Luzca el sol o no, por Facundo Baños
Crecí en la época de los cassettes en el Parque Rivadavia, un poco antes de que los puestos de la feria se contagiaran la gripe del Nintendo. Entre el epílogo de la primaria y los albores de la secundaria recorría sus pasillos y metía mano en los cajones, en busca de algún recital de los Redondos que todavía faltara en mi habitación. Y en esos piratas iban goteando los inéditos de la banda: había que juntarlos así, de a uno. Todavía no llegaba la época de los compilados en cd.
Fue lindo ese laburo artesanal de ir descubriendo canciones que eran como murmullos: sabía que andaban por ahí, en alguna parte, y paseaba mi olfato como perro policía. Faltaban algunos años para ver a la banda en vivo y pasar a formar parte de ese universo de ruidos que eran mis cassettes-piratas. Pero ponía play y mi pieza se transformaba en un lugar raro, y cantaba cosas que a esa edad jamás hubiera podido comprender. Sin embargo, algo se me movía en el cuerpo.
Y en esas idas y venidas al parque se colaba en mi mochila una Roxana Porcelana y se me trepaban hombres eléctricos. Y una semana después me traía otra cinta y ahí estaban Rodando, Pura Suerte, ¡me volvía loco! El cuarto se ponía vibrante y era mi segunda escuela. De pronto había empezado a construir una mirada propia. Me estaba despegando. Pero, ¿qué pasaba con Roxana Porcelana? ¿Quiénes eran esos hombres eléctricos? “Que un sueño acabó ya te dijeron, pero no que todos los sueñitos”. Esa voz rebotaba en mis cuatro paredes y yo me sentaba en mi pupitre imaginario a tomarme la vida de otra manera, que es distinto que estudiar. No era un pibe ensimismado, al contrario, crecí jugando a la pelota en la vereda con amigos del barrio. Pero entonces incorporé el hábito de esos momentos en mi aula casera, con un maestro que me daba clases de poesía y libertad. Me advertía sobre eso que andaban diciendo por ahí, que un gran sueño había acabado, pero me decía que había balsas en el naufragio. Tragar saliva en la derrota y empezar a inventar otro mundo posible. “Imaginá los planes que en mi mente están tan sin dolor”, cantaba y me hacía creer que los sueños no se pueden torturar.
La dictadura fue para ellos la ruina mental de saber que la barra se diezmaba, porque cualquier día podían borrar a otro amigo como si fuera el trazo de tiza que ya no sirve en el pizarrón. “Soy un perdido eléctrico, un multitudinario perdido y sin identidad. ¡Yo soy nadie!”. Había que ver de qué manera se ponía el pecho en ese tiempo de espanto, con tantos atrapados, en tantas telarañas. El mismo monstruo que chupó a Roxana mientras buscaba, inocente, cambiar el mundo. Ella se la jugaba con fuego y al final quedó radioactiva, “en un riesgoso interview”. Montón de canciones de los Redondos cuentan de picana, de electricidad y de mambos psicológicos en esas viejas y novedosas sesiones de tortura. Roxana es una mujer eléctrica que mira su faraónico ser mientras apaga sus ojos para siempre.
En ese mismo decorado cuelga el “Perro Bobby”, el que habla lo que hablan los demás y canta lo que cantan los demás. El más salmón de la ciudad, cantando como un león. Bobby es un servicio, “un servicio de amor, a todo rock”. Y Patricio Rey raja de todo eso. A su manera. “Rodando, montado a un tren especial. Rodando, para estallar”. No es joda, Patricio Rey. Los Redondos nacen clandestinos y lo necesitan desde el vamos como salvoconducto de la aventura: abajo ocurría todo lo que arriba era impensado, y Patricio Rey era el sereno que vigilaba la puerta de esos infiernos. Manifestaciones artísticas y por supuesto que políticas, porque no cualquiera se hacía el poronga en tiempos de amigos que no volvían. Y en esos pozos imprudentes andaba Bobby haciéndose el gil, bailando y cantando como uno más mientras tendía la alfombra para la entrada gloriosa de los siniestros.
Patricio Rey era el manto sagrado que necesitaban para seguir encontrándose, materializándose y consumiéndose hasta la próxima vez. Ceremonias chamánicas. Criminal Mambo. Era vital generar las condiciones de esos encuentros. Cada festejo era el escape, la fuga que garantizaba la vida que ellos querían vivir, y no una vida con el culo apretado, de acatamiento a la línea de terror que bajaba desde el poder. Escapaban, pero no para conservarse con vida un rato más, sino porque no estaban dispuestos a que las cosas fueran de otra forma que no sea esa.
Y Oktubre es la merca como escape solitario cuando no están dadas las condiciones de una fuga colectiva: dosis extra de coraje para tragar la noche más velada. Resistencia que exigía correr el eje más allá del raciocinio. Un tango que ocultaban mejor -del que preferían no hablar-, y ese grito prendido fuego que brota desde las vísceras: ¡vivir sólo cuesta vida! Si esta crónica tarde o temprano tiene su punto final, la preservación por la preservación misma es estéril. ¿Cómo no iba a haber drogas en las letras de los Redondos si era parte del asunto? Lo que no hay es hedonismo, que es otra cosa.
Una frase se incrusta en ese instante borroso de telón de la dictadura y apertura democrática: “Un último secuestro, el de tu estado de ánimo”. Canción de melodía alegre y letra triste que ponía en hora un reloj de peligro ausente y vacío existencial. Tenemos que proteger nuestro aliento nosotros mismos y cada día. La democracia es un arma de doble filo y eso también es Oktubre, el disco-manifiesto de los Redonditos de Ricota. Y esa angustia se mudó para siempre a un estribillo: “Ahora ya no llora, preso en mi ciudad. Casi ya no llora, ¡atrapado en libertad!”.
Blues de la Libertad fue un tema inédito hasta que se filtró en ese pariente lejano de Oktubre que se llama Luzbelito. Un retrato oscuro de los ochenta y el vidrio roto y sangrante de los noventa: espejo para nuestra vergüenza. “Mi amor, la libertad es fanática. Ha visto tanto hermano muerto, tanto amigo enloquecido. Que ya no puede soportar la pendejada de que todo es igual”. Qué curioso es que todos tengamos aprendido lo que pasó en la dictadura pero que nadie sepa bien de qué va esta democracia. Blanda como un flan y las cucharas siempre en las mismas manos. Allá no había humor para ambigüedades, y los sótanos se encendían con un par de blues: “Se muere escuchando el noticiero donde cuentan cómo le dan caza. Paisaje transmitido entre los nervios, mientras le alcanzan”. No era joda.
Pero antes de Oktubre hubo un primer disco que fue carnal y catártico, y que tiene una canción de sugestivo nombre: “Te voy a atornillar”. Un tipo que aprieta mucho y que asfixia mucho a otro, y una súplica que pudo ser dicha por cualquiera de los dos: “¿¡Cómo puede ser que te alboroten mis placeres!?”. Inocencia de la víctima o morbo del animal.
Y el sorete irrumpe de nuevo y parece que está a punto de acabar: “Apuntamos a tu nariz, hundimos tus pómulos y vos resplandecías”. Cinismo crudo de las sesiones de tortura que regresa en otras canciones: “Nadie quiere tu secreto más que vos. Nadie más que vos”. Terapia de picana para que cante el pájaro y confíe que ya pasó lo peor. “Es hora de levantarse querido, ¿dormiste bien?”, te dijo el que pateó la puerta de tu casa a la luz de la luna y te secuestró delicadamente. Es tu hora.
Y está tirado en un remolque sin luz el que resplandece a pesar de las descargas. Fauces del monstruo, ilegalidad total. Hasta el tema más festejado de los Redondos implora que no se encienda la luz porque ahí hay un secreto a voces que no se puede revelar, “¡no mires por favor!”. Secreto de Estado. Otra vez un riesgoso interview: ¿o quién pensabas que era el que, de golpe, “se enderezó” y brinda por suerte ajena? ¿Quién se ofrece mejor que nunca de un momento a otro? Uno que no soporta más electricidad sobre su cuerpo y que, por mucho que le pese, no termina de morir. Puede jugar una sola carta: montaje final.
Juguetes Perdidos es un bello papiro que dice cosas de un tiempo tibio y que, casi sin darme cuenta, se posa sobre mis manos. Ellos han dicho muchas veces que estaban más para escucharnos que para bajarnos línea, a nosotros, a los pibes. Yo elijo recoger el guante y asumir la responsabilidad histórica que me toca: ya nos contaron demasiadas historias y quedan muchas por escribir.
RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs).