¿Qué nos muestran los youtubers?
Parte de la juventud argentina está mirando youtubers. Pertenecen a la generación sub veinte que tuvieron a la televisión como niñera. Hoy en los salones de fiestas las dos estudiantes de maestra jardinera no agarran los títeres sino el control remoto y ponen a los pibes a bailar adelante de una pantalla. Por lo menos hace ejercicio, dicen algunas madres. La pregunta que debemos hacernos no es cuánto tiempo pasan los pibes delante de una pantalla sino cuánto tiempo pasan bajo techo que necesitan mirar en la pantalla lo que otros pibes y pibas están haciendo ahí afuera en una plaza, a donde los padres no los dejan ir por miedo a la inseguridad.
Los jóvenes sub 20 no conocen al Tinelli de las cámaras ocultas, cuando lo conocieron ya no había que comprar revistas para ver una mujer en ropa interior, y hoy se divierten como locos con algún joven que hace cámaras ocultas en la vía pública, en videos que superan el millón de reproducciones. Llaman a algunas de esas cámaras ocultas “experimentos sociales”. Videos como esos se producen en Colombia, México y cómo no, en Estados Unidos, donde se encuentra la primera versión de casi todo lo que nos muestran.
Comienzo por el primer video que mi sobrino de quince años me manda. Un joven camina a la tarde por una plaza en un día de semana, deja caer una billetera, atrás un hombre cargado con un bolso y una bolsa en la que parece llevar mercadería para vender, se detiene, la levanta y se la guarda. El joven se le acercará, lo increpará, el hombre negará lo que hizo, hasta que reconoce con un “bueno, si es tuya decime qué tiene”. ¿Por qué lo hiciste?, pregunta el joven. Estoy cansado de hacer el bien, contesta el señor, dice haber creído que lo quería engrupir. En el video se repiten conflictos morales en los que un adolescente increpa a un adulto y le dice por qué, por qué si nos dicen que no tenemos que hacerlo ustedes lo hacen.
Hay otro video en que unos pibes se hacen pasar por una nena, arreglan una cita con un pibe de diecinueve años en Palermo y cuando llega lo cagan a palos por pedófilo. La verdad es que no le pegan. Lo verduguearon como se merecía, tenía diecinueve años, la nena tendría once y el pibe escribió que le mancharía la cara. Me pregunto qué habrán escrito los otros. Los tres pibes lo humillan, lo reducen en el pasto gritándole que está loco, que es un enfermo, que era una niña, y una niña lo dice en el tono neutro de quien pasó cientos de horas de dibujos animados. Porque estos no son la generación Paka Paka. Esa es la que sigue, en la que pongo más esperanzas. Los pibes que tienen como ídolo a San Martín y Bolivar ¿Van a creer que la vida se trata de cuántos Me gusta acumulás?
Mirame, mirame, mirame, mirame, mirame, mirame, mirame, se la pasan pidiendo los pibes y las pibas, de todas las formas posibles y los padres en la suya. Parece que naturalizan que el ídolo de un adolescente es un pibe que hace cámaras ocultas en las plazas que el hijo no frecuenta, faltándole el respeto a cuanta persona se cruza, sin mostrar respeto alguno por las personas trabajadoras. Cómo es que no se dan cuenta, que mientras se justifican de que tienen miedo por las banditas, de donde saldrían los que tienen que encerrar, son ellos quienes están cada vez más encerrados, por asustados, y sus hijos.
Hay un miedo presente hoy y que en los ochenta no existía y es a la trata. A que te secuestren una hija, tu hermana, tu mujer, a la luz del día, que sea posible hacerla salir del mapa, saltear todos los radares y que no tengas cómo llegar hasta ella para rescatarla. Más de uno habrá leído en las redes sociales la historia de la mujer que siente un pinchazo, se descompone y cree haberse salvado de caer en una red de trata. Esa misma historia la leí escrita por una amiga. Salió de Aeroparque, paró un taxi, alguien se le acercó a ayudarla a cargar las valijas en el baúl, después la acompañó a subir al auto y antes de que le cerrara la puerta, cuando la rozó con el brazo para ayudarla a entrar, ella sintió un pinchazo. El taxi quedó trancado en el tránsito, ella comenzó a sentirse mal, trabaja en salud, por los síntomas reconoció que estaba con un pico de glucemia inducido, abrió la puerta, el tachero se detuvo, de otros autos lo increparon, ella cambió de taxi, pero el tachero se fue por la suya. ¿Fue un intento?
Los pibes y las pibas encerrados en sus departamentos, usando la palabra amigos para contactos, quieren conocer personas nuevas, como todo quisimos hacerlo en la adolescencia. Se ponen a conversar con amigos de amigos que les conversan o que los ven entre los contactos de amigos y aceptan iniciar un diálogo. Así, como es de esperar, arreglan para encontrarse en algún lugar público y conocerse o la invitan a su casa cuando saben que no hay nadie, lo que creo que la mayoría ha hecho. Pero hete aquí que la diferencia es que no saben con quién están hablando, quién está del otro lado del teclado y ese es un riesgo que en nuestra época no teníamos. Era: no hables con desconocidos, pero cómo va a ser un desconocido si un amigo lo conoce, dicen los pibes.
Busqué en internet “el video del pedófilo”, así lo nombraron, y me encontré con uno realizado en Estados Unidos. Un adulto de un programa de televisión arregla con los padres de chicas recién entradas en la adolescencia contactarlas por Facebook, con el objetivo de que la chica le propusiera o aceptara encontrarse, donde aprendería lo que no debe hacer. Lo hacen en una plaza, la piba se sorprende de que la cara no sea la misma que la de la foto y de atrás de los arbustos sale el padre como un oso feroz a los gritos preguntándole si ella se daba cuenta al riesgo que se estaba exponiendo. Es claro que no.
Yo lo que le preguntaría a todos los padres que prefieren que sus hijos se pasen el día adentro de casa con la computadora así se sienten más cómodo y seguros, si se dan cuenta el riesgo al que exponen a sus hijos obligándolos a que través de las redes virtuales mantengan la mayor parte de sus relaciones sociales. Les puedo asegurar, después de más de dos años viviendo en Brasil, que el destino es vivir adentro de una serie yankee. Al disminuir los encuentros sociales en el espacio público, la experiencia de sociabilidad grupal, los modelos sociales pasan a ser los televisivos, las personas se identifican con esos modelos y comienzan a parecerse a los personajes de la televisión. Se está dando vuelta el ciclo.
Nuestra versión argentina de la cita con la nena y el adulto, fue a partir del engaño. Hacerse pasar por una nena, citar a un adulto de diecinueve años en Palermo, verduguearlo y decirle “para eso pagá una prostituta o un trava”. Muchos de los que pagan prostitutas comienzan haciéndolo porque no tienen éxitos con las mujeres, saben que nunca lo tendrán, por aquello de que si Natura no da, y no tuvieron quién les diga que las minitas aman los payasos y la pasta de campeón, que si consigue hacerlas reír, sentirse bien y lindas, no necesitan pagar. Pero están los que pagan, los que seguirán pagando, y los que hoy pagan para satisfacer las fantasías de posesión que les genera este sistema de mierda. Permítanme la palabra, porque esas personas no hacen más que encarnar el papel de desechos que lógica de la acumulación genera.
Si para la generación previa a internet las imágenes de la sexualidad eran estáticas, en una revista, donde no había nada para escuchar más que nuestros ratones, los pibes y las pibas de hoy, que se preguntan de qué se tratara eso del encuentro sexual, buscan en internet y creen que se trata de agarrar de las mechas, para que quede bien claro quien manda, quién está arriba y le piden que miren a cámara, mirame, mirame, mirame, mirame, mientras creen que les da arcadas porque la tienen grande, mientras evitan pensar la distancia entre los dientes y la campanilla.
Mirame, mirame, mirame, mirame, pero qué es lo que hay para mirar, podríamos preguntarles. Lleva cada uno en su bolsillo un aparatito para mostrarse y cuando lo agarran, ven que no son como quisieran, que aquel tiene más Me gusta, o que a la otra le queda todo bien, por eso no cree que el chico que le gusta vaya a darle bolilla. ¿Dirán bolilla? No soy de la generación a la que evaluaban con bolillero, pero tampoco soy de la generación que creció con internet y lo noto. Me acerco a los cuarenta. Ya pasé la edad que tenía mi padre cuando me tuvo, estoy llegando a la que tenía cuando se separó de mi madre. Ya planteé el árbol, escribí un libro y me preocupo por los pibes.
Lo de los pibes engañando a un tipo que está dispuesto a tener encuentros sexuales con una nena, fue justicia por mano propia. Eso va a pasar. De hecho ya pasa. El atrapado desde el suelo agradeció que no lo hayan cagado a trompadas. Queríamos que aprendas, le contestan. “¡Decí a cámara que no lo vas a hacer más, pedí perdón a cámara! ¡No te tapes la cara, pedófilo hijo de puta! ¡Tu foto ya la tenemos!”. Estamos creando un ejército de vigilantes.
“La mirada es el infierno de los otros”, dijo el estrábigo.
El infierno no es la mirada de los otros, el infierno es valorarla. El infierno es creer que valemos por nuestra apariencia, la insatisfacción constante que lleva a la nueva remera, camperita, pantalones ajustados, de la que son víctimas tanto hombres como mujeres. Nosotros también padecemos el peso de la imagen, las verdugueadas por el peso, como cualquier mujer. No es una cuestión de género, es una cuestión de que esta sociedad jerarquiza las relaciones sociales sobre la base de la apariencia. Si no tengo, al menos que no parezca. Enchapame el diente, no más.
Cuando la Argentina rodaba por el desbarrancadero del abismo del que ya salimos, yo me acercaba a los veinte años. Trabajaba desde los dieciséis y a dos del año dos mil se pusieron de moda las chombas con el cocodrilo y las camisetas de polo que se vendían en la vereda, junto con las alpargatas y el cuenta ganado. A mí me partía el alma ver a mis amigos vestidos de patrón de estancia, queriendo lucir como los responsables de su pobreza. En ese momento estaban invisibilizados los responsables, al menos para nuestra generación. Hoy hay una generación que les vio en vivo la cara a los que decían que nos teníamos que ir antes, sin derecho a comer lomo.
Y esta generación youtubers, no son como dice Durán Barba los jóvenes del futuro. No todos nuestros pibes y pibas son criados por personas que los dejan que tiren todas las revistas en el consultorio médico, revuelvan la ropa acomodada en la estantería del local, dejan que el pibe te siga pateando en el colectivo, porque viste como son los chicos. O mientras el pibe está en medio de un ataque de furia, rompiendo todo, se quedan paralizados sin saber qué hacer, o peor, prefieren ni molestarse en tratar que se calme, en algún momento se le va a pasar. No es joda, no es chiste, es tan solo mirar a quienes pasan por nuestro lado caminando o esperando en la parada el colectivo y ver que están con los auriculares puestos y una criatura de la mano. ¿Se ponen a pensar en que esa criatura que mira para arriba, es inteligente, sabe que a veces rompe las bolas, y encuentra que quien la trajo al mundo se tapa los oídos por si no quedó claro que prefiere escuchar otra cosa que su voz?
A los padres, las madres, como compañero, si quieren como alguien que laburó como psicólogo con niños, les pido liguen, denles un poco más de bola. Y sepan que es un problema bien típico de la clase media, porque los pobres pasan mucho más tiempo en la calle, saben quiénes son sus vecinos, los conocen, se prestan cosas, y eso en las grandes ciudades no pasa.
Busco qué más hizo el youtuber que sigue uno de mis sobrinos. Elijo su último video, juegan al fútbol dentro de un local que vende sánguches. Adolescentes, claro, el protagonista se pone de título “máquina sexual”, no llega a los veinte años, y patea penales entre las sillas a un boludón grande que se hace el Goycochea. Una de las trabajadoras se acerca a pedirle que la corten, se vuelve necesario que diga la cosa más obvia: no pueden jugar acá. Fue necesario que se metiera uno de los clientes, un laburante, que les dice que hay criaturas y que si le llegan a pegar un pelotazo a la nena los caga a patadas en el culo. Los pibes salen del lugar felices, contentos.
Le escribo por teléfono a mi sobrino “Es un salame ese Gonzalo” y cuando lo mando me digo, sos un pelotudo, Gómez, si querés que el pibe te escuche no le bardees lo que te manda. ¿Por qué?, me dice. Porque no respeta que ahí hay personas trabajando, que si rompen algo algún jefe vigilante va a cagar a pedos a la mujer o veduguear al de seguridad por no haberlos frenado antes. Si están trabajando los distraés un poco, me contesta. ¿A qué le están prestando tanta atención que los pibes necesitan distraerlos para que los miren?
Están ahí, los vemos todos los días, para qué hacernos los distraídos. Dejan que los pibes hagan lo que se les cante, si tienen el argumento de que el pediatra se los dijo, o la que le da las gotas homeopáticas, o les dijo que eso es lo que los pibes necesitan una compañera de pilates o el profesor de yoga, más fuerte discuten cuando alguien les dice, che, a ver si le ponés un límite. Sino después terminan en el consultorio de una psicopedagoga, una psicóloga, un psicoanalista, diciendo que el nene no para, que no se queda quieto, y no hay cómo hacerles entender: señora, son una bola de energía, necesitan descargar, correr, cansarse, pero yo no tengo tiempo, cuando vuelvo del trabajo llego muerta, seguro que usted me va a decir que no está bien, pero yo le doy la tablet o le pongo los dibujitos animados así puedo hacer las cosas que tengo que hacer.
Hay una generación de la clase media a la que nos mandaban a la calle nuestras madres para hacer esas cosas, así ellas también podían estar tranquilas un rato, solas, prenderse un pucho, tomarse un mate escuchando música tranquila, sin que ninguna criatura le fuera a taladrar los ovarios con que mamá esto, mamá aquello, MAMAAAA ¿me lavás la cola? Hoy las necesidades son las mismas, las mujeres, los padres que ayudan, tienen las mismas tareas para hacer que nuestros padres pero están rodeados de pibes que van y vienen, suben y bajan, queriendo satisfacer la necesidad biológica de moverse y desplazarse, porque los mamíferos no vienen al mundo para quedarse quietos circulando en sesenta metros cuadrados.
Como todo en la vida, es tan sólo cuestión de organizarse para construir soluciones. Piensen en lo siguiente: conocen al menos cinco padres del colegio de sus hijos que viven cerca. Se dividen un día cada uno para pasarlos a buscar y hacerlos jugar en la plaza más cercana o en la vereda. Cuánto mejor si se organizan entre vecinos de la misma cuadra y se vuelven a ocupar las veredas con chicos, que quedan tan lindas. Una tarde cada uno y les quedan cuatro tardes durante las cuales saben que los pibes no van a estar en casa y pueden darles la atención que se merecen cuando vuelven.
Qué nos están mostrando nuestros pibes y qué les estamos mostrando para que aprendan, para que tomen como modelo, es algo que como militantes debemos preguntarnos, hace a la batalla cultural. ¡Ay cuando llegue la generación Paka Paka! Ojalá esté vivo para verlos.
RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs)