Cuadernos Azucena: la isla Martín García a través de un espejo opaco
Que la isla Martín García es una fantasma que recorre no solo la historia nacional sino la del Río de la Plata, que es una emanación espectro-paradojal donde anidaron utopías (la capital de los estados unidos del sur, en la Argirópolis también sarmientina) como distopías políticas (su saga concentracionaria de lazareto, prisión a cuarentenario, de Pincen a Irigoyen, de Frondizi a Perón) es algo que se ha dado a conocer de modos diversos: libros, películas, programas televisivos. Que tratan a la isla como una curiosidad con su debido componente -espectacular- de la dualidad atracción/inquietud.
A la lógica espectacular, Horacio González le impone la de la especularidad. Que Martín García sea Un espejo opaco (sucio, lo que implica aguzar la vista), es ubicarla en el carácter de imagen-cristal, es decir, un complejo signo desde el cual ver, rever, volver a mirar, cada vez, la historia de una región, incluso la regionalidad de una historia que se condensa no como género espectacular ni terrorífico ni turístico, sino enclave político-espiritual de una nación (de naciones), el sur del sur.
Esta es la tesis que sostiene Horacio en la conferencia que dio en la primera edición del Seminario Utopía Sur (2018), organizado por el Proyecto Martín García y que ahora se publica, no solo junto a otro texto que escribió González sobre la isla para la revista Carapachay, sino junto a otros dos cuadernos que actualizan, incluso, tal proposición. La de la co-vivencia espectral de lo utópico y distópico como núcleo trágico del pensamiento político, de toda imaginación política.
La que la isla -ésta, e incluso toda isla, de la Malvinas, a Cerrito, a Paulino- permite remitir, recuperar, proponer para el repertorio de imaginarios comunales.
Postales al río. Las lenguas del Paraná, es uno de ellos. Postales que, escritas y acompañadas por imágenes de jóvenes escolares de islas y orillas (Martín García, Paraná Miní, ciudad de Paraná), arrastran cual sedimento la promesa de una mirada otra sobre el río Paraná, vital vía acuática regional, en el marco de una tragedia en ciernes, la de su desnutrición, tanto de su caudal, como soberana en torno de las redituaciones económicas en manos de empresas transnacionales.
La promesa de una lengua común, no sólo junto con la del río, sino contemplando las voces juveniles (pero también de comunidades) que intentaron ser extirpadas y se infiltran como huellas mnémicas, sonoras, en formas de escritura y hablas.
El otro cuaderno es Mujeres de la isla. Biografías narradas, también expresando el dual componente especular de la vida en común, en este caso de la idealización de la vida isleña y su componente no menos mítico de salvífica escapatoria a las formas complejas no solo de un convivir con la runfla espectral que allí se condensa sino con el recorrido de una historia nacional -de la dictadura, al desguace neoliberal- que la isla habitó y habita de formas también paradójicas.
A la lógica espectacular, Horacio González le impone la de la especularidad.
En este caso en la voz de mujeres, que permite leer también a contrapelo una historia eminentemente varonil de una isla tradicionalmente de enclaustramientos (solo se dan a conocer los presos hombres cuando familias enteras expoliadas del “desierto” pampeano fueron llevadas, bautizadas y dejar morir allí) y militarizada con un regimiento de prefectura aún vigente aunque minúsculo al de antaño.
Nueva Argirópolis nombró en su momento Lucrecia Martel a su cortometraje para el Bicentenario. La renovación fundacional de la utopía sarmientina, en ella, tomó el carácter de una revisión de la historia nacional en clave de lenguas en común, incorporando las voces y miradas de mujeres y entablando un palimpsesto sígnico, de entrevero entre los pasados represivos, militares y los deseados presentes de expansión soberana (como mínimo y principio -de lo-político) de las formas discursivas.
Algo de este tridente estético-político-soberano, se condensa en estos tres cuadernos que llevan el nombre de Azucena Maizani, cantante de tango que vivió sus primeros años en la isla, cantó sus primeras canciones en el Teatro Urquiza, símbolo ruinoso hoy de un pasado de florido modernismo (el mismo que Rubén Darío desplegó en su “Marcha triunfal” escrita en la propia isla, y sobre el cuál basa su conferencia Horacio). Pero sabemos desde Simmel, pero también desde la perspectiva de rastrillaje y reverberación vitalista de los restos que hace en su obra toda González: que aquello que parece estar muriendo, desapareciendo, la ruina, el resto, es donde anida la potencial salvación de una comunidad. Así como una mujer en el film de Martel dice “las islas -las tierras- no son de nadie”, se forman y deforman y diluyen por el propio discurrir del río, de la naturaleza. En tal caso, son de aquellxs que las viven, escriben, piensan.
Los Cuadernos Azucena son una producción de miembros del Proyecto Martín García (Javier Barrio, Sebastián Russo) junto a los docentes de la Escuela Pincen de Martín García, Ignacio Crook y Carmen de la Fuente y se pueden pedir a cuadernosazucenamaizani@gmail.com
* Por decisión del autor, el artículo contiene lenguaje inclusivo.