Vigencia del piquete
Por Juan Ciucci
La Presidenta de la Nación, en su último discurso, hizo referencia a un artículo periodístico, que recordaba el origen de los piquetes ligado al conflicto por la privatización de YPF. Eso provocó que aquellos que quedaron sin nada, salgan al espacio publico a reivindicar lo que les habían quitado. Y de la periferia, llegó al centro del país, en las explosivas jornadas del 19 y 20 de diciembre. Finalmente, Gabriel Chamorro remarca que “la iniciativa presidencial por tomar la palabra en esta y en otras tantas cuestiones, les va quitando la consigna (a las organizaciones piqueteras) relegándolos a la práctica del voluntarismo esquemático”.
Cristina, partiendo de este artículo, al mismo tiempo que reivindicó la lucha de los piquetes y rindió honores a los caídos en tantos años de conflicto social, propuso el fin de esta modalidad de protesta. “Lo cual, no quiere decir bajo ningún punto de vista que esto termina con el derecho a protestar y a reclamar, pero sí nuevas formas de reclamo. Porque estás formas de piquete que impiden que otros ciudadanos ejerzan sus derechos pertenecía a una Argentina que carecía de derechos en su gran mayoría, pero que es necesario que los reclamos justos y legítimos, que todos tienen derecho a realizar busquen formas diferentes. Porque tenemos un país diferente, porque nos merecemos también la inteligencia de encontrar en todo caso si tenemos diferencias formas de protestas y de reclamos que no le compliquen la vida al resto de los argentinos, pero lo que es peor todavía: le terminen haciendo el juego a los que precisamente los sacaron a las calles como piqueteros y caceroleros”, afirmó Cristina.
Quisiera manifestar mi desacuerdo con este planteo. El piquete es una de las modalidades de protesta social más originales que ha construido el Pueblo argentino. A partir de esa “Argentina que carecía de derechos en su gran mayoría”, como bien dice la Presidenta, los actores sociales más ocultados del período encontraron un espacio donde hacerse visibles. Y ese estar en la calle, y no sólo estar sino “piquetearla”, les dio identidad. Los transformó en Piqueteros, a ellos que la expulsión laboral los había dejado sin definición, sin nombre que pudiera agruparlos más allá del estadístico “desocupados”. El “¡Piqueteros carajo!”, se hizo sentir en todo el país.
Sucedió que fueron hallando límites los grupos piqueteros, que en tanto clase obrera desocupada, al reincorporarse al sistema productivo a partir de la fuerte industrialización del modelo kirchnerista, sus integrantes encontraron en las organizaciones que les son propias su representabilidad. Y el conflicto se trasladó a la fábrica, y en las paritarias se discuten y se ganan los derechos. Es allí que el Estado ha logrado institucionalizar el conflicto social, para poder mediar entre las partes sin tener que llegar a medidas tan extremas como cortar una calle. Pero aun allí, los trabajadores han sabido recuperar el piquete cuando las instituciones no logran, o no pueden, responder a sus demandas. Y entonces deben cortar una ruta, o una vía, para lograr que sus derechos sean reconocidos.
Y si esto les cabe a quienes están trabajando en blanco y sindicalizados, qué les queda a los tercerizados, a los campesinos desplazados de sus tierras o dados de baja del sistema productivo rural, a los trabajadores que realizan su actividad en condiciones de esclavitud, a los estudiantes que asisten al atropello de sus derechos, a los habitantes de barriadas populares que nunca son escuchados en sus reclamos, a los pueblos que reclaman contra la contaminación que diversas industrias les provocan. Sobran ejemplos de movilizaciones que deben recurrir al corte de calle para lograr la visibilidad que les permita solucionar sus conflictos. El pueblo aprehende de su historia, y el piquete ha demostrado ser una de las medidas más efectivas para lograr que nuestras demandas sean escuchadas.
Por esto hago una fuerte defensa del piquete, y del derecho de todos a realizarlo. Claro está, como cualquier medida en todo orden, puede prestarse a utilizaciones que la deslegitimen. Los “piquetes de la abundancia” de las patronales agropecuarias en el 2008 lo demuestran. Pero estas utilizaciones deben ser denunciadas justamente por ello, pero sin poner en duda la modalidad en términos absolutos. El Pueblo en la calle no debe nunca ser un problema, más bien es una alarma de aquello que nos falta. Y que siempre faltará, porque este modelo Nacional y Popular tiende lazos para con aquellos sectores que históricamente han sido excluidos. Y que en el marco del capitalismo, encuentran en el piquete su herramienta más útil para luchar por el reparto de la riqueza de la Patria.
Quienes podamos ser perjudicados por estas medidas, debemos entender que aun en un proceso de transformación radical de la realidad como es el kirchnerismo, quedaran sectores que se resistirán al cambio con todo el arsenal del que disponen: medios de comunicación, generadores de opinión, patotas rentadas, connivencia con sectores del poder público. Y que es por ellos que el Pueblo debe recurrir al corte de calles o vías para lograr que sus justos reclamos sean escuchados, y puedan triunfar en sus demandas. Las instituciones deben lograr dar una rápida respuesta a estos reclamos, para que no le terminen “haciendo el juego a los que precisamente los sacaron a las calles como piqueteros y caceroleros”, como bien dice Cristina.
La historia nos demuestra la necesidad del piquete, su originalidad como modalidad de protesta, y su efectividad para conseguir los objetivos que movilizan el reclamo. Por eso ya es parte de nuestra trama social. Creo que aun lo necesitamos, para seguir construyendo una Patria más inclusiva y democrática, más justa, libre y soberana.