Dialéctica del deseo: Cristina y Horacio el 9 de noviembre de 1989, por Rodrigo Lugones
Foto Natalia Pasquino
Por Rodrigo Lugones
El Estado de Bienestar debe defenderse, no como un fin en si mismo sino como un componente necesario de una sociedad postrabajo más amplia. El futuro permanece abierto y decidir que dirección tomará la crisis del trabajo es precisamente la lucha política que enfrentamos.
Alex Williams y Nick Srnicek - Inventar el futuro
Cristina y Horacio el 9 de noviembre de 1989
Son numerosas las veces en que uno de los liderazgos más importantes del movimiento peronista, como Cristina Fernández de Kirchner, ha expresado una lectura política sobre la caída del Muro de Berlin que, entendemos, cuanto menos, problemática o problematizable. Lo ha dicho en el Foro de CLACSO del año 2018, y también ha aprovechado otros contextos para expresar no sólo esa lectura sino, las conclusiones políticas que se desprenden de ella. En resumidas cuentas: según CFK (que conduce a una porción importante del peronismo) el Muro cayó porque la gente “quería consumir”. Es decir, colmar el deseo de adquirir nuevos productos que durante la URSS estaban prohibidos, o no llegaban al país. Es muy recordada la mención a la película "Good Bye Lenin" que realiza Cristina, cada vez que retoma ese relato. Se trata de una tensión entre el "vivir bien" (Estado de Bienestar) y la realización de un proyecto político de liberación social al mismo tiempo (la denominada estrategia socialista).
Cristina (en CLACSO particularmente), se encargó de resaltar siempre que pudo que ella pertenece a una generación diezmada. La generación de Mayo del 68, del Cordobazo, la de la Primavera de Praga, el Verano del Amor, la Guerra de Vietnam (todavía muchos/as recordamos las hermosas fotos que se tomó recorriendo los túneles construidos por el Vietcong cuando tuvo oportunidad de visitar el país asiático) y muchas otras expresiones de resistencia política al sistema económico-político-social-cultural que actualmente continúa vigente.
En suma, a la generación que adscribió al nacionalismo popular revolucionario que, en Argentina, asumió la forma de, en una de sus vertientes más populosas y poderosas, el “Peronismo Revolucionario”. Pero Cristina ofrece una lectura desde la derrota (que, por otra parte fue real) de aquella experiencia: “Intentamos cambiar el mundo… no pudimos, ahora nos conformamos con que la gente al menos viva bien”, una frase que (citada de memoria), en última instancia, busca compilar las consecuencias políticas que una derrota histórica puede acarrear.
En la lectura de CFK, del 9 de noviembre de 1989 (día de la caída del Muro de Berlín) está explícita la derrota de los 60/70 y también la victoria de la engañosa dialéctica del deseo que propone el capitalismo total a los sujetos des-simbolizados neo-liberales. En esa serie que va de los años 60, las nuevas izquierdas, los nacionalismos populares, la descolonización, la contra-cultura, la lucha armada, hasta el "no hay alternativa" de Margaret Tatcher, está también inscripta la que podemos denominar "crisis del marxismo".
Sin embargo, en la mirada del intelectual Horacio González todavía existe una manera de habitar el peronismo, habitando al mismo tiempo el marxismo (y viceversa). Todavía es posible realizar una práctica política que piense la totalidad y se proponga la compleja y complicada empresa de modificar el orden económico y social vigente. Hay un horizonte emancipatorio. La respuesta coral de los principales medios de comunicación hegemónicos de las clases dominantes, sus voceros más rabiosos y sus propagandistas más radicalizados, hacen pensar que la lucha de clases sigue viva en cada rincón de la sociedad y se vuelve a activar con debates que la llaman a despertar de su letargo (A24, TN, Radio Mitre, La Nación, Infobae y dirigentes políticos y miembros del poder judicial salieron a contestar, preocupados por el advenimiento de "la ola roja").
A contrapelo de toda esa artilleria mediática-política-judicial, la militancia debe saber que desde 1989 el problema no es que haya muerto la lucha de clases, el problema es que sólo siguió viva para las clases dominantes.
Dialéctica del deseo (o cómo toda pulsión es por definición pulsión parcial)
En parte, tanto la lectura que realiza Cristina de la caída del Muro de Berlin, como el llamado que facilita Horacio a realizar una re-lectura histórica, valorando positivamente el rol de las fuerzas revolucionarias en los 70, pueden pensarse entendiendo la crisis del marxismo y la introducción del psicoanálisis como disciplina auxiliar que puede suturar ciertos puntos ciegos de la teoría y la práctica (siempre y cuando estemos abiertos/as a una comprensión de la complejidad que comprende una realidad tan abigarrada, diversa, diferente, y múltiple como la actual).
El licenciado en Ciencias de la Educación francés Dany-Robert Dufour publicó un libro, a principio de los años 2000, que llevaba por título “El arte de reducir cabezas”, en el que polemiza abiertamente con la filosofía deleuzeana (en tanto que promueve como sujeto de cambio social a personas subjetivamente destruidas: los/as esquizofrénicos/as, mecanismo que llevaría adelante con toda precisión el neo-liberalismo, pero no para engendrar a sus sepultureros, sino para desimbolizar y psicotizar a la población).
En el libro también realiza algunos aportes interesantes, desde el campo freudiano, para poder comprender cómo funciona la dialéctica del deseo en la fase neo-liberal del capitalismo (actual etapa de acumulación en curso que el sistema viene desarrollando a escala planetaria, aunque muestre algunos rasgos de crisis).
Según Dufour, el neo-liberalismo logró comprender con gran precisión esta dialéctica, razón por la cual pudo sacarle algunos cuerpos de ventaja al materialismo dialéctico. El deseo, dice Dofour leyendo a Lacan (esto podemos encontrarlo, por ejemplo, en el seminario 11 titulado “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”), no es otra cosa más que deseo de desear. No se llena. No puede colmarse. Se desplaza. No tiene objeto definido, el cual puede alcanzar para, de ésta forma, satisfacerse "finalmente". Sino que, a medida que va “consiguiendo” sus objetos, se va a desplazando a objetos nuevos, va deseando nuevos objetos. Ilustremos con un ejemplo: Supongamos que deseo un celular nuevo, muy caro por cierto. Un deseo que es, a todas luces, difícil de realizar, pero que, debido a mi capacidad de trabajar y de ahorrar logro satisfacerlo comprándolo. Cuando lo obtengo no se acaba en mi el deseo, sino que simplemente aparece otro nuevo objeto que reemplaza al teléfono móvil, logrando que el deseo se sostenga no como la realización, sino como el desarrollo, el trayecto.
Lacan, en el seminario 11, explica que las pulsiones son por definición parciales. Son trayecto, jugada (aim) más que gol (goal), lo dirá así: “La meta de la pulsión (que es parcial) no es otra que ese regreso en forma de circuito”. En otras palabras, cuando se apaga el deseo, se apaga la vida. Mientras hay vida, hay deseo.
Siguiendo con Dufour, el acierto del capitalismo neo-liberal radica en la posibilidad de comprender que el deseo se desplaza y ofrecer toda una amplia gama de objetos que, a través del aparato ideológico publicitario, prometen satisfacer todos los deseos que lxs sujetxs tenemos. El capitalismo total tendría el poder de ofrecernos un objeto para cada deseo. Lo que desconoce, desde luego, es la consiguiente angustia que trae alcanzar el objeto deseado (o objeto causa del deseo, objeto a) y verificar que no se colmó nuestro deseo, que sigue allí, incólume.
El proyecto político que plantee una posición política como la que describe González deberá estar advertido del "Deseo" como factor político. Las pulsiones componen la vida social, porque viven dentro de la humanidad. De hecho son el motor que empuja a la vida... o a la muerte. En esta línea hay algo de verdad en el razonamiento que realiza Cristina, que la mueve a comprender el consumo como un factor determinante de una política que pueda proveer al pueblo mayor felicidad. Pero no se deberá olvidar cuál es la trampa que entraña esta lógica dialéctica que puede volver como un boomerang para golpearnos directamente.
El populismo es una forma de construcción de hegemonía política que puede asumir, si se lo busca, si moviliza al pueblo en su conjunto, el rostro - al decir de Gramsci - de un cesarismo progresivo, y le agregaría, sui-géneris de izquierda. De eso se trata, entendemos, esta pelea por el sentido a la que nos invita Horacio.
Uno de los trabajos de la militancia post-macrista será, tal como lo señalara González, el de re-escribir la historia, para pensar de otro modo a las militancias políticas que dieron la vida por un sistema económico, político, cultural y social alternativo al capitalista. Pensar una historia con un horizonte post-capitalista, incluyendo en una superación dialéctica a todas las luchas acumuladas que se han librado en las calles en estos 4 años, recogiendo el guante de la experiencia kirchnerista y, al mismo tiempo, estirando los alcances y límites del proceso anterior. Una verdadera síntesis política que logre contener una pluralidad de momentos que forman parte del pasado que tenga la capacidad de, a su vez, contener nuevos momentos del futuro, nuevas luchas, nuevas identidades, nuevas experiencias y nuevas lecturas.