivos perfectamente balanceados entre la mezcla de clasicismo y pureza-bauhaus del número y el manierismo con derivas barrocas del verbo, entre la posta sin alternativa y los relatos un tanto exagerados, enroscados y hasta deformados que establecieron este punto de partida… ¿Sacrificial? ¿Trágico? ¿Operístico?
Más allá del surgimiento de esta costumbre que vuelve a unir esferas que parecían haber sido superadas saludablemente, como la Alta Cultura (o sus restos) con la política, particularmente con Lxs Jefes de Estado (¿hay escena más de La Casta que la gala en el teatro? ¡Acastá!), y más acá de la hipótesis de la revancha triunfal (“segundo tiempo”, en palabras del mentor felino), vía poder asumido, del abucheo público sufrido en el plano civil pre asunción, la gala (de carácter excepcional, como corresponde) incluyó una programación acorde al Momento Histórico (desde la perspectiva de Presidencia, que, según comentó el señor caigo-bien-parado-siempre Director del Teatro, decidió, claro que sí, lo que se representaría).
¿Qué incluyó, la famosa gala? A grandes rasgos, la conjunción habla por sí sola, para muestra un botón: ópera, tango, himno nacional. ¿Se puede concentrar más sufrimiento en la elección de géneros artísticos? ¿Quizá con un bolero?
Pero hagamos zoom o vayamos al detalle, o a los pormenores de algunos de los grandes éxitos que abren el telón del fin de nuestro gran fracaso nacional y decadencia de 100 años desde la perspectiva lideraria.
Óperas representadas (partes, claramente), cuyos títulos contemplo con la misma extrañeza con la que mi nonna (que las tenía en VHS y no podía reproducirlas por la caducidad programada del dispositivo) examinó el pendrive con estas mismas obras grabadas (ma, ¿stán acá?) para reproducir en su flamante e incomprendida televisión inteligente o remake de caja boba con conexiones extra (como el Estado que viene, nunca se vio un aparato con tantas funciones desperdiciadas como ese): Nabucco (tragedia lírica), Carmen (drama en clave opéra-comique), Cavalleria rusticana (melodrama de un acto), Aida (la “Marcha triunfal”, claro). Ahí está todo condensado: tragedia, comicidad, drama, melodrama, triunfalismo…
El análisis minucioso de cada parte elegida corre por cuenta de cada cual y de las ganas que tenga de sumergirse en la contemplación de estas maravillas en días (todos, siempre) en que convendrá retraerse un poco de la circulación de información para sobrevivir sin dejarse la salud en el camino, pero baste mencionar que hay reyes y faraones, esclavos y negros vencidos, geografías periféricas otrora centrales, imperios, infidelidades, intrigas y conspiraciones de poder y de amor y, pequeño detalle, que el glorioso Radamés, quien es vivado con algarabía en su marcha triunfal (libiamo, libiamo ne’ lieti calici…), termina (spoiler alert redundante: lxs protagonistas de las óperas no suelen terminar muy bien) enterrado vivo mientras descubre a su amor, que creía salvado, a su lado, y canta la fatal pietra sovra me si chiuse (algo que podríamos traducir por "la piedra fatal ahora se cierra sobre mí") y, finalmente, o terra, addio… Morir! Si pura e bella. Su atención, por favor, aliadxs y espectadorxs, protagonistas y publico en general: cuidado con las representaciones y las identificaciones, que alguien que sabía mucho ya dijo que la vida imita al arte y no al revés.
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El panorama semiótico de lo representado en el Colón se completa, además, con sus dos patas nacionales: la patriótica local de himno (“libertad, libertad, libertad”, ¿es la misma palabra?) y la for export del tango canción, la Balada del tándem Piazzolla-Ferrer, su ternura de locos, sus récords de imperativos por verso cuadrado (“quereme así”, “vení”, “volá”, “sentí”, “ponete esa peluca”) y su registro de época típico del tango como exponente del mansplanning y la locura como lucidez o como salida de la norma, la idea del “loco lindo” que omite por completo ese título de Foucault que resuena en el horizonte: la locura, ausencia de obra. Ojo, por las dudas: está todo bárbaro con la Balada, es una belleza, nadie quiere cancelar nada (¿hace falta aclararlo?), sólo se apuntan acá algunos signitos en cada elección (en cada renuncia) del programa, que pueden cobrar cierta relevancia, proyectarse, jugar a ver qué se ve en lo que se ve; divertirse un poco, qué tristeza, en el desastre o, mejor, en la castástrofe. Las banderitas de taxi libre en cada mano, por lo pronto, sirven como adelanto de medidas al sindicato de peones. Luego, los subibajas melódicos entre el recitado y el fraseo y la desesperación (dependiendo del intérprete) y el pedido, solicitud, imploración o mandato de que al hombre lo quieran así piantao, piantao, piantao, mezclado con la idea del “volá conmigo” agenciado por los que querían volar todo pareciera diagramar el proyecto de la ruleta emocional, el zarandeo socio-económico y la restauración del paterfamilias y el patriarcado de los argentinos de bien tan añorada por las filas y las flias liderarias, amén de la identificación con ese yo-lírico que está, literal y figuradamente, en un plano surreal y fuera-de-todo-cuerpo-social (“sólo vos me ves”). A todo esto, cabe preguntarse: ¿a quién le habla? ¿Hay alguien ahí, o el loco le habla a sus fantasmas-votantes? Habrá que ver, en fin, cómo se corporiza algo de todo esto, si es que se corporiza, o cómo se desintegra.
Hablando de recortes y canciones, ¿cuándo fue se modificó el himno y se le quitaron algunas estrofas? Ah, sí, cuando Argentina era La Gran Potencia Mundial según el Nuevo Billiken de Presidencia y no quería ofender a las realezas extranjeras, allá cerca del centenario de la nación, en décadas de represiones populares de todo tipo, eliminación y persecución de activismos, etc. ¿Cómo eran? ¿Podrán ser prefigurativas, trocando aquí y allá las referencias, en el bucle temporal de lo que pasó mañana? Una de las estrofas eliminadas en ese entonces: Se levanta a la faz de la tierra/una nueva y gloriosa nación./Coronada su sien de laureles,/y a sus plantas rendido un león (el tono del realismo en curso, en este punto, podría ser el de la novela homónima de Osvaldo Soriano, que ya trocaba la referencia del león de España a Inglaterra). Otra, para lxs fans de la motosierra: Pero sierras y muros se sienten/ retumbar con horrible fragor./ Todo el país se conturba por gritos/ de venganza, de guerra, y furor. No se trata de que esté todo escrito ni de que escribamos de más, sino de que leamos aquello que se borra, se quita, se tacha, se recorta.
En la vereda, un stencil: “La libertad es con derechos”. Hay algo llamativo, también, respecto a la “libertad” de los triunfales, en lo que aún no hemos reparado lo suficiente: el VLLC, “viva la libertad, carajo”. Nos detenemos mucho en la palabra “libertad”, que por redundancia cada unx es libre de usar como quiera. Lo que habría que subrayar en el VLLC es más bien la palabra “carajo”: algo que termina mal, que tiene un mal fin, que es despreciable, que derrapa, etc. Última estrofa cancelada: ¿No los veis devorando cual fieras/ todo pueblo que logran rendir?
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Afortunadamente, el martes 12/12 habló (tarde, porque ya nos debe hasta el horario) El Hombre que Sabe y Explica, también conocido como Mr Deuda, que aún habrá que ver si lo impusieron en operación infiltración de gobierno o si lo dejaron entrar adrede para catapultarlo primero cuando algo estalle. Habló, tutto kaput, volvió el deber-ser. Lo hizo con paciencia y hasta desgano (¿muchas tomas?), datos y analogías a “ustedes”, o sea a nosotrxs, lxs que evidentemente, otra vez, no entendemos bien del todo nada pero es preciso que se nos grabe que deberemos ajustar (habría que cambiarle el nombre, ya, al plan motosierra, por el plan cinturón). El mismo ingeniero de deudas seriales y fugas récord, capaz de operaciones tan complejas como armar y desarmar las famosas bombas de leliqs sobre las que se ha corrido el tupido velo del hablemos de otra cosa, de pronto, para que lo entendamos nosotrxs, adoptó una lógica tan simple (suma, resta) como demoledora (quitar, ajustar), diversa en argumentos y formas pero idéntica en unilateralidad al discurso presidencial del domingo: no queda otra. Al análisis gestual de entonces de darle la espalda al congreso y su representatividad y hablarle sólo a sus seguidorxs que pudieron acercarse al AMBA, ahora agregamos el mensaje grabado (ese género tan La Gran Estafa del “cuando veas esto, ya no estaré aquí, todo estará hecho”). El registro: bienvenidxs al reino de Lo Simple y lo Simplificado. Contraseña para entrar: déficit (la nueva palabra mágica que trajo kaput bajo la manga). ¿Y la casta? ¿Tiene miedo o tiene medios?
Al final, era así nomás: la economía de un país funciona como la economía de una casa, ¡cómo no lo vimos!, la suma y la resta son las únicas operaciones posibles y las financiaciones estratégicas, las cuotas, los intereses diversos y los períodos de pago, la diversidad de mercados y tasas posibles, en una palabra: la virtualidad que reina en la economía desde hace décadas y la vuelve una operación absolutamente convencional y lingüística (todos los “miles de millones de millones” existen porque nos pusimos de acuerdo para que existan, pero, ¿dónde están? ¿Están?), todo eso, al parecer, no entra en la ecuación ingresos/egresos. La idea es luminosa, claro, siempre y cuando no se abandone el ingreso y se enloquezca el egreso (de un hogar) y siempre y cuando se repare y haga la pequeña salvedad de que lo que la derecha llama “gasto público” también es una inversión (invertir los términos, digamos: complejizarlos) que genera ingresos y recaudaciones, aumenta el consumo y los ingresos de la población, etc. etc. ¿Hace falta aclarar que eso depende, en gran medida, del Estado y sus voluntades políticas, sus pujas y contiendas, o nos largamos otra vez a la esperanza, ese camino al precipicio? ¿Es mucho pedir, alguna vez, un punto medio o algo más parecido a eso, en lugar del se viene el estallido por acá y el negocio por allá, o es de muy mal gusto recordar que hay quienes levantan camiones de divisas con las crisis?
Ah, pero seguro, claro, ahora o en unos años, cuando el modelo de mercado persa (¡con razón esas óperas tan extemporáneas!) se ordene y “equilibremos las cuentas” (hoy no compramos ni la mitad que la semana pasada, pero seguro todo se acomodará por el orden natural, ¿no? ¡¿no?!), podremos ahorrar mes a mes (¿verdad?) hasta tener toda la pilita de dinero necesaria para comprarnos un auto, una casa, viajar… Ojalá, como sucedía antes, en otro mundo, y simplemente porque todo encontrará su cauce y su (Estado de) sitio. ¿Se puede dudar o también para esto “no hay alternativa” (adiós, Descartes)? Veremos, otra vez, cuando no haya alternativa y debamos tomar otras deudas (como particulares, como Estado en estado de deuda: a veces el uso del plural mayestático filtra partículas de autobiografía: “hemos sido adictos al déficit”, dijo kaput, cuando podría haber utilizado “Argentina”, “el país”, “el Estado” o cualquier otro sujeto que no lo dejara tan pegado).
Veremos, también, cómo todo se acomoda solo, seguramente, mientras la mano invisible del mercado se mete en los bolsillos que el Estado rompe y mientras el hambre camina pacíficamente por las veredas de algunas de las tantas avenidas de los apellidos de Pato Bullshit, según cada ciudad en la que reine la “miseria planificada”, la ley (“fuera de la ley, nada”: pero cómo ha cambiado la ley ya en unos días), el orden (¿qué orden?): Bullrich, Luro, Pueyrredón…¿Corrientes y Esmeralda? Habrá que ir repasando, claro, a Celedonio Flores: “gambeteando el lente que tira el botón”.
La pregunta que se proyecta, mientras tanto, en el cortísimo plazo al que se ha recortado la vida en común entre lo que se dijo en campaña y lo que se instrumenta ahora: ¿quién gobierna? ¿Para quién?
Alguien cantará estas estrofas de Contursi, un día de estos, entre la asunción y lo que tenemos que asumir (¿a sumir? ¿A sumirnos? ¿En el fondo? La brillante idea de salir del pozo cavando, mientras el tiempo no para), en clave electoral: No supe comprender tu desesperación/ y alegre me alejé en alas de otro amor.../ ¡qué solo y triste me encontré/Cuando me vi tan lejos/ y mi engaño comprobé!