La Corte falló que en este país gobiernan los jueces, por Eduardo Aliverti
Por Eduardo Aliverti
La Corte falló que en este país gobiernan los jueces.
Es decir: los suyos.
A través del dictamen nos enteramos de que la Ciudad es una provincia, y de que le corresponde asegurar "la educación de sus habitantes", así como su modalidad, por encima de toda emergencia o catástrofe sanitaria.
También nos desayunamos con que la clave es la inexistencia del AMBA, porque así lo estipulan los términos constitucionales. No es "una región". A efectos jurídicos es una ensoñación geográfica, dice la Corte en verba práctica.
Esto es: alrededor de 15 millones de personas que diariamente se intercambian trabajo, lugares, transporte público, no están. No existen. Son un ente, diría Videla.
Pero, sobre todo, la "novedad" es que la Corte advierte que su definición debe aplicarse a "casos futuros".
Es decir que, si llega a haber el colapso ya casi vigente del sistema de salud de la región que no existe, la Ciudad podrá mantener su autonomía decisoria al margen de cualquier medida de un gobierno nacional que, enseña la Corte, está pintado.
La sensación de impotencia es abrumadora.
Ni siquiera se puede salir a estamparles en las calles que no se la van a llevar de arriba.
En rigor, ese último es el dato determinante.
Se animan a hacer esto porque saben perfectamente que la respuesta movilizatoria está vedada.
¿Alguien cree seriamente que procederían así si tuvieran la amenaza de un contraataque callejero inolvidable, como el que los hizo retroceder cuando el 2 x 1 a favor de los genocidas?
Pero eso es lo diagnóstico, que de todos modos sirve para recordar(nos) que los pocos somos muchos.
En el recetario, no pareciera haber otra fórmula que acumular convicción en cada espacio que se pueda. Confrontar con disposiciones de ayuda económica, que hagan sentir en los bolsillos populares la necesidad de ratificar confianza en este experimento enquilombado que gobierna (en el rincón que le deja el Poder Judicial). Comunicarlo como se debe. Afectar intereses concretos de alguna manera que pueda ser más efectiva que declamatoria.
No está habiendo relato esperanzador de ofensiva, y a la vez es irrefutable lo complicadísimo de establecerlo en medio de una pandemia desgarradora.
Putear a Alberto porque corre riesgo de Alfonsín, reclamar comprensiblemente destemplados que "hagan algo", trazar soluciones mágicas como si se dispusiera de soviets organizados en etapa revolucionaria, no es más que un cúmulo de descargas emocionales.
Igual descarguémonos, está bien, porque lo único que falta es regalarles desánimo.
Que es justamente lo que quieren.