Malvinas íntima: un testimonio de padre a hija
Por Eugenia Christiani
El 4 de febrero de 2021, fuimos con mi papá a comer a una pizzería cerca de casa. Todavía no había pasado ni un año de la pandemia, así que los cuidados protocolares estaban bastante en regla. Barbijo, alcohol en gel, paranoia por las muertes diarias. Eran mis últimas horas con 22 años, faltaba poco para que dieran las doce. La víspera festiva siempre generaba un clima especial, más propenso a las charlas. Y hacía rato venía dándole vueltas a la idea de entrevistarlo. No escucharlo contar su experiencia en el Gurruchaga a través de la radio, sino encargarme yo de hacerle todas las preguntas. Las bobas, las obvias, las que imagino que haríamos cualquiera fuera del contexto, distanciados por el tiempo, problematizados por otras cosas. La matemática todavía ofrecía coincidencias: yo tenía la misma edad que él cuando el estallido del conflicto lo encontraba como jefe de Abastecimiento en el ARA Gurruchaga, el 2 de abril de 1982.
Rápidamente la conversación viró a los temas que charlábamos siempre. Pero lo previsible no me impedía ejercer una escucha activa. Mientras me hablaba sobre su abuela, que se había casado con el hijo de un danés que vino a marcar el mapa topográfico de ferrocarriles del país, cuyo apellido provenía de una comunidad trash pseudo-anarco de Dinamarca, sobre su tío y su participación en el desembarco de Normandía; esta vez la repetición de las anécdotas operaba a mi favor: me permitía profundizar en los aspectos, recolectar los adjetivos de un personaje que con soltura, pero por sobre todo distinción, conjugaba casi de manera pictórica sus experiencias para compartirlas:
"En el Gurruchaga éramos 6 oficiales. Uno de máquina, otro de comunicaciones, el comandante, el timonel... Y 60 suboficiales, cabos, marinos, conscriptos. Yo era guardiamarina, hacía dos meses me había recibido. Tenía 22 años. Hacía unos años nomás conocía el mar…" –Algo lo distrae, debe ser la memoria. Pero de un empujón retoma y sigue:– "¿Vos sabés lo que es un mensaje flash?"
Al norte: Ara Alférez Sobral
En la madrugada del 3 mayo de 1982 dos pilotos de la Fuerza Aérea Argentina son alcanzados por un misil inglés quedando a la deriva del Atlántico Sur. Si uno pudiera describir lo que es caer al agua de esas latitudes no tendría otra alternativa más que buscar adjetivos enormes, que pudieran describir una fiereza exuberante que toma y recobra corporalidad en la náusea de su constante movimiento, que se dota del frío más punzante del sur, que contorsiona en espiral una vasta sensación de incertidumbre. Sin embargo, uno no puede. Tenemos algo que nos aproxima, un profesional de mar ataja:
"Todo marino sabe que tenés cuatro, cinco minutos de vida ahí."
"Nuestro Atlántico Sur es tenaz, no negocia su bravura."
Antes de eyectar, los pilotos alcanzan a pedir ayuda a través de una frecuencia internacional de socorro. La balsa inflable que está dentro del equipo de eyección los va a ayudar a sobrellevar la espera en el mar por unas horas, las cuales ahora no parecen poder ser números exactos, solo vagas figuras sobre las que habrá que dibujar estimaciones. A esperar. Las autoridades en tierra reciben el mensaje y mandan a un buque que, como el Gurruchaga, estaba en el desempeño de ayuda humanitaria. Es asignado para el rescate el Ara Alferez Sobral.
Cuando el comandante Gómez Roca recibe la posición en donde los pilotos habían caído entiende también, casi al mismo tiempo, que iba a insertarse en medio de la posición de la flota británica. Lo que en un primer momento era una operación de rescate tomaba ahora la forma de un desafío doble: había que entrar en la zona del enemigo. "Perforar", dice Raúl.
Al llegar, un helicóptero inglés se acerca al barco. Para ese puñado de hombres lo que iba a suceder era una obviedad; el fin, inminente. Entonces disparan.
El helicóptero se retira. Había que seguir con la misión de rescate. Pero el comandante lo logra divisar volviendo, esta vez posicionándose por fuera de su alcance. Presagia lo que va a suceder, y envía el mensaje “empeñado con helicóptero enemigo”, a la espera del contraataque.
"El flash es el mensaje de mayor urgencia dentro del sistema de precedencia de mensajes navales. Ese fue el único que recibí en 40 años de servicio", dice Raúl. "Por los sobrevivientes nos enteramos que momentos antes del ataque el comandante había ordenado a todos los que estaban en el puente de comando, –estamos hablando de cabos de 18, 20 años–, a la cubierta de abajo. Bajaron todos excepto el timonel y él".
Un primer misil dio en el costado del buque, rompió una lancha, y pasó de largo. El segundo entró de lleno en el puente de comando, explotó y perforó la cubierta inferior.
Entre los cinco hombres que estaban ahí se encontraba el guardiamarina Olivieri, un compañero de papá un año más grande que él. Comenta que lo recordaba muy feliz por ese tiempo, porque recién se había casado. A Gómez Roca lo conocía porque el año anterior había sido jefe de máquinas de la Fragata Libertad, y él había sido asignado al mismo sector. Sobre otros compañeros y amigos caídos también irá arrojándome datos, contándome algunos pasajes de sus vidas. Transcribiéndolo entendí que creer que eso cumplía una mera función anecdótica era una inocencia: con el nombramiento de estos datos se abalanzaba la figura de la vida misma. Se dibuja su rostro, se modula su voz, se pronuncia su nombre. Como insignia para recordarla, dos barcos llevan los nombres de los compatriotas nombrados en esta historia.
Al sur: Ara Gurruchaga
Cuando estalló el conflicto, el Gurruchaga estaba en Ushuaia. A los dos días ya se había movido a Isla de los Estados para instalarse ahí. Cada quince días el buque zarpaba de noche a cargar combustible y abastecerse de comida. Papá duda si fue el 28 o el 29 de abril cuando el Belgrano llegó a fondear al lado del buque. Se retrotrae y recuerda haber navegado en esa descomunal construcción de hierro como cadete, cuando estudiaba… “Allá por 1978”. Pero ahora tenía otra orden: el comandante lo había mandado junto al cabo segundo, Cachi, a entregar documentación al comandante del crucero. Documentación de la que él no sabía ni de qué se trataba.
"Me acuerdo llegar en un bote de goma y estar al lado de esa pared enorme, vertical, de hierro, que era el Belgrano. Altísima, como 9, 10 metros de alto. Justo había a bordo un compañero mío, contador. Estábamos con mucha hambre y me acuerdo de pedirle pan. Hace mucho no comíamos pan." Pausa, se ríe: "Me acuerdo que me dijo que espere a que se vaya el segundo comandante que sino lo iba a cagar a pedos si largaba la comida. Cuando se fue me bajó envuelto en un mantel 20, 30 kilos de pan. ¡Un festín! Saludé a mis compañeros. Fue la última vez que los vi. Fue un día jueves".
Papá llegó a bordo y racionó con sus compañeros el pan para complementar la cena de todos. 65 personas. 2, 3 rodajas para cada uno. Luego recordó que ese mismo pan fue el que terminaron comiendo los que rescataron del hundimiento.
El rescate
A las 16 horas del domingo 2 de mayo de 1982 una salva de 3 torpedos MK-8 de corrida recta fueron dirigidos a perforar la coraza del ARA General Belgrano. Uno iba dirigido a la proa, otro al centro y otro a la popa, de tal manera de partirlo en 3 pedazos y hundirlo rápido. La distancia del tiro fue de 1000 yardas, poquito menos de 1000 metros. Pero le erraron. El que iba a la proa pegó en un destructor que iba de escolta, no explotó y siguió. El que iba al centro pegó en la proa, explotó y le sacó 30 metros. Y el que iba en la popa pegó en la sala de máquinas, el corazón del barco, tiro que dejó entrar mucha agua y aceleró el hundimiento.
"Había un gran temporal en el Atlántico Sur ese domingo 2 de mayo de 1982. Nosotros estábamos al sur de la Isla de los Estados navegando. A mí me había llegado la orden del segundo comandante para preparar mi remolque porque parecía que el Crucero había tenido un problema de máquinas. Me habían dado una posición muy estimada de 70 millas al oeste. Unas 8, 10 horas de navegación. Al paso escuché en la radio la frecuencia internacional de socorro 2182 KHZ y la frecuencia internacional de aeronaves 121.5 MHZ, un pedido de auxilio: “Estamos acá, somos del Crucero General Belgrano”. Ahí nos dimos cuenta que el Crucero estaba hundido, porque los que se comunicaron ya estaban en las balsas".
A esas latitudes el sol sale a las 9 de la mañana y se pone alrededor de las 16 horas. En esa madrugada la negrura era total. Cuando llegaron al punto que los habían encomendado no había nada. El temporal era muy fuerte y se empezaron a fijar cuál era la deriva que arrastraba las balsas. La corriente se los estaba llevando hacia el sur.
La búsqueda duró toda la madrugada, hasta que el lunes a las 10 de la mañana unos aviones de exploración de la Armada que habían salido con las primeras luces del día desde Río Grande, encontraron el primer grupo de balsas. Les notificaron la ubicación. Tenían otras 4 horas de navegación por delante hasta llegar. A las 14 horas comenzó el rescate.
—Duró todo el día lunes, todo el día martes, y todo el miércoles, sacando una balsa tras otra sin parar. Era una tarea particularmente difícil porque tenías que acercarte a la balsa, ponerte a un costado e ir sacando hombre por hombre. En medio del temporal.
—¿Por balsa cuántos hombres eran?
—En teoría son para 20. Pero habían de 20, 15, 25, lo que dé. Entre sí se daban calor. Nosotros no, pero otros encontraron balsas con pocos hombres que se habían quedado solos y se habían congelado. Sevilla, un compañero mío, fue uno. Obviamente no sobrevivió... Con la promoción le hicimos un monolito ahí frente a su casa en Nuñez. Otro, Torlaski, también. Los filos de hierro del crucero habían pinchado la balsa donde estaba, y la gente que flotaba en el agua trataba de subirse. Él intentaba decirles que no porque se iban a hundir, y cuando estaba sacando, el ancla del crucero se cayó arriba de la balsa y lo tiró 4000 metros abajo. Y a Aguirre nunca lo encontramos. Juan José Aguirre. La araña Aguirre. El último en desembarcar fue el comandante, Elias Bonzo, capitán de navío. Hay fotos de eso. Falleció hace unos años. El segundo comandante está vivo. Galazi. Todavía me lo cruzo.
—¿Cuántas personas alcanzaron a rescatar?
—Nosotros 362. En total se rescataron 770 hombres, con los otros buques, el Bouchard y el Piedrabuena, y después vino el Bahía Paraíso, un buque polar que se quedó más tiempo y agarró a los últimos que se habían ido demasiado al sur. Aunque, como eran balsas que ya habían pasado 72 horas en el agua, pocas tenían hombres vivos.
Quemados, fracturados, todos con principios de congelamiento. Rescatar una balsa era una labor de una, dos horas. Algunos se podían rescatar, otros se caían, se enganchaban, se resbalaban por la piel derretida. Y en cada oleaje era ver que la balsa no se diera vuelta. En general los que más pudieron salvarse eran los que tenían mejor estado físico, los más jóvenes. Otros se tiraron al agua porque no resistieron la situación, ni en su extrema demanda física ni en su extrema demanda psicológica.
—Una vez estando con los rescatados en el Gurruchaga, se me murió uno a mí con el cabo Panizzo. De frío, de un infarto. No se quería mover, los que estaban ahí le decían que se moviera, que se junte con la gente por el calor humano… Ese fue el primero que lo subimos. Estaba duro, en cuclillas y lo subimos arriba de una mesa. Le hicimos masajes cardíacos, pero se fue. Los quemados se fueron yendo a lo largo de los días, porque tenían más del 50%, 60% del cuerpo quemado por el vapor de las calderas. Vos pensá que el buque era para 60 personas y ahí habían 362. Ocupando el piso de pasillos, comedores... A los quebrados los poníamos acostados, y los quemados iban a enfermería.
—¿Y cómo estaba compuesta la enfermería? ¿Qué era?
—Era un cabo primero enfermero y yo que era el jefe. Y había dos camas. De casualidad había embarcado un guardiamarina médico, con quien yo no tuve oportunidad de interactuar, y que colaboró con los heridos.
A los quemados les poníamos algunas cremas. Teníamos 8 inyecciones de morfina, que es todo lo que había, pero eran 14 los quemados. ¿Cómo hacés? El Gurruchaga no era un buque hospital, no existían insumos médicos para tanta cantidad de gente. No teníamos vendas, usábamos las sábanas. Cuando lo que tenés solo alcanza para que sean atendidos de a uno, pero son 300 los que tenés que ver ya, es imposible. En esos casos el mejor médico es el que está un poquito mejor que vos, el que está al lado tuyo. El que al menos te puede hablar, quedarse al lado a darte calor hasta que lleguemos a puerto.
—Y en esos tres días los pasaste de corrido, no pegaste un ojo.
—Y no. Eso tiene que ver con la preparación militar que te conté. –sí, hablamos también de eso– La preparación física, anímica, espiritual… Vos no sabés a qué situaciones te vas a exponer a lo largo de la carrera. No sabés tus propios límites ni el de las circunstancias. Para eso uno se prepara.
—¿Del Gurruchaga sabés cuántos sobrevivieron?
—No, no… no sé. Y tampoco son cosas que uno quiera saber. Uno no se pregunta eso. De los 1091 que eran en el Belgrano murieron 323. Lo interesante del Crucero es que había a bordo hombres de cada provincia argentina.
Ninguna excluida. Todo el mapa, todos.
Papá me cuenta que fue en la noche del lunes, mientras subía a hacer la guardia, cuando escuchó el aviso de socorro, el mensaje flash del Sobral. En simultáneo, mientras al sur de las islas se llevaba a cabo una operación de rescate sin precedentes, al norte se presagiaba un inminente final.
El miércoles a la tarde llegaron a Ushuaia, que era el puerto más cercano. Muchos fueron derivados al hospital y a los más graves los trasladaron al hospital de Puerto Belgrano.
Los del Gurruchaga limpiaron todo el buque, desinfectaron, quemaron la ropa que había quedado. Cargaron combustible y víveres y zarparon de vuelta a las Islas de los Estados, hasta la finalización del conflicto el 14 de junio. Hacían navegaciones y apoyos a lanchas rápidas para custodiarlos de los buques chilenos y británicos.
—Cuando terminó la guerra nos mandaron al norte, a Puerto Belgrano. Ahí tuvimos unos días de licencia. Y después temas administrativos. Y la vida continuó casi normal...
—¿Cómo normal? ¿En su momento podías irte así, seguir la vida normal?
—De nuevo, la preparación. En situaciones límite tenés que encontrar una razón, una justificación, para no dejarte absorber por la situación. Este sentido te la da el cumplimiento de la misión, la tarea hecha, el sentido del deber. Pero eso se cultiva, se lo aprende, incluso se lo entiende con el tiempo. Cuando uno está movilizado por valores, es la simiente de un accionar que no tiene techo. Cuando no tenés valores, sos eficiente y bueno en lo que hacés. Cumplís, bárbaro. Listo. Pero cuando los tenés, estás habilitado a empujar tus límites cada vez un poco más. Por eso los valores tienen que ver con la eficacia del combate, aparte de la disciplina naval. Ahí radica la complejidad de la preparación militar. Hay faltas gravísimas: mentir es gravísimo, hacer las cosas más o menos también. No hacerlo mal, porque cuando lo hacés mal estás probando un límite tuyo que es real. Hacerlo así nomás, eso sí está mal, porque te estás guardando un resto tuyo. Con vos mismo. ¿Por qué te lo guardás? ¿Cuál es el sentido de hacerlo más o menos?
Con algunos rescatados se encontró con el tiempo. A otros no los volvió a ver. Revisitar la memoria puede ser un juego pesado. Hay escenas imborrables, nombres indelebles. Lugares borrosos, números imprecisos. Raúl ronda la charla haciendo una pequeña reflexión sobre la memoria. Me cuenta que la clasifica en tres tipos:
"Una, es la que tenés más certeza, la que usé para contarte todo lo de recién. Yo cada vez que me acuerdo de todo esto tengo este relato interno y esa es la imagen que me quedó. Hay un segundo estadío de memoria en situaciones límite que es cuando la misma cabeza te redondea la cosa, le da forma. Tenés flashes, recuerdos que el inconsciente ordena y relaciona entre sí. Podés ver zonas grises que te hacen dudar, huecos, y no sabés si fue real u obra del inconsciente para lograr un sentido. Y después hay una tercera, que es la zona de la no-memoria, aquellas cosas que tu cabeza no quiere recordar. Recuerdos metidos en un sarcófago, tapados con cemento, como un instinto de preservación. Esa memoria por ejemplo, se encarga de las morfinas que te contaba antes. Si recordara qué decisiones me llevaron a elegir qué 8 hombres llevaban la inyección de los 14 que la necesitaban… ¿Cuál es el criterio para eso? Y para eso sí que no hay preparación. Vos te aproximás, pero nunca estás realmente listo. La gran mayoría de los militares no pasa por estas experiencias. A mí me tocó a los dos meses de recibido. Yo creo que hicimos las cosas bien en lo que pudimos, por la formación que tuvimos".
En épocas de conflicto armado, la historia marítima mundial no registra a esas latitudes un rescate tan grande como el del Crucero General Belgrano. Movidos bajo la consigna de no dejar a ningún hombre atrás, se logró una proeza sin precedentes.
A 40 años de Malvinas seguimos recordando a los caídos y a los sobrevivientes, que con sus testimonios aportan a preservar la memoria de uno de los hechos más significativos de la historia argentina.