Las alianzas intelectuales
Por Enrique Mario Martínez*
Es un momento crítico para la política con vocación popular en la Argentina.
Gobiernan el Estado nacional y varios distritos claves aquellos que representan a los beneficiados por la concentración del sistema productivo capitalista y la hipertrofia del sistema financiero, destinatario de los enormes excedentes extraídos de las mayorías año tras año.
Es lógico y elemental que se califique a éste de un gobierno de ricos para ricos y que, en consecuencia, muchos analistas se dediquen a mostrar cómo funciona ese sistema de exacción forzada y cómo se perjudica a las mayorías en él, además de su incapacidad manifiesta de mostrar algún horizonte sereno para la macroeconomía.
Menos inmediato es comprender la ausencia casi total de discusiones sobre las causas por las que tal fracción social llegó a ocupar el gobierno en 2015, así como las salidas posibles a futuro para no generar una vez más las condiciones pendulares que tienen angustiado y desesperanzado a la mayoría abrumadora del pueblo argentino.
Para lo primero se necesita ubicar a nuestro país en su condición de actor secundario y periférico de la economía mundial; evitar darles centralidad a las anécdotas personales sobre carisma de los candidatos o de sus apoyos políticos; entender los efectos mundiales de la crisis financiera global de 2008, que tienen dimensión de corto y de mediano plazo; apreciar los cambios que esa crisis produjo no solo en los países pequeños, sino en Francia, Inglaterra o Estados Unidos.
Más trabajo aún, mucho más, demanda configurar un plan de gobierno futuro. No porque haya fracasado, ni mucho menos, la gestión 2003 a 2015. Es porque la combinación de la crisis mundial que está lejos de resolverse, sino que se agudiza; junto con las intenciones crudas de rapiña y destrucción que deja en evidencia el gobierno actual, como si le quedara claro que es imposible enderezar un rumbo optimista del capitalismo; requieren acciones transformadoras ciertamente inéditas, que impidan la reiteración de algunos cuellos de botella muy nítidos a que se enfrentó la última etapa de la gestión anterior.
Las soluciones no están en el neoliberalismo ni están en nuestro propio pasado repetido sin modificaciones. Están en proyectos nuevos, que busquen salir del laberinto capitalista por arriba.
Se han de enfrentar, en todo el mundo, con la inercia de los sistemas políticos de las democracias modernas, que vuelven una y otra vez a suponer que se trata de problemas de gestión, no problemas estructurales. El otro, el que hay que desplazar por los votos, es un ladrón, un inepto, un felpudo de intereses foráneos, o alguna cosa más. Cuando lleguemos nosotros, administraremos de manera diferente y todo cambiará, dicen y piensan muchos. La fuerza de la globalización capitalista se ha llevado puestos en 70 años a centenares de promesas políticas en todos los continentes, que estaban listas para devolvernos la felicidad y sólo agregaron más frustración y más descrédito a la política.
La fuerza de las estructuras pudo más que las fantasías de los que arribaron al poder institucional. No es de extrañar, en consecuencia, que todas las agrupaciones políticas de centro izquierda del mundo estén permanentemente en conflicto interno entre sus alas renovadoras y conservadoras. Tampoco es de extrañar que buena parte de la izquierda reclame a favor de los humildes, pero dentro de un sistema que no aspiran a modificar, haciendo de la política una eterna resistencia a los poderosos.
Salir por arriba del laberinto requiere incorporar al escenario la vocación que el capital debe dejar de ser hegemónico, para que algo sustancial pueda ser mejor en la sociedad del futuro. Se puede transitar por una etapa inicial en que haya algunos pocos arriba y progresivamente se acumulen espectadores. Sin embargo, la condición necesaria para que el camino sea viable es que la cantidad de protagonistas – de personas encima del escenario – aumente sin cesar y finalmente las ideas se dispersen, sean apropiadas por las mayorías populares.
Este muy laborioso trabajo es contra cultural. Se realiza contra numerosos intereses concretos en que nada cambie y también – sobre todo – contra la resignación masiva instalada en los compatriotas, que suponen que el mal nunca desaparecerá; en el mejor de los casos, se atenuarán sus efectos accediendo al control de un Estado protector, que por no creer que podrá modificar estructuras, ni siquiera lo intentará.
Así como en el plano electoral se necesitan y buscan alianzas políticas, en la búsqueda y definición de caminos transformadores, que luego se corporicen en la acción política institucional, se necesitan alianzas intelectuales. Esto requiere emerger de la tradición académica que forma parte de la cultura del capitalismo, donde se acumula conocimiento, pero con más competencia que colaboración. En su lugar se requiere construir denominadores comunes. Esto no quiere eliminar las discrepancias. Comienza más atrás. Es ponerse de acuerdo sobre los temas de real importancia a discutir, que eviten quedar entrampados en dejar la iniciativa al neoliberalismo, discutiendo siempre sus efectos y nunca la forma de superarlo.
En la Argentina quienes creemos que esto es prioritario, hasta ahora hemos sido derrotados. La visibilidad pública de las variantes superadoras del capitalismo es cercana a cero y es probable que la progresía se apresure a señalar como cándidas utopías o mero asistencialismo a la producción popular o a nuestras afirmaciones sobre la total ausencia de democracia económica o cualquier otra variante que no sea negociar con los poderes hegemónicos actuales.
Hemos ampliado nuestra mirada, buscando esas alianzas intelectuales fuera de nuestras fronteras. Encontramos numerosos ejemplos de formas organizativas que desplazan la lógica del capital, sobre todo al encarar la solución de problemas comunitarios específicos. Los difundimos en La red popular
Mucho menos nos hemos cruzado con construcciones teóricas que definan nuevos marcos políticos y de gestión. Pero existen y algunos de ellos de especial solidez. Es necesario construir vínculos con esos espacios, que tienen problemas similares a los nuestros, aunque siempre en nuestra periferia del mundo las soluciones se hacen más y más complejas. Aunque nos lleve tiempo, pensamos que así podemos ayudar a parte de nuestros compatriotas a liberarse de varios mitos que inmovilizan el pensamiento transformador. Ya sabrán más de nuestros esfuerzos en eso.
*Instituto para la Producción Popular.