Abuelas anarquistas, por Daiana Rosenfeld
Pioneras, revolucionarias, militantes, mujeres. Salvadora Medina Onrubia. Virgen roja, madre soltera en 1906, mujer que rompió con todos los cánones establecidos para fines de Siglo XIX, mujer que se atrevió y que marcó el rumbo para todas las mujeres que le siguieron después en Argentina.
América Scarfó, joven que irrumpió en el movimiento a los 15 años y aprendió a defender los ideales más elevados para las mujeres libertarias: el amor libre y la anarquía.
Mujeres invisibilizadas, conocidas como las “mujeres de”, acechadas hasta por sus propios demonios y estructuras, porque no es fácil ir más allá de lo que la sociedad esperaba para ellas.
Salvadora cometió todos los pecados inimaginables para una mujer en esa época y fue hasta contra sus propios límites. Y osciló una y otra vez, entre la lucha anarcofeminista, su mundo espiritual, la escritura, la actividad política y el mundo burgués de su marido Natalio Botana. Luchó fervientemente por la liberación del exponente anarquista, Simón Radowitzky, el encargado de vengar las muertes de la masacre de la Semana Roja en 1909, donde el coronel Ramón Falcón reprimió y asesinó a muchos de sus compañeros anarquistas.
También ayudó a América Scarfó cuando más la necesitaba: luego del fusilamiento de su hermano anarquista, Paulino Scarfó, y de su amor, Severino Di Giovanni, a manos de la dictadura de José Félix de Uriburu, en 1931. Le dio trabajo para que América pudiera ayudar económicamente a los hijos de Severino; y un hogar y contención, ante el acecho policial constante. Y América buscó también en Salvadora con quien compartir sus ideas entre la oscuridad de la primera dictadura de nuestro país. El movimiento político que tanto amaban, se iba derrumbando. Anarquistas desaparecidos y asesinados.
Salvadora era distinta y su historia, como la de todos, estaba llena de contradicciones. Su vida vagaba entre una y otra realidad, intentando encontrar su centro, porque se sentía una descentrada. Y por sentirse distinta, también comenzó su inestabilidad: sus hijos la despreciaban por su excentricidad y su ideología política y la vida familiar estuvo signada por las peleas, la tragedia y la muerte.
De esta forma, Salvadora volcó su angustia (y la de todas las mujeres) en sus obras literarias, las adicciones y la vida espiritual. También cuestionó el rol de la mujer y la maternidad en un mundo que parecía anticuado para ella. Y terminó en la soledad, y probablemente en el olvido.
América, por su parte, era muy joven cuando ingresó al anarquismo, pero no por ello inocente: supo enfrentarse a las críticas de su familia y hasta de sus propios compañeros, que la subestimaban por ser mujer y simplemente ser la compañera de unos de los referentes libertarios más importantes: Severino Di Giovanni. Logró fugarse de su casa, enfrentarse a sus propios compañeros de ideas ante los prejuicios y generar un proyecto de economía autosustentable para los anarquistas con huertas y una editorial para las publicaciones libertarias. Ese paraíso no duró más de un año: la policía irrumpió, confiscó todo y se la llevó presa. Zafó, era menor, pero Paulino y Severino fueron fusilados (los últimos por pena de muerte en Argentina) bajo las órdenes de Von Pepe Uriburu. Así murió el amor, y durante años y años se refugió en el anonimato, pero sus ideas anarquistas continuaron hasta después de su muerte.
La pulsión vital, la energía arrolladora y las ideas de avanzada las acompañaban, pero quedaron olvidadas. Por suerte existe el revisionismo histórico para rescatar la historia de nuestras abuelas anarquistas, y por suerte la historia no sólo la cuentan los hombres.
Texto que forma parte de Revolución. Escuela de un sueño eterno, uno de los Cuadernos Relámpagos editados por relampagos.net y Negra Mala Testa
RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa. Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs).