Los partidos nacen, se desarrollan y mueren
Por Emanuel Bonforti
El divorcio entre las palabras y los hechos es característico del oportunismo,
pero el oportunismo es característico de la política liberal argentina.
Rodolfo Puiggrós
El domingo pasado la centenaria Unión Cívica Radical celebró en Gualeguaychú una Convención Nacional en la que tejió la estrategia electoral en miras a las elecciones presidenciales 2015. La propuesta ganadora fue la del senador nacional Ernesto Sanz, por 186 votos a 130, dicha propuesta consistía en "promover acuerdos políticos programáticos nacionales jerarquizando la construcción política con los partidos Coalición Cívica y PRO", en definitiva, una colación política amplia que pueda derrotar al kirchnerismo en las próximas elecciones. El titular del radicalismo argumentó los acuerdos estratégicos invocando los valores del republicanismo democrático sobre el malicioso populismo autoritario. De tales argumentos se desprende una conceptualización de la coyuntura política que tiene un anclaje histórico, la polarización entre república y populismo que atraviesa bajo diferentes nomenclaturas la historia argentina y es reflejo del propia derrotero del centenario partido, esto lo vuelve a ubicar una de sus tantas encrucijadas irreconciliables con el pueblo.
El encono al populismo encontró eco en otros correligionarios como el doctor Federico Teobaldo Manuel Storani, en Radio Ciudad de Buenos Aires, el exministro del Interior del gobierno De La Rúa recordado en su función por haber dado la orden de desalojar un puente en la provincia de Corrientes que derivó en el asesinato de dos manifestantes, también dio cuenta de su repudio al populismo, argumentando que Ernesto Sanz es la única posibilidad real de una alternancia al populismo autoritario, y acompañó sus declaraciones con la idea de que su partido debe estar preparado para hacer una línea democrática republicana de respeto a las instituciones.
Las declaraciones de Freddy Storani no son novedosas para el arco radical que olvida la praxis política del único conductor popular que tuvo el radicalismo en centenaria historia, estamos hablando de Hipólito Yrigoyen. En esa línea antipopulista, tensión interna que atraviesa al radicalismo, Ernesto Sanz en su sitio de internet apunta en sus escuetos artículos contra el populismo gobernante, encontramos así, publicaciones tituladas "La diplomacia populista" y "El populismo mata de hambre".
Al condenar el legado populista se separa de la línea histórica que había trazado Yrigoyen, éste dividía a las fracciones políticas entre Causa y Régimen, la primera encontraba una línea histórica de continuidad en la resistencia popular ante las Invasiones Inglesas, el carácter popular de la Revolución de Mayo, la defensa de los ríos por parte del rosismo o los levantamiento montoneros contra el centralismo porteño, mientras que el Régimen estaba compuesto por aquellos sectores políticos y económicos locales vinculados históricamente al imperialismo que en determinado momento condujeron los destinos del país de acuerdo a las recetas del imperio de turno.
Oponer al populismo una alternativa republicana es mucho más que una apuesta superadora ante una praxis política, es también una forma de hacer tabla rasa con el pasado político del pueblo, pero también del propio radicalismo, negar tradiciones e incorporar modelos y categorías políticas acríticas basadas en análisis abstractos e idealizados de la democracia, reflotar viejas antinomias, antiguas y presentes contradicciones que la experiencia muestra que no lograron superarse a partir de modelos liberales, tal cual nos vienen a presentar los arquitectos de este acuerdo.
Pensar el fin del populismo a través de una posibilidad republicana forma parte históricamente del repertorio liberal, el mismo encontró anclaje en nuestro pasado en la formulación de la Constitución de 1853, proyecto de corte racional que surgió al calor de la batalla de Caseros, y presentaba una nítida influencia de la constitución norteamericana, el proyecto de Alberdi daba muestras de una reproducción de un modelo ajeno e ideal donde se pensaba eliminar a la barbarie desértica que debía ser suplantada por las mieles de la civilización. Los proyectos encarnados desde el liberalismo darán muestras a lo largo de nuestra conformación como país de la antítesis y separación entre las masas y los partidos políticos liberales. Querer oponer fórmulas desde arriba influenciadas por modelos ideales ha generado la resistencia popular, bajo la forma de montoneras en el siglo XIX, resistencia obrera, peronista, etc. Quizás este dato al senador radical se les escape.
Si la Constitución liberal significó una incorporación acrítica y ajena a la realidad, los partidos políticos que surgieron al calor de ésta también lo fueron, y expresaron valores a espaldas de los sectores populares. Desde siempre la oligarquía arquitecta del cuerpo jurídico y tutora de los nuevos partidos políticos cultivó la filosofía del equilibrio político, propia del logos liberal, el equilibrio de poderes, de participación, de representación, de expresión, estos elementos formaron parte de la caja vacía de herramientas de la democracia liberal. En este sentido, Ernesto Sanz continúa la tradición liberal y puede observase en su participaciones públicas los reclamos de equilibrio, referidos tanto a la justicia y su virtud de ser un poder independiente como también en la formulación de alianzas políticas.
El escenario soñado por el senador de fin del populismo se funda en la concepción de libertad absoluta e infinita que ofrece el liberalismo, que encuentra desde lo formal en la democracia "pura" su realización por excelencia, y un sendero en que puede rastrearse el progreso infinito en la medida que despeje la oscuridad del populismo, pero tal concepción choca con nuestro pasado y encuentra un freno material que la relativiza y la condena por puro idealismo.
La negación del populismo vuelve a poner a la luz la tensión entre democracia y liberalismo, de acuerdo a ésta, el liberalismo es la condición de construir una república donde triunfen las formas civilizadas por sobre la barbarie populista y el autoritarismo. En este esquema sólo a través de una refundación de la república se podrán generar las normas jurídicas que permitan el normal desenvolvimiento de la organización nacional. Este modelo ideal ya fue presentado durante otros períodos en nuestro país y permitió el desarrollo de la colonización capitalista en detrimento de la democracia de las clases populares. Es decir, liberalismo y democracia a lo largo de nuestra historia han estado divorciados, por más que el doctor Sanz exprese lo contrario.
El populismo, según este esquema, es una forma irreflexiva de práctica política y son solo los letrados iluminados por la razón los encargados de llenar de contenido a la nueva republica, de acuerdo con este enfoque existe un desprecio a la espontaneidad, y el elemento espontaneo en la política forma parte del ideario populista.
Algunos autores sostienen que el radicalismo surge de un desencuentro, de un malentendido que establece una contradicción en la raíz del centenario partido, lo cual permite la emergencia de dos tendencias, una conciliadora -liberal- y otra más confrontativa - popular-. En este sentido, la contradicción imperante es reconocida por el mismo Sanz cuando sostiene que está en la esencia del radicalismo las diferentes posiciones, a pesar de esto el mendocino no logra historizar estas diferencias.
Estas dos tendencias han tenido a lo largo de su historia diferentes posiciones, el ala conciliadora se ha inclinado por tácticas acuerdistas -no personalistas, alvearistas- con diferentes espacios políticos representantes del arco liberal, mientras que el yirogoyenismo ha mostrado inclinaciones que atravesaron desde la intransigencia y llegaron a la insurrección.
El rechazo de los acuerdistas hacia el populismo ha sido histórico, el propio radicalismo en plena hegemonía yrigoyenista ha tenido espacios dentro de su partido que condenaban el accionar del caudillo, a través de su vinculación con la barbarie y el escaso apego a los valores republicanos de aquel. En otro escenario, donde el ala hegemónica ha sido la acuerdista, la política que se ha dado para los grandes temas de nuestro país, ha estado de espaladas al pueblo.
Con el llamado a una coalición amplia de partidos que acumule las fuerzas suficientes para vencer al populismo, el radicalismo retoma la táctica del acuerdo y la tan vacía política de la unidad, la misma la aplicó cuando se enfrentó a movimientos nacionales y fue la que la separó del pueblo. La política de la unidad relega la lucha por el poder en beneficio de una contradicción ficticia, la unidad no genera nuevas condiciones en el escenario político sino refuerza a los partidos del viejo orden liberal hoy recubiertos con modernos colores y raros peinados nuevos.
Por último, la unidad es también una forma de oportunismo político que ubica a los partidos políticos como complemento de las "fuerzas vivas" las cuales rechazaron históricamente la política distributiva del populismo. El oportunismo liberal termina diluyendo la potencialidad ideológica de los partidos políticos a partir de acuerdos forzados, la UCR en estos últimos años ha sido testigo de esta situación. Parafraseando a Rodolfo Puiggros, los políticos liberales poseen un bazar ideológico del cual sacan la ideología que les conviene de acuerdo a las circunstancias.