La revolución de la alegría desde este lado de la grieta
El invierno se cuela como nunca antes por la tarde del día X en el piso 6 del departamento del Once. Las ventanas están cerradas, pero se escucha el viento atacar las paredes del contrafrente, en la cocina cada dos 3 segundos una gota choca con el lavavajillas desértico. Estufa no hay, y si habría no podría de prenderla, ya que el “sinceramiento” hace meses que se estableció de prepo en la cajita de la biblioteca. Una pareja de palomas hace barullo postrándose sobre el aire acondicionado, que el próximo verano no tendrá el placer de deleitar la casa. La heladera se encuentra helada y en ella hay espacio de sobra, ya no hay carne, solo un sachet de leche descremada, una mermelada y una bandeja con 4 milanesas de soja. No es que no me lleve bien con “la revolución de la alegría”, pasa que ella no se lleva bien conmigo. La bicicleta está rota y otra vez el 168 que pasa por Alsina será para amargarme. Por suerte, queda media botella de un tintillo en la mesada esperando para cuando vuelva por la noche y me ponga a seguir escribiendo.
Es casi suicida salir, afuera los despedidos, los piquetes, los comerciantes compitiendo a matar o morir por un nuevo cliente que sirva para aminorar ese 40% de caída en el consumo, otros, los que no tienen suerte miran desde el mostrador las vidrieras de sus proyectos con inscripciones que pronostican la clausura definitiva. En la tele pasa lo mismo, cooperativas con servicios impagables, gremialistas dando quejas, delitos que reviven el fantasma siempre presente de la mano dura, etc. Pareciera mejor la prudencia de la individualización cotidiana de puertas adentro, de casa al laburo, del laburo a la facultad, de la facultad a casa sin invitar a nadie para que sume sus angustias a las propias, no cabe una gota más de paciencia en este calvario amarillo.
No es que uno sea pesimista, ni tragicómico, pero dicen que la revolución de la alegría existe, pero que se extiende por otros pagos. No nos mienten, se da ahí donde uno no llega, donde los tributos fiscales no existen y el champagne corre como el agua, pero no se derrama para los que estamos en la parte de debajo de la pirámide social. Vos ves a los tipos y notás que el lugar prometido es real, se nota en los ojos de los jueces y los políticos del orden. Está ahí, donde antes había una retención o algún impuesto, donde antes había un “despilfarro” de recursos, ahí bien cerca de la caja fuerte de algún lugar de la República de Narcodelta.
Abajo, ahí afuera, los soldaditos se suman a la tropa de la porquería que reparte algún bufón más. No sé si será el temperamento de uno, pero las calles parecieran más grises de este lado de la grieta, y como con olor a plomo. Por la esquina una viejita se aferra cada vez más fuerte a su bolso, y un vago soguea anecdóticamente los $2 para el vino a los pibes del barrio. Las agujas se sigue moviendo, la calle pareciera agrietarse cada día un poco más esperando que despierte la bestia…
RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs)