La trampa del diálogo

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La trampa del diálogo

08 Junio 2018

Por Cristian Secul Giusti*

"Tus opiniones valen y tus perspectivas no son una moneda de cambio. El precio de tu pensamiento tiene que verse", leí hace poco en un cartel callejero. No recuerdo si pertenecía a una universidad privada o a alguna empresa de servicios -que ya, en este caso, es lo mismo-, pero me quedé pensando en eso un buen rato. Me resultó muy agresiva la fusión -existente, palpable, siempre latente- entre el discurso economicista y la puesta en común de esa falsa igualdad de las opiniones.

Como se sabe, en el mercado lingüístico, cada opinión tiene un valor determinado y una importancia específica que se corresponde directamente con una legitimidad construida. Por eso, es falaz decir que todas las opiniones tienen el mismo peso y que hay una semejanza entre esas consideraciones. Ahora bien, el hecho de hablar de "moneda de cambio" y "precio" le incluye más tensión a esa visión mercantil de la expresión. Y por esa razón, se vislumbran dos aristas problemáticas: la integración de ese léxico financiero en la cotidianeidad y la hipócrita puesta en escena de la validez de los puntos de vista.

Para decirlo mejor, la utilización mediática del latiguillo "Todas las voces, todas" -en la voz de Mercedes Sosa, por ejemplo- subraya una línea amalgamada y coherente de opiniones que, en verdad, dista de ser así. Lo que efectivamente se hace es licuar las contemplaciones sobre "algo" y evitar discutir lo importante: el poder del que tiene la palabra y su hegemonía en las decisiones.

El programa de televisión “Intratables” es un buen ejemplo de esa puesta en escena. Sin embargo, más allá de su caos y su mezcla ensordecedora de tonos, no es el único que juega con el simulacro de “unificar” todas las voces, hay otros espacios televisivos o radiales "más respetuosos" que ocultan más de lo que muestran.

Para algunos no es novedad, y para otros es algo que pasa por el costado. Las armonías inventadas que propone el neoliberalismo son muy cruciales para profundizar su lógica. Y, en términos mediáticos, la escenografía de esos programas con invitados que hacen gala de la conversación "como personas civilizadas" están totalmente articulados con un universo paupérrimo del neoliberalismo.

En los programas televisivos “PH (Podemos Hablar)”, “Mirtha Legrand”, “Debo Decir” y hasta “Ronda de Periodistas”, la charla se construye de un modo ameno porque no hay un estamento verdadero para romper (https://revistazoom.com.ar/la-falsa-armonia/). De esta manera, solo hay hendijas que echan algo de luz u operaciones mediáticas particulares que sirven de a ratos, que desplazan algún significante, pero que se encauzan más temprano que tarde.

La gran trampa consiste en establecer una noción de “diálogo” que solo funciona como discusión según el mecanismo troll. Todas las opiniones, en esa instancia, se validan conforme a la racionalidad liberal y el fundamento vaciado. Y de esta forma se confirman posiciones necias vinculadas a la farsa del respeto y la horizontalidad apócrifa.
Desde ese plano, la falacia del diálogo y de la linealidad de “todas las voces” anula también la razón de ese otro que opina distinto o expone su perspectiva con tensión. La opción es denigrar a ese interlocutor, despreciando su opinión y generando un discurso perverso en esa distinción. Se discute en la mesa, pero no hay relaciones equilibradas, sino asimetrías que distancian las posiciones o las miradas. Y en ese corolario, no es lo mismo la consideración de un economista que la de un militante popular; la de un intelectual orgánico de Cambiemos que las de un pensador con perspectiva nacional y popular; o la de un joven que pertenece a un estrato social legitimado que la de otro que proviene de una zona de bajos recursos. No hay una nivelación, no existe una homogeneidad, sino todo lo contrario. Lo que hay es una diferencia flagrante de valor en esas opiniones.

En esta trama de simulaciones entonces, la totalidad de esas voces se convierte en ninguna voz, y el poder de los que tienen la legitimidad de la palabra se consagra en su hegemonía, puesto que ni se toca, ni se subvierte, ni se alteran las desigualdades. A estos efectos, tanto los medios como la práctica cotidiana diagramada por el neoliberalismo e incentivada por la modalidad declarativa de Cambiemos, no recibe espasmos en su discurso. La apariencia triunfa y, retomando por enésima vez a Charly García, no pasa nadie, nadie pasa, solo el simulacro haciendo su trabajo con más cómplices que adversarios.

* Doctor en Comunicación/Docente (FPyCS-UNLP)- Twitter: @cristianseculg