Chagas y Covid: un problema científico y social, por Roberto Rovasio
Por Roberto Rovasio
Luego de las plagas europeas del siglo XIV, mejoraron las condiciones de los obreros; después del cólera del siglo XIX en Londres y en Buenos Aires, progresó el sistema sanitario, y la gripe de Kansas (mal llamada “española”) de 1918-1919 promovió la vivienda pública en Nueva York.
Sin embargo, desde mediados del siglo 20, el cólera no aseguró agua potable en zonas de riesgo, pero facilitó a la empresa biomédica priorizar líquidos de rehidratación, antibióticos y vacunas al alcance de quien pudiera pagarlos. Y la pandemia de sida, más que impulsar cambios sociales y mitigar la vulnerabilidad, estimuló la terapéutica orientada a los negocios. El chagas y el Covid no son muy diferentes.
Una añeja enfermedad
El chagas, endemia de pobres cuya resolución socioeconómica se resume en erradicar ranchos, recibió como principal apoyo la fumigación masiva de taperas de adobe o la moderna lectura genómica del parásito. La ineficiente búsqueda de vacunas y fármacos mostró el límite de la ciencia como instrumento de cambio social cuando aquella se divorcia de la sociedad real.
En la década de 1940, el chagas se reconoció como problema social; en los años 1960, integró la ciencia al servicio del pueblo; en la década de 1970 fue acogido por la Organización Mundial de la Salud y bendecido como prioridad investigativa, y la balanza se inclinó desde el enfermo hacia la estructura y el metabolismo del parásito. Época de apoyos financieros, congresos y mandatos de investigar “algo” sobre chagas para calificar como patriota.
Desde los años 1980, se apuntó al genoma parasitario como objeto de estudio, el 50 por ciento de las publicaciones trataron la química y biología del Trypanosoma cruzi y sólo el cuatro por ciento sobre epidemiología, con ausencia del enfoque social. El énfasis en conocimiento básico, puro y de excelencia apuntó a vacunas o drogas tripanomicidas, con la paradoja de que la empresa farmacéutica nunca aceptó hacerlo porque la enfermedad de pobres carecía de interés económico.
Tampoco hizo mucho la clínica. Los enfermos acudían al hospital público citadino, pero pocos se ocuparon de enfermos en sus ranchos. Y así el parásito se transformó en un modelo para grupos expertos, no necesariamente interesados en chagas, que lograron éxito internacional lejos de viviendas con vinchucas. Visibilidad internacional que permitió construir legitimidad, pero no solucionó el chagas en la Argentina, con sus tradicionales tres millones de enfermos.
La actual pandemia
La pandemia de Covid-19 admitió formas siniestras de enfrentarla. Se suele aceptar que los viejos valen menos que los jóvenes, sugiriendo que ambos ofrezcan su vida para proteger economías. Y mientras los gobiernos tratan –sin éxito– de controlar la conducta social, el Covid-19 parece dirimir el poder en la sociedad entre gobierno central y gobierno local, gobierno nacional y gobierno provincial, jóvenes o viejos, ricos o pobres, blancos o negros, nativos o inmigrantes y salud o economía.
Quienes trabajan en salud pública –desde el investigador hasta el chofer de ambulancia– no suelen verse como instrumentos del capitalismo global y defienden la salud como valor absoluto, sin percibir que la medicina fue cooptada por el poder neoliberal. Aunque la lucha por la salud es por la dignidad, la libertad y la equidad del ser humano, no siempre se cuestiona el efecto del poder político sobre la verdad, ni el efecto de la verdad sobre el poder político.
Aunque el 70 por ciento de vacunados indicaría inmunidad global, se sabe que esto es poco probable. Y mientras la falsa opción entre salud y economía agranda la grieta con intereses personales y políticos, la “gente” no se convence de que esta pandemia es una guerra mundial, con un enemigo invisible que se expresa luego de penetrar la trinchera defensiva.
Y a la coloquial pregunta ¿se aprendió algo de esta pandemia? se podría responder –entre hipocresía y cinismo– que algunos parecen haber aprendido bastante. Los muy ricos se volvieron mucho más ricos, con aumentos del 86 por ciento de sus fortunas en el marco de la catástrofe.
Ficciones y realidades comunes
Tanto el chagas como el Covid-19 enfrentan ficciones: “Según la ciencia global, la investigación de excelencia es lo único que vencerá la enfermedad; conocer al microbio determina la solución a estos problemas sociales y la nueva droga o vacuna depende de ese conocimiento”.
Aunque lo anterior esboza media realidad, hay supuestos no mencionados: 1) producción endogámica de conocimiento alejada de lo social, cultural, simbólico o institucional; 2) separación del ornamento social: ranchos, pobreza o comportamiento libérrimo; 3) “higienización” del microbio como objeto de conocimiento; 4) conversión del problema en secuencia de genes o cadena metabólica para estudiar otros modelos; 5) obtención de saberes sin salir del laboratorio para llegar a la población en riesgo; 6) prestigio mediático del biólogo molecular más que del médico de campaña.
Es decir, la generación de escenarios prístinos de conocimiento cuya utilidad, en el mejor de los casos, es abstracta.
Chagas y Covid-19 comparten ciencia, pero también compulsa moral, ética y política cuando exponen un sistema disfuncional tras el lucro de grupos privilegiados. La empresa biomédica que no se interesó en chagas sí lo hace con Covid-19, y los gobiernos de ejemplaridad democrática fluctúan entre piratería internacional y acaparamiento de vacunas, desconociendo la muerte en países indigentes.
Nadie duda de que las tecnologías para desarrollar vacunas y terapéutica son importantes. Pero ellas solas no fundan una sociedad sana, igualitaria y justa, con inclusión de marginados y respeto por sus derechos.
No es sencillo predecir una “nueva normalidad”, pero debería ser diferente. Porque continuar por la misma senda, valorando y planificando el mundo para el 10 por ciento hegemónico, deja en pocas generaciones al ser humano y al planeta.
*Profesor emérito (UNC), exinvestigador (Conicet)