El coraje de la verdad en el discurso del presidente Alberto en el Congreso, por Carlos Baraldini
Foto: Daniela Moran
Por Carlos Baraldini*
De todas las palabras importantes del discurso del presidente Alberto Fernandez en el inicio de la sesiones ordinarias en el Congreso (01/03/2020), quiero destacar éstas, por estar destinadas al fortalecimiento democrático real y a un desafío ético a los políticos: “En la Argentina de hoy la palabra se ha devaluado peligrosamente. Parte de nuestra política se ha valido de ella para ocultar la verdad o tergiversarla. Muchos creyeron que el discurso es una herramienta idónea para instalar en el imaginario público una realidad que no existe. Nunca midieron el daño que con la mentira le causaban al sistema democrático. Yo me resisto a seguir transitando esa lógica. Necesito que la palabra recupere el valor que alguna vez tuvo entre nosotros. Al fin y al cabo, en una democracia el valor de la palabra adquiere una relevancia singular. Los ciudadanos votan atendiendo las conductas y los dichos de sus dirigentes. Toda simulación en los actos o en los dichos, representa una estafa al conjunto social que honestamente me repugna. He repetido una y otra vez que a mi juicio, en democracia, la mentira es la mayor perversión en la que puede caer la política. Gobernar no es mentir ni es ocultarle la verdad al pueblo. Gobernar es admitir la realidad y transmitirla tal cual es para poder transformarla en favor de una sociedad que se desarrolle en condiciones de mayor igualdad.”
Y estas palabras las relaciono con la aleturgia, que es la producción de la verdad y la parrhesía, que es el hablar franco, que analiza M. Foucault en su último seminario antes de fallecer (1984).
La parrhesía no es un oficio, es una actitud, es el coraje de la verdad. Pero ¿quién dice la verdad? El profeta, dice la verdad pero envuelta en un enigma, no es la verdad cruda y llana, dado que habla en nombre de otro, deja librado a la interpretación. El sabio dice la verdad y no necesita hablar, es estructuralmente silencioso, como el ejemplo Heráclito, distanciado de los efesios porque la ciudad estaba mal gobernada, decide retirarse a jugar a la taba con los niños y lo interpelan por qué calla y les contesta ¿de qué se sorprenden? Más vale jugar con los niños que escuchar su parloteo.
Otros que dicen la verdad son el docente, el técnico, el médico, el zapatero, todos ellos han aprendido una técnica y la transmiten a otros, pero no corren ningún riesgo en la transmisión del saber. La enseñanza asegura la supervivencia del saber, en cambio, la parrhesía arriesga la muerte de quien la practica.
El parresiasta pone en juego su discurso veraz y el sujeto histórico que reúne esos elementos, profecía, sabiduría, enseñanza y parrhesía fue Sócrates. El problema socrático era cómo enseñar la virtud a los jóvenes y dar los conocimientos para gobernar la ciudad, para vivir bien. Y le costó su vida.
La primera vez que se menciona la parrhesía es en Eurípides, como derecho a hablar, decir su palabra en asuntos de la ciudad, es decir hacer política. En su diálogo Las Fenicias, define al exilio como algo duro de vivir, por no poseer parrhesía, el derecho de hablar.
El coraje de plantear verdades en estado público es lo que da autenticidad a la práctica democrática y el hablar franco (parrhesía) es una condición no formal de la democracia ateniense.
Ya Demóstenes criticaba que en las asambleas había aduladores que hablaban lo que otros querían escuchar: ¿qué razón justifica que en el juego democrático un discurso veraz no se imponga a un discurso falso? Foucault replicaba ¿qué factores motivan que en democracia el discurso veraz sea impotente? Obedece a la estructura propia de la democracia que no permite la discriminación entre lo verdadero y lo falso de un discurso. Platón reconocía una gran lucha: o democracia o decir veraz.
Nosotros, los argentinos durante estos últimos cuatro años hemos vivido bajo discursos falsos, replicados en los medios masivos, pero esencialmente falsos sin disimulo.
Lo que demanda el Presidente Alberto es que la excelencia política debe depender de los propios actores políticos, que se constituyan como sujetos éticos. Y para Foucault la Filosofía antigua evidencia que el gobierno de los hombres depende de la elaboración ética de un sujeto que pueda tener el coraje ante sí y ante los otros de un discurso de verdad. Aquí confluyen las dimensiones de Saber, Poder y Sujeto.
Al rescatar Foucault las dos preguntas kantianas ¿qué puedo conocer, cómo somos gobernados? las enriquece con la dimensión ética.
Luego con su estudio de la Filosofía cínica encuentra cuatro valores de verdad: a) la no disimulación; b) la pureza; c) la conformidad a la naturaleza y d) la soberanía. Lograr la verdadera vida o la vida otra, es totalmente pública y expuesta. El verdadero amor es el que no disimula, diría Platón.
La diferencia del parrresiasta es que es un interpelador incesante, permanente y hasta insoportable, como lo habrán experimentado algunos rentistas del campo al discurso de Alberto en el Congreso. La dimensión ética de un político descansa en una actitud, que es el coraje de la verdad, tener el coraje de decir la verdad sin disimulo y a despecho de los peligros que entrañe, escribía Foucault.
“No es la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero lo que nos procura el alimento, sino la consideración de su propio interés. No invocamos sus sentimientos humanitarios sino su egoísmo”, escribe Adam Smith, en su Investigación acerca de la naturaleza y las causas de las riquezas de las naciones de 1776. Esta es la matriz que rige la economía capitalista actual. Frente a ello hay que tener el coraje de la verdad para demostrar que esa matriz no tiene comunidad ni justicia, no tiene patria ni tiene futuro.
*Escritor