Traiciones
Por Sebastián Russo
El traidor puede más, puede lo que muchos no. Buscando con dientes ávidos su ganancia en la carroña (en lo que a sus ojos está dejando de ser), se mueve rápido, con movimientos inesperados, santifica la lógica del tiempo ("hay que estar actualizado"), arrasando así el débil –cárnico- montaje comunal ("salvo mi pellejo") Todos somos de algún modo y en algún momento traidores: del deseo de ser otro, del mandato opresor. La traición, en tanto momento de excepción, funda un estado de cosas (a diferencia de la conservadora infidelidad que pretende mantener un statu quo -en, según leo, deleuziano decir-). De ella “no se vuelve”, porque ya se es otro. Para uno, para los otros. El traidor es la figura fundamental, articuladora, punto ciego, de toda grupalidad resistente. Es el que derrumba lo costosamente construido ante los impedimentos de una situación en desventaja. Es para estas grupalidades un golpe mucho más tremendo que en tramas dominantes. Donde la traición es devuelta con virulencia y más traición. Como parte de una competencia feroz por la distinción. En las otras, en cambio, tiene el tenr de lo letal, del golpe de gracia, tal sus condiciones tácticas de debilidad.
La figura del traidor tiene a su vez el halo romántico del que se autoexcluye de una sociedad que lo acogía, pero (él entendía) limitaba. Del que se expone –en búsqueda de una ganancia no solo económica calculada- a perder una cierta estabilidad y reconocimiento. El traidor es audaz. Pero hay traiciones trágicas, inevitables, apoteóticas, hasta necesarias incluso para el mismo resurgir y refundación de una comunidad. Y están las otras, miserables, tibias, oportunistas. Las que fundadas en subyugantes anhelos personales dilapidan, repentinamente, una esperanza de muchos en sus coyunturales modos de resistencia, facilitando la jugada de los otros (circunstanciales otros, claro, en términos políticos: pero hay otros y otros), destruyendo los siempre escasos resguardos de los débiles (del débil nosotros de los débiles), los debilitados por el reparto injusto, “normal”.
A quienes llevan adelante este tipo de traiciones, y por más que a la postre habiliten a su pesar (porque es “a su pesar”) un nuevo juego de intereses, de poder; a ese traidor (que el dibujo de Miguel Repiso (REP) -además de disparar este texto- configura: gris, busca), que puede mucho más que unos tantos valientes, y por el legado de entramados comunes que pone en riesgo, por la afectividad política de y por lo colectivo que desgrana, que el olvido no le sea dado con facilidad. Que la historia lo arrastre lentamente a sus frías y modélicas oscuridades. O a la luminancia del escarnio público de su auto espectacularización. Que una larga eterna noche, como sea, lo acompañe y seque hasta su triste, solitario final.
RELAMPAGOS. Ensayos crónicos para un instante de peligro. Selección y producción de textos Negra Mala Testa y La bola sin Manija. Para la APU. Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs)