Señora Sarlo: Ud. me da el mismo asco que Galtieri, por Alejandro Herrera
En el empecinado posicionamiento de diferenciación que ha elegido respecto del proceso político-cultural iniciado con el kirchnerismo (social y político) y como estrategia intelectual de base especulativa, Beatriz Sarlo ahora corre el límite de una forma que –literalmente, tratándose ella de una crítica literaria- revuelve las tripas, el estómago y provoca náuseas.
La señora Sarlo del “conmigo no” sostiene en estas últimas horas, respecto a la cuestión Malvinas, que los “isleños” son sujetos de derechos a los cuales no se debe ignorar en el problema de soberanía con Gran Bretaña. Tras cartón –e intuitiva del poder de impugnación de un vocablo del acervo nacional y popular argentino-, establece que el término “cipayo” está fuera de época y es impropio e irracional su utilización. Dicho en fácil: larga un brulote y se ataja, depreciando de modo anticipado, el calificativo que supone le vendrá. No analizaré esta estrategia discursiva. Quizá lo haga en otro momento. Me centraré en su idea central: que los “isleños” (así recomienda llamar a los habitantes de Malvinas), son sujetos de derechos en una negociación de recuperación de la soberanía argentina.
La señora Sarlo es una ignorante completa de los estándares tradicionales que guiaron los últimos procesos de negociaciones por disputas de soberanía en territorios colonizados (por la fuerza, o en alianza con ciertas fracciones locales). Nuestras Islas Malvinas, señora Sarlo, fueron robadas. Ese hecho de origen, que Ud. ignora de forma tan rampante que produce náuseas, elimina toda posibilidad de incorporación de sujetos de derechos a una población implantada. Su postura da asco. Asco del tipo intelectual. Asco del tipo que evocó Fito, con total franqueza, sobre otro hecho social (asqueante, también, pero digerible, porque en su base estuvo la legítima expresión de la soberanía popular). Lo quiera o no, la coloca a Ud., no en un lugar de cipaya (que, aclaro, era un trabajo del S. XIX y que consistía en conducir el carruaje de un rico; un cipayo era un trabajador alienado de la edad temprana del capitalismo y por eso, como populista, yo no la uso como calificativo denostativo).
Ud. es algo más simplón, aun, que un cipayo: es una rastrera colonizada por el poder corporativo local y, en esa “posición de campo” (Gramsci, Boudieu, dixits), un “ser antinacional” aliado, implícitamente, a Gran Bretaña. Su postura da asco en dos sentidos: primero, porque es inconsistente en sus propios términos –no tiene doctrina en la diplomacia-; y segundo, porque es una afrenta a nuestros combatientes –muertos y vivos- queridos, y maltratados, que pusieron sus cuerpos y almas en una guerra iniciada con el asqueante interés subalterno de la continuidad de un Proceso de opresión popular. Ud. me dá ya el mismo asco que Galtieri.