“Estado” de militancia: poesía viva
“Suspendido (el) interés (del discurso ordinario) y la esfera de significación que rige, el discurso poético da lugar a nuestra pertenencia profunda al mundo de la vida, permite que se exprese el lazo ontológico de nuestro ser con los otros seres y con el ser”
Paul Ricoeur, 1985
Ante la apropiación negativa del sentido del término “militancia” por parte del discurso del gobierno macrista que, entre otras cosas, para justificar los masivos despidos a trabajadores - en primer lugar estatales pero también del sector privado - se esforzó por descalificar la actividad “militante” como una actividad mezquina (que especula con el intercambio de favores y se rige por intereses personales, e incluso económicos); hoy se vuelve indispensable resignificar tanto este término como aquello a lo que se refiere, no para restituirle un sentido previo y positivo (tarea que el poder de los medios hegemónicos de comunicación tornaría imposible) sino más bien para abrir su sentido y habilitar nuevas versiones de la “militancia” y el “militante” como respuesta a la emergencia histórica en la que nos encontramos.
Para empezar hay que señalar que la palabra “militancia”, así como cualquier palabra que se vuelve consigna o emblema, y por lo tanto aglutina diversidad de pensamientos y voluntades, es susceptible de agotar su potencia y perder su eficacia, volviéndose palabra muerta. Es justo ese momento de decadencia de un término el que lo vuelve más propicio para la apropiación (o mejor digamos, expropiación) de su sentido. Mucho más aún en este tiempo posmoderno, en el que el aceleramiento y la sofisticación tecnológica hacen de la experiencia una pura inmediatez que convierte muy pronto en obsoleto todo lo que no se ajuste a su ritmo desenfrenado.
Así las cosas, el sentido de la militancia como “la conducta o actitud de aquel que se esfuerza por defender una causa” según una definición tradicional, cae en rápido descrédito, e incluso se vuelve maldito, de la mano de un discurso (falsamente) desideologizado y apolítico, que tal como lo plantea Santiago Asorey en su artículo El macrismo metafísico permitió el triunfo electoral de la derecha neoliberal en las elecciones presidenciales del 2015.
La pregunta que cabe en estas circunstancias es, entonces, no tanto acerca de qué significa realmente militar (verbo) sino sobre qué podría significar, o mejor, qué debería significar militar en el contexto actual: seguramente una posible militancia hoy tenga mucho que ver con la poesía, es decir, con esa operación del lenguaje que revivifica el sentido, que se vincula a la vida justamente en su rebelión respecto de la norma que rige el propio lenguaje y que en su transgresión lo alienta (le da aliento, lo reanima).
Pero la poesía, tal como aquí la entendemos, no es (no puede ser) sólo en el nivel del discurso, en otras palabras: la metáfora, como operación constitutiva de la poesía (siguiendo a Paul Ricoeur en Hermenéutica y Acción) como disparadora de la imaginación, se juega a la vez en el discurso y en la acción. No hay metáfora (viva) que no modifique la realidad, no hay poesía (en sentido riguroso) que no altere el orden de lo establecido. Pero ¿cómo lo hace? ¿cómo es que, en su carácter metafórico, la poesía modifica y altera el mundo?
Paul Ricoeur dirá en su teoría de la metáfora (en Metéfora Viva) que la poesía amplía los márgenes del mundo y refigura la realidad porque juega - alocada, impertinentemente respecto del código habitual -con lo posible. Así, como en un trabajo de laboratorio, la poesía ensaya hipótesis, somete a prueba valores, cuestiona comportamientos, proyecta universos alternativos, empuja los límites de lo imposible hasta hacerlo ceder. Esta “fuerza heurística” como propone Ricoeur, esta capacidad de inventar (en el sentido de agregar al mundo lo que antes no había) este aumento de la visión (de aspectos que el ojo común, utilitario, se pierde) y del conocimiento (porque la poesía crea universales que valen para el futuro, que entran en el bagaje de “saber” de la cultura); en otras palabras, esta “imaginación creadora” que la poesía actualiza, es lo que la militancia hoy debe asumir como su fundamento y su metodología.
Al “macrismo metafísico” del que habla Asorey, que se sirve de un discurso fragmentario y desarticulado, cuyo contenido se desliza esquizofrénicamente de un signo opaco en otro sin poder terminar de establecer un sentido, no se puede responder con emblemas cristalizados, desustanciados y muertos (seguramente ultrajados, sí, aniquilados por los vencedores de la Historia). La militancia no puede volverse una práctica melancólica y mucho menos necrofílica.
A esa muerte del sentido (ya sea por desánimo - o desánima - es decir, por la falta de alma propia de la posmoderidad, ya sea por la insistencia exhumatoria moderna) la militancia tiene que responder con nuevos signos, con signos vitales. Sólo esa vitalidad será capaz de recoger en su potencia, en su voluntad, en su deseo de vida, los instantes de la Historia en los que relampagueó un peligro (parafraseando al Benjamin deTesis sobre la Filosofía de la Historia y haciendo honor a este espacio de escritura).
La militancia puede recordar la Revolución en acto, en eso consiste su poesía: una sensualidad desbordante, una voluntad de vivir, una voluptuosidad del vivir, cuya potencia le gane al desabrido (en abstracto) y perverso (en concreto) emblema de la “alegría” sostenido por el macrismo. La militancia no puede ser alegre pero debe ser sentida. Y por lo mismo debe ser, tiene que ser, no puede sino ser un exceso, porque sólo un exceso puede desbordarse de lo individual en lo colectivo, porque sólo en ese exceso (que es olvido de sí, que es pérdida del yo, que es siempre hacia otros) puede recobrarse la dimensión ética del acto de militar y el sentido ético del militante en términos de trascendencia: la función de la militancia como de un orden superior que no atiende las cuestiones personales, ni siquiera la de la buena conciencia social, sino que pone al militante en lugar de un operador (u operario) de un mecanismo colectivo que lo requiere (lo llama, lo reclama) en su función, para unos objetivos que, con mucho, lo superan. Pero no como un mártir, y de ningún modo en sentido sacrificial, sino con el gozo de quien responde a una necesidad histórica y, por lo tanto, colabora con la realización de un fin superior. Con la lucidez y el gozo de abandonarse como individuo para volverse parte de un todo. La militancia así concebida es militancia encarnada, o mejor, emplazada, porque es mucho más una posición, un calce, que una acción.
Podríamos hablar de un “estado de militancia”, de la necesidad de “colocarnos” en estado de militancia, como una predisposición a responder, a dar respuesta, a hacerse responsable ante el llamado de la Historia. Casi un “estado de gracia” o de plena conciencia acerca de las relaciones (perceptivas, afectivas y de conocimiento) del sujeto con él mismo, con los otros y con el entramado social como un todo. Un estado de atención, de alerta, de disponibilidad, en contacto con lo otro de la vida (la militancia siempre es en un borde, en un “entre”, en una zona de peligro) pero a la vez muy de acuerdo con la vida. Un ética de la militancia se fundaría así en una ética del desapego, es decir, en términos de Ricoeur, en “la transferencia al otro del amor por la vida” (en Vivo hasta la muerte), para lo cual en primer término se debe amar (en sentido fuerte, en el sentido de para VIVIR estar dispuesto a perder) la vida. ¿Y qué acto más radical de amor por la vida, en tanto acto de creación, que el de la la poesía?
En una entrevista para el “Nouvel Observateur” de 1986, Marguerite Duras, hablando de su propia poesía, decía “no es tener sexo lo que cuenta, sino tener deseo. (El deseo) no se puede, y quizás no se debe, apaciguar con el sexo. El deseo es una actividad latente y en eso se parece a la escritura: se desea como se escribe, siempre”. En el mismo sentido, podemos decir que lo que cuenta hoy no es el hecho de militar, sino esa fuerza latente que anima la militancia sin jamás agotarla. La militancia no debería apaciguarse militando. La militancia debería agitar un ardor libertario, por venir. Diremos con Duras que también se desea (vivir) como se milita, siempre.
RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs)