Distancias, por Guillermo Korn
El regreso al Normal 4 venía con yapa. El reinicio de clases y la cursada del segundo año del profesorado permitía concretar un viaje proyectado por ese pequeño grupo de compañeros. La invitación, deslizada entre bromas y mates compartidos, se concretaba. Aquella provincia mesopotámica, adónde había nacido uno de ellos, sería el destino. La promesa de Eldorado estaba al alcance de la mano. No era el sueño del oro del legendario territorio del antiguo virreinato de Granada, sino aquella ciudad misionera, en el nordeste.
Las largas horas de micro no mellaron el ánimo de los veinteañeros. El entusiasmo del viaje, la calidez familiar del anfitrión, la mesa dispuesta y el descubrimiento de manjares caseros hicieron el resto. Aunque era abril, ese feriado de semana santa fue caluroso.
La distancia es doble. Por un lado, pasaron treinta años. Por otro, estábamos sin contacto con Buenos Aires. El viaje se extendió a las Cataratas, con paradas obligadas en Puerto Esperanza y sus tabacales, Wanda y las piedras preciosas. Por último, el cruce entre los ríos Paraná e Iguazú, en la Triple Frontera. Al regreso la noticia llegó como topetazo, un rayo que rompía el idílico paisaje: “parece que hubo un golpe de estado”. Tan inesperada como contundente resonó la frase. Los recursos para informarse eran precarios. El tiempo que distancia al acontecimiento es menor a los cambios que la tecnología produce en nuestras percepciones y hábitos. Diarios sólo podían buscarse en Posadas y televisor no había. Las únicas redes posibles eran las sumergidas al Paraná para la pesca. Las otras, quizás las proyectara algún lector de Bradbury. Nosotros apenas intentábamos conciliar las ideas de Paulo Freire con las de Jean Piaget. Por fin dimos con una radio que dejaba ganar sus ondas por las estaciones brasileñas que transmitían buena música y comentarios en una lengua que desconocíamos.
El desconcierto por un golpe que no era tal nos dejó inquietos y preocupados. El viaje ya no fue el mismo. La alarma por lo que transcurría a mil kilómetros de allí nos apesadumbraba. En Eldorado la vida transcurría igual, con civiles o militares. Un par de días después, el domingo, regresamos desde Posadas en tren. La vuelta fue accidentada. La máquina se detuvo un rato, larguísimo, en una ciudad correntina. Se rumoreó algo de un destacamento plegado al alzamiento militar. Semejante a lo que pasó al pasar por Campo de Mayo.
Los recuerdos me son difusos. Pantallazos apenas. Como la despedida de mis amigos en la estación Lacroze y las ganas que el 44 pasara pronto para llegar a casa. Saludar a los viejos, adormilados frente al televisor y dejar la mochila fue un mismo movimiento. La plaza era el lugar dónde quería estar, sólo allí uno puede saber lo que está sucediendo. Llegué con las zapatillas ornadas de tierra colorada.
Pero ser testigo de aquel acontecimiento no tuvo nada épico. Entendía poco y nada, aunque formara parte del centro de estudiantes, acompañara las vicisitudes del Partido Intransigente desde el cierre de campaña del 83 y me creyera medianamente informado en política. Tuve que preguntar qué estaba pasando, entre los ecos de un inaudible Alfonsín y el desconcierto de quienes regresamos en el subte dudando que la casa estuviera en orden. Ni siquiera con el diario del lunes –¿cuál, si Página 12 no existía aún?- las cosas tomaron cuerpo. Faltaban algunos días para la presentación del proyecto de ley sobre la Obediencia debida en el Congreso.
RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs).