Byung Chul Han y la era de la no cosas, por Carlos Baraldini

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Byung Chul Han y la era de la no cosas, por Carlos Baraldini

24 Mayo 2022

Por Carlos Baraldini

En “No-cosas: Quiebras del mundo de hoy”, editado en 2021 en Buenos Aires, el filósofo coreano Byung Chul Han, comienza con un prólogo para meditar con un comentario de la novela editada en 1994 de la escritora japonesa Yoko Ogawa, que tiene el sugestivo nombre “La policía de la memoria”. Su trama principal, resumida sería esta: Uno a uno, los objetos empiezan a desaparecer. Las campanas, las frutas, los moños, los pájaros. Los habitantes de la pequeña isla, aislada del resto del mundo, ya se han acostumbrado al extraño fenómeno. Sin resistirse, con apatía, la mayoría quema en su patio trasero o vierte en el río eso que las autoridades han decidido eliminar. Así, un día, las aguas del arroyo absorben el líquido de cientos de frascos de perfume, envenenando a los peces. Así, otro día, en el horizonte se elevan las columnas de humo de las fotografías incineradas. Nadie parece lamentar las contantes pérdidas: cuando algo desaparece, también se esfuma todo recuerdo y toda asociación.

Han nos dice que esta novela puede leerse en analogía con nuestra actualidad. A pesar de que hay una inflación de cosas es un engaño, no vivimos la violencia de la isla de la novela, sino en un reino de la información, que se hace pasar por libertad.

En la distopía, es decir la realidad ficticia y negativa de la autora, el mundo se vacía sin cesar. La isla sin nombre de las cosas y los recuerdos perdidos se parecen a nuestro presente no dice Han. Hoy el mundo se vacía de cosas y se llena de información, donde todo se digitaliza como esas voces sin cuerpos, se descorporeiza el mundo, se suprimen los recuerdos. A diferencia de la novela nuestra realidad no es tan monótona, agrega Han. Pero el estímulo dura poco. Nos acostumbramos a percibir la realidad como fuente de sorpresas, somos cazadores de información y nos volvemos ciegos para las cosas silenciosas, discretas y habituales.

El orden terreno, nuestro lugar, donde habitamos, con un entorno estable, que le da sostén a la vida humana, está siendo sustituido por el orden digital. Es la información, no las cosas, la que determina el mundo en que vivimos nos dice Han. El mundo cada vez más se torna más intangible, nada es sólido, material.

Los humanos necesitamos las cosas como reposo de vida: la misma silla, la misma mesa y hoy están recubiertas de información, no es posible detenerse en la información, su actualidad es muy reducida, vive del estímulo de la sorpresa, es fugaz, desestabiliza la vida. Byung Chul Han cita a Luhmann que caracteriza la información y señala que “su cosmología no es una cosmología del ser, sino de la contingencia”. Es decir, no es el conocimiento de nuestro mundo, sino de algo que puede o no ocurrir, que puede o no suceder.

Han nos aclara: “la revolución industrial reforzó y expandió la esfera de las cosas. Solo nos alejaba de la naturaleza y la artesanía. La digitalización acaba con el paradigma de las cosas. Supedita a estas a la información. El hardware es soporte del software.” Es decir la máquina, la computadora, es solo un soporte de los programas, de la información, es algo secundario. Y prosigue Han “su miniaturización lo hace contraerse cada vez más. La internet de las cosas lo convierte en terminal de información. Las impresoras 3D invalidan el ser de las cosas. Las degradan a derivados materiales de la información”.

Han se pregunta ¿en qué se convierten las cosas cuando prevalece la información? Son “infórmatas”, actores que procesan información. Y nos da el ejemplo del auto del futuro: nos habla, nos informa sobre su estado y el nuestro y hasta se puede negar a funcionar si no anda bien, no consulta ni delibera, por lo tanto agrava nuestra situación existencial, tan acostumbrados a una negociación permanente en la vida.

Y luego Han pasa a analizar a Heidegger, el ser en el mundo, consiste en manejar cosas que están para usarlas con las manos. La mano es figura matriz del ser, se accede al mundo por medio de las manos. Ya no manejamos las cosas, solo nos informamos, comunicamos e interactuamos con infórmatas, no cosas. El celular, quien lo usa no tiene que preocuparse, dado que el orden digital es la suma de todos tus cuidados, allí tenés todo. En cambio Heidegger sostenía que un rasgo esencial de la existencia humana es cuidarse.

Para Heidegger las categorías de análisis como historia, pertenecen al orden terreno, en cambio las informaciones son aditivas, no narrativas, pueden contarse, pero no narrarse, no se combinan para formar una historia, justamente los largos espacios de tiempo que ocupa la continuidad narrativa distinguen a la historia y la memoria.

¡Qué contraste! Han nos dice que solo las narraciones crean significado y contexto. El orden digital y numérico, carece de historia y de memoria, por lo tanto fragmenta la vida, desfactifica la existencia humana, no reconoce indisponibilidad, su divisa es: el ser es información, el ser está a nuestra disposición y es controlable. Y cita nuevamente el celular, donde el usuario es un director de orquesta, que no es otra cosa que una prisión inteligente, somos objetos de una visión panóptica: no solo nos escuchan, nos dan los sistemas que ellos han ideado en forma conveniente. “En el mundo controlado por los algoritmos, el ser humano va perdiendo su capacidad de obrar por sí mismo, su autonomía”. La información circula ahora sin referencia alguna a la realidad, las falsas informaciones son más efectivas que los hechos: lo percibimos todos los días.

Heidegger sostenía que la verdad posee la firmeza del ser, porque se apoyaba en la permanencia y la duración, tenía el don de estabilizar la vida humana. Para ese autor la verdad es facticidad, es la realidad. Han interpreta que la era digital pone fin a la era de la verdad y da paso a la sociedad de la información posfactual, más allá de la realidad, donde todo es volátil.

Buscar la verdad requiere tiempo. Hoy donde una información despide a otra, no hay tiempo para la verdad. Todo lo que estabiliza la vida humana requiere de tiempo. La información y su percepción excluyen la observación larga y lenta.

Han llega a esta conclusión: “Hoy corremos detrás de la información sin alcanzar un saber. Tomamos nota de todo sin obtener un conocimiento. Viajamos a todas partes sin adquirir una experiencia. Nos comunicamos continuamente sin participar en una comunidad. Almacenamos grandes cantidades de datos sin recuerdos que conservar. Acumulamos amigos y seguidores sin encontrarnos con el otro. La información crea así una forma de vida sin permanencia y duración.”

Han cita y sigue la lógica hegeliana: la herramienta y la máquina representan un progreso en la civilización, pero es una cosa inerte sin la mano del hombre, no actúa por sí misma. El hombre que la maneja se convierte en una cosa porque su mano se encallece, se desgasta como una cosa. Para Hegel, según Han, el espíritu es trabajo, el espíritu es mano.

Además, el filósofo coreano recupera una cita de V. Flusser y señala: “Ya no podemos retener las cosas y no sabemos cómo retener la información, nos hemos vuelto inestables”. De esta inestabilidad inicial se da paso a la ligereza del juego: el ser humano del futuro, sin interés por las cosas, no será un trabajador (Homo faber), sino un jugador (Homo ludens). No deberá enfrentar la resistencia de la realidad, los aparatos programados se encargarán y esos humanos del futuro no se servirán de las manos. Si no tratarán con cosas, tampoco se puede hablar de actividades. La mano, como órgano del trabajo y la actividad quedará desplazada al dedo, que es el órgano de la elección. El ser humano del futuro hace uso exclusivo de los dedos, sus necesidades serán satisfechas presionando las teclas, se acabó el drama de la vida, ahora será un juego, nada de posesiones, todo será experimentar y disfrutar. Ese ser humano inactivo del futuro es el Phono sapiens. Ya no habrá actividad para lograr su libertad, el juego no interviene en la realidad.

Cada época fue definiendo la libertad, es una construcción histórica, desde la antigüedad hasta la modernidad, donde se apunta a la autonomía del sujeto. Hoy se reduce a la libertad de elección y de consumo.

El hombre del futuro, manualmente inactivo, se entregará a la libertad de la yema de los dedos. Creerá que ante las numerosas teclas, tendrá la impresión de elegir en forma libre y no tendrá otra posibilidad de elegir, puesto que no actuará, vivirá en la poshistoria, sin darse cuenta que no usará las manos, justamente la dominación ideal es la del “pan y circo” de la sociedad romana. Hoy la gente se calla con comida gratis y juegos espectaculares.

Renta básica y juegos del ordenador asegurados sería la versión moderna del ´pan y circo´.