Con la vanguardia del Oeste, todos te verán venir: gracias por la militancia, Agustín “Piraña” Colovos
Por Rodrigo Lugones
“Allá oíste a los dioses pronunciar tu nombre
acá la canción que habla de vos
Nadie sabe porque pero un día en la vida
todos tienen que partir
Aunque nadie sabe hacia adonde
Aunque nadie quiera dejarte ir
Siempre habrá pintada una bandera
con los colores que hiciste vivir
y así sabrá el coro del cielo,
que de los nuestros se fue el más bueno
y acá cantan tu canción
Con la vanguardia del Oeste
Todos te verán venir…”
La Renga
La muerte es un territorio misterioso. Nos llena de terror. Más aún cuando se trata de la muerte de un ser querido. En éste caso, de un amigo y, al decir de Raimundo Ongaro, un compañero del destino. Alguien con quien compartí no sólo unidad de concepción, también unidad de acción: toma de fábricas, corte de rutas, marchas, actos, multi-sectoriales, espacios de formación político sindical, represiones del gobierno macrista, e infinidad de alegrías como tener el privilegio de que asista, junto a su compañera, a la presentación de un libro que publicamos junto con esta agencia, en el que participé con un texto.
Presentación que tuvo lugar en la casa de Diego Suárez, uno de esos héroes anónimos del 2001. También dirigente sindical como Agustín “Piraña” Colovos.
Dirigentes sindicales de esos que hay por cientos… y miles. Que no son millonarios, ni tampoco empresarios. Que viven en hogares de laburantes. Que no tienen vidas lujosas. Que se enfrentan a las patronales.
Como dice el Negro Walter Correa, ninguno de esos pavos reales gerontocráticos que están todos los días en la televisión y armaron la CGT de la entrega macrista. Los que no lloran y luchan. Los y las que pelean todos los días por hacerle honor a la responsabilidad de representar en sus establecimientos a sus compañeros y compañeras.
Con esa gastada y poco recordada bandera de lucha que es la irrenunciable identidad de clase. La irrenunciable seguridad de que, aún en este líquido siglo XXI, es la clase obrera uno de los sujetos fundamentales sobre los cuales debe estructurarse cualquier tipo de política que tenga como objetivo la felicidad del pueblo.
Cuando las condiciones de producción se modifiquen, tal vez nos lleguen nuevas verdades. Mientras tanto, el rol de la clase obrera sigue siendo sustancial para comprender (e intervenir desde las verdades más elementales, sobre las cuales debemos replegarnos en momentos de crisis), el sentido de nuestra intervención política.
Estoy seguro que vos, Pira, firmarías al pie tal afirmación, por eso me doy el lujo de insertarla en esta especie de carta de despedida que todavía no puedo creer que esté escribiendo.
No logro entender por qué tantos dirigentes burocráticos se enriquecen a costa de los intereses de la clase obrera, y quienes pelean y pelearon, como vos, suelen tener destinos tan dolorosos. En este caso, signado por una enfermedad oscura que acechó durante tanto tiempo de forma tan cruel tu vida, hermano querido.
No merecías el horror… y lo viviste dos veces.
La primera vez que volviste a las calles después de haber pasado por el primer tratamiento, caminaste 13 kilómetros, junto con miles de compañeros y compañeras, desde la Ex Esma hasta Plaza de Mayo. Caminaste en la primera marcha que se realizó el 24 de marzo de 2016 contra las políticas macristas que venían a continuar aquellas oscuras políticas neoliberales de la Planificación de la Miseria, de las que habló Walsh. Las de Martínez de Hoz.
En plena recomposición de nuestra fuerza política, realizamos un plenario del Frente Sindical de Unidad Ciudadana en el Instituto Patria. Estuvimos con “la morocha” muy cerca. Cientos de delegados, delegadas, secretarios generales, adjuntos, y demás compañeros que militamos en las filas del movimiento obrero organizado, hicimos parte de ese hito en lo que caractericé, en algún momento, como la re-sindicalización de nuestro movimiento político.
No lo dudaste un segundo y fuiste derecho a ella, justo cuando estaba por entrar a dar la charla que tenía preparada para ese auditorio colmado. Le pegaste un abrazo gigante a la mujer que nos cambió la vida a 40 millones de argentinos y argentinas, y le dijiste algo que la dejó helada: “Gracias a vos y a Néstor Kirchner me pude curar de un cáncer de médula en un hospital público: El Cruce, de Florencio Varela. Gracias Cristina”.
La morocha se desarmó, pero juntó todas sus fuerzas y tomó tu agradecimiento para incorporarlo a su discurso. No solo te mencionó sino que también redimencionó todo el entramado social y político que alcanzó su gestión a partir de tu testimonio vivo.
Decían, por ese entonces, que el kirchnerismo era una fuerza anti sindical. Nosotros, minuciosamente, con intervenciones como la tuya y las de más de 70 mil referentes sindicales, delegados de base, y demás compañeros y compañeras, nos encargamos de demostrar que en las filas del movimiento obrero hay quienes no se olvidan de quienes no lo traicionan.
Todavía me parece que fue ayer cuando, en 2019, uno de mis mejores amigos, Ezequiel, enfermó. Te llamé para pedirte algunos consejos. No sabía qué hacer, ni tampoco cómo explicarme lo que estaba pasando. Eras la única certeza que me daba claridad para pelear frente a una enfermedad así. Miles eran las preguntas: ¿Qué hacer? ¿Dónde tratarlo? ¿Correspondía trasladarlo o no?
Me hablaste de vos, al hablarme de mi amigo Ezequiel, padeciendo esta enfermedad maldita que hoy puedo decir que se los llevó, físicamente, a los dos, con una gran y tranquilizadora generosidad.
Uno que hoy entiende que los duelos hay que atravesarlos. Que ha aprendido a jugar ajedrez con la muerte (esa vieja cosechera que siempre nos va a dar el jaque, en el momento que considere oportuno), no puede evitar el asombro. No es fácil, desde luego, asir lo inasible.
Menos cuando el horror, en carne viva, nos arrebata ese fulgurante resplandor de vida que fuiste, sos y serás.
Una frase atronadora que me soltaste en un audio de WhatsApp que me estrujó el corazón al mismo tiempo que me arrancó una sonrisa, late en mi todavía: “Estuve en el Infierno Rodri, pero ya no arde tanto”.
Tu pedagogía sobre la vida siempre fue un rayo que inundó todo lo que hiciste. No es común en ambientes de disputa de poder político conocer a personas con un corazón tan gigante. Parecía que, cuando hablabas o actuabas, sabiéndolo o no, lo hacías bajo esa idea de Eva Perón. La de estar “con las ventanas del alma siempre abiertas a las cosas extraordinarias”.
Con un amor profundo por el pueblo. Con una claridad meridiana. Que saltaba por encima de los decorados de la formación universitaria clásica a la que los cuadros medios y altos de las organizaciones del pueblo, a veces, nos tienen acostumbrados.
Podíamos hablar de cuanto fuiste a ver a Los Gardeles al Mocambo de Haedo, con la misma facilidad con la que hablábamos de Spinoza o de Heidegger. Y rápidamente volver a las tareas militantes que demandaba una determinada etapa del desarrollo de las luchas de nuestro pueblo. Eso que algunos supieron llamar “El estado de las cosas” y sobre todo, de qué hacer frente a ello.
Eras, amigo querido, un rafagazo de vida. Un rafagazo de la metralla de la vida que se vive de cara al sol, como dice Leticia Martínez. No me alcanzarán las palabras para agradecerte lo mucho que he aprendido de tu paso por ésta tierra. De lo que, en ese tránsito, supiste regalarnos como lección a aquellos que, con atención, te escuchamos e interpretamos correctamente (o lo mejor que pudimos).
Disculpá que me ponga algo filosófico pero, la muerte es una ruptura, no le da sentido a la vida, quita el sentido a todo lo que nos rodea. Nos llena de preguntas metafísicas. Nos suspende en el momento del duelo, la tristeza y la lógica melancolía. Nos recuerda el absurdo de la existencia.
Pero vos, hermano, supiste rodear ese absurdo de un proyecto que justificó tu paso por ésta tierra. En ese proyecto le otorgaste un sentido práctico y teórico a tu ser. El sentido de existir parándote de un lado de la mecha. Tu partida no nos deja una lección de muerte, sino un ejemplo de lucha, militancia, compromiso y proyectos que son los del pueblo argentino en su larga lucha por su liberación.
Llegaste a sacar un libro que titulaste: ¿A dónde vamos los trabajadores? Donde, como dicen los compañeros de Radio Gráfica, promoviste los debates necesarios que, entendías, debía darse el Movimiento Nacional.
Defendiste los intereses de los trabajadores de Embases del Plata de Hurlingham, frente a los embates de la restauración conservadora y neoliberal macrista. Llegaste a pelear por la conducción de la sección Morón de la Unión Obrera Metalúrgica, logrando el cargo de Secretario Adjunto de la seccional.
Yo no puedo despegarte de la tarea de la CGT Regional Oeste. Del espacio de formación de esa Juventud Sindical, del cual formé parte tardíamente. Pero que conocía desde la fallida experiencia moyanista. Siempre sentí aquel espacio como un oasis y me acerqué allí con el orgullo de defender las ideas y los intereses de la clase obrera organizada. En esos espacios de formación que supo conducir Pablo “Mono” Lombardi, donde se hablaba de la necesidad de construir “un Perón colectivo”.
Donde se podía aprender a leer un convenio colectivo de trabajo, pero también la ley de la caída tendencial de la tasa de ganancia del capital.
Allí militaban muchos compañeros, Matías de Gráficos, El Chino también de la UOM (y sepan disculparme, pero me importan tres carajos las internas, para mí el Chino y Piraña son la UOM y son una misma cosa), Maxi de Televisión, Joaquin de Señaleros. En fin, no quiero olvidarme de ninguno.
Te fuiste lejos querido amigo, el brillo de tu ausencia hoy nos iluminará en las luchas venideras. No me cabe duda de que así será.
En fin, se ha ido un revolucionario peronista: ¡Que viva la revolución peronista!