Docencia y ciencia pública en tiempos de estigmatización: una opinión sobre la viñeta de Altuna
El diario Clarín en su edición del jueves 8 de junio publicó una nueva entrega de la historieta “Es lo que hay (Reality)” del artista Horacio Altuna. En esta viñeta se origina el siguiente diálogo entre dos de los personajes de la tira:
-“Ya es de noche, gordo. Ahora debe de estar cerrada la oficina.” -Comenta un joven.
-“No importa vamos igual…” responde el aludido gordo.
-“Queda lejos, tengo hambre.” Duda el joven. -“Vamos en taxi, te pago una cena…” insiste el gordo.
-Pero, ¿tenés guita? -En serio… Pregunta el primero.
-Claro, soy docente… -Soy ñoqui... -Estoy en el CONICET… responde el gordo.
Debo reconocer que el remate del diálogo de esta tira me interpeló por partida doble, ya que soy docente e investigador del CONICET. Si bien la historieta no lo menciona, es posible que el “gordo” sea docente del nivel universitario, profesión que ejerzo en la materia Química Inorgánica en la Universidad Nacional de La Plata. Además, el personaje en cuestión luce una barba mal recortada, pantalón de traje, remera tipo chomba y campera, en un estilo que también puedo reconocer como típico del ambiente académico-científico.
Superado un primer momento de disgusto por el lugar en que el personaje coloca a la comunidad de docentes universitarios y científicos, me surgieron algunas preguntas que me parecen relevantes de analizar: por qué Altuna elige a la docencia y a la investigación científica centraliza en el CONICET para propinar esa dura calificación de “ñoqui” con que se define el personaje?
El arte es una herramienta cultural que transmite significado de diversas formas. Las historietas, al igual que la poesía, la pintura y otras formas de expresión artística, tienen un poder significativo que genera múltiples interpretaciones. Las historietas han tenido un papel fundamental en el diálogo entre artistas y público, un diálogo que es esencial, ya que construye un sentido compartido. Tanto es así que a lo largo de la historia reciente de nuestro país, la producción visual de historietas han jugado sin dudas en rol muy importante en generar un vínculo comunicativo, un diálogo permanente entre el autor que produce una imagen y el público que la interpreta. Por ejemplo, historietas como Mafalda, El Eternauta, Inodoro Pereyra el Renegau o Patoruzú, entre tantas otras, son parte de esta creación de sentido, que es necesariamente social en tanto es compartido. Todos entendemos a qué nos referimos con “el palito para abollar ideologías” de Mafalda, o si alguien, frente a una situación compleja dice simplemente: “qué lo parió…” al estilo de Don Inodoro.
Es así que la producción visual de la historieta como género artístico no puede deslindarse de un posicionamiento político del artista y de su obra. Qué sentido quiere construir Altuna cuando uno de sus personajes resulta ser docente y trabajar en el Conicet y se auto inculpa de ser un “ñoqui”? Recordemos que, según el folclore, “ñoqui” es una persona que tiene un empleo público, pero no lo ejerce efectivamente y sólo es vista en el lugar de trabajo “los días 29” para cobrar su sueldo.
Para que el remate del diálogo entre los personajes de Altuna tenga sentido se requiere que haya cierto consenso social respecto a que las y los trabajadores docentes y científicos del Conicet son “ñoquis”, trabajadores que no trabajan. Existe este consenso?
O bien, puede suponerse que el autor, en tanto “historietista militante”, a través de su arte y el diálogo con su público aporte a crear, a formar esa idea negativa respecto de estos profesionales, docentes y científicos que desarrollan su tarea en universidades públicas y el CONICET, al fin y al cabo: trabajadores estatales. Este supuesto no es una hipótesis del todo arriesgada y puede enmarcarse en una estrategia más general y sostenida desde corrientes de pensamiento neoliberal, que consiste en el ataque constante al rol del Estado en las diferentes áreas de la cosa pública. Sin ir muy lejos, los primeros años del gobierno de Mauricio Macri se caracterizaron por una fuerte embestida contra los trabajadores estatales, llamada en su conjunto como la “grasa militante”, ataque del que no estuvieron exentas las universidades públicas y los organismos de ciencia y tecnología, como el CONICET, el INTA, el INTI, la CONEA, la CONEA, entre otras instituciones. El desmantelamiento de los Ministerios nacionales de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, de Salud y de Trabajo, son ejemplos que ilustran claramente este posicionamiento político.
La viñeta de Altuna publicada en el diario Clarín aporta a estos intentos de creación de sentido negativo hacia la universidad, hacia el sistema de ciencia y tecnología público. La respuesta a este ataque debe ser colectiva: hay que interponer el trabajo de la comunidad de docentes e investigadores que todos los días trabajan en las aulas de las universidades nacionales y en los laboratorios de investigación científica de nuestro país. Son las y los docentes que sostienen el derecho a la educación superior, que en Argentina es modelo de inclusión y de calidad. Son también las y los científicos, becarios, trabajados técnicos y administrativos que sostienen el funcionamiento del sistema nacional de ciencia y tecnología, realizando aportes que son importantes y reconocidos en tantísimas áreas: desde los barbijos y kits diagnósticos que usamos en pandemia, las centrales nucleares, radares y satélites, es el conocimiento de nuestra historia y problemáticas sociales, de la biotecnología y el desarrollo agropecuario, la producción pública de medicamentos, es Y-TEC dando respuesta a las necesidades energéticas, es conocer nuestro mar y la Antártida, es reforzar la cadena de valor del litio.
Se trata también de plantear claramente de qué somos capaces de hacer como Nación soberana, de cómo pararnos frente al mundo actual. De animarnos a utilizar los conocimientos para valernos por nosotros mismos y desarrollar las capacidades que necesitamos para el desarrollo social y productivo, o si estamos condenados a ser productores de materias primas e importar los conocimientos que se producen y venden en países centrales. Se trata de soberanía o de dependencia, de elegir entre un país para unos pocos o una sociedad que nos incluya a todas y todos.
La pandemia de COVID demostró la importancia del conocimiento para la soberanía de los países, la relevancia de contar con un sistema de ciencia y tecnología robusto, que sea capaz de dar respuesta a las necesidades de la sociedad en las grandes temáticas que se requieren para encarar un modelo de desarrollo con inclusión: salud, alimentos medio ambiente, energía, hábitat y vivienda, entre tantos otros.
La experiencia de la creación de nuevas instituciones de educación superior ha demostrado que las universidades nacionales son espacios de ampliación de derechos: a la educación gratuita y de calidad, al conocimiento como bien social, necesario para la movilidad social ascendente.
Se trata, al fin, de la disputa de sentido por el modelo de país que queremos construir como sociedad. Por un lado, un país donde el conocimiento esté al alcance y en función de las necesidades de las grandes mayorías, o bien un país para unos pocos, donde el conocimiento es un bien de mercado, supuestamente accesible a quién pueda adquirirlo. El primer modelo requiere de trabajadores de la educación y de la ciencia y tecnología comprometidos con su rol social, para el segundo alcanza con un país de “ñoquis” como el que sugiere y promueve Altuna en su viñeta del diario Clarín.