La hora de la CGT: desafíos ante el mundo laboral actual
Cuando se habla de modernizar los derechos laborales y el sistema de trabajo, suele haber detrás de esas palabras un peligro de flexibilización y de reducción de derechos. La flexibilización laboral, que se presenta como una propuesta superadora del viejo industrialismo, es tan solo una remake de la experiencia laboral de los años setenta reeditada en los noventa, con figuras laborales que van desde contratos basura y la reducción de la participación sindical a la aparición de figuras intermedias como el monotributista o emprendedor, entre otros encuadres.
Nada nuevo bajo el sol en la segunda década del siglo XXI argentino… Pero ¿no hay nada que reformar en este, si no “nuevo” sí, al menos, actual mundo laboral? ¿No hace falta reformar la legislación laboral para adaptarla a las modificaciones que sufre la realidad? ¿Qué hay de cierto en que las viejas normas impiden la inversión y el progreso?
Cuando se habla de modificar las reglas para permitir el ingreso de inversiones o cuando se ataca la supuesta perpetuidad de un dirigente sindical, es cierto que, por experiencia histórica, las consecuencias son menos derechos y mayor explotación. Sin embargo, debe haber un discurso para el mundo laboral actual que coloque al movimiento obrero -a la CGT, los sindicatos y los defensores de los derechos laborales- en un lugar que no sea simplemente reaccionario.
Entre la resistencia a cualquier cambio y la libre modificación para flexibilizar, la CGT tiene una función irreemplazable. Tiene la tarea de dar la batalla cultural, permitiendo nuevas regulaciones (sin quitar las que estén vigentes) y habilitando la discusión para generar mayor protección frente a la ola de despidos de la era Milei.
¿Cómo hacerlo?
El contrato de trabajo, que regula las relaciones entre obreros y empresarios, no es un contrato libre al que se llega por un acuerdo, como quien decide la fecha de un asado en una mesa de amigos. Nada más alejado que eso. El contrato de trabajo es fruto de luchas obreras que incorporaron “bases de derechos” para limitar la explotación del ser humano. No se llega al contrato por la libertad, entonces, sino por la generación de condiciones de igualdad. Porque no hay posibilidades de libertad sino entre sujetos en igualdad de condiciones.
Por eso, cuando el presidente Milei habla de “permitir que los sindicatos negocien libremente sus paritarias”, para el único sujeto que puede jugar a favor esa libertad es para los empresarios. Cuando se habla de quitar “impedimentos” o “exceso de regulaciones”, ello se traduce en permitir despedir “a troche y moche”. Y cuando se ataca a “los sindicalistas” sin distinción, en realidad se ataca al movimiento obrero organizado.
Esta es la base de la ecuación de un sistema de trabajo capitalista, el centro de la discusión, y la tarea que tenemos por delante. Frente a estos ataques, el movimiento obrero, a través de su máximo órgano de representación, la CGT, debe insistir en la humanización del trabajo frente a la explotación. Debe abrirse a discutir el “nuevo” mundo del trabajo, sin perder el sentido de protección y de mejoramiento de la vida de los argentinos y argentinas.
El rol humanista de la CGT
El movimiento obrero organizado tiene un rol preponderante. Más allá de los vaivenes con los gobiernos de turno y de las críticas de la población en general a su forma de participación (sean estas por defecto, cuando son dirigidas a la falta de suficientes acciones sindicales o por exceso, cuando, por el contrario, se la juzga como una organización impeditiva para lograr transformaciones verdaderas), lo cierto es que la CGT es un sector clave en esta etapa generacional del trabajo.
La CGT cumple un rol fundamental en el diálogo y la lucha por los derechos de los trabajadores y trabajadoras. No es intención de esta nota realizar un revisionismo de todos los momentos históricos de intervención de la CGT. Basta recordar su rol en el 17 de octubre, o en la Marcha Federal en los noventa para comprender que, lejos de ser una institución anquilosada (como la han tildado incluso los propios), resulta imprescindible a la hora de rescatar el lado humanista del trabajo. Porque el trabajo debe recuperar su aspecto humanitario, poniendo un freno al sentido utilitarista que se presenta en esta nueva era digital como el único posible. El pintor Daniel Santoro[1] resaltaba muy bien este contrapunto, comparando la estética del monumento Canto al trabajo, del artista argentino Rogelio Yrurtia, donde niños esclavos arrastran una piedra, con la imagen de un trabajador en su casa, disfrutando del descanso dominical en una reposera.
Así lo expresa el artículo 4° de la Ley 20744 de contrato de trabajo, de 1974, que hoy está en discusión:
Concepto de trabajo. Constituye trabajo, a los fines de esta ley, toda actividad lícita que se preste en favor de quien tiene la facultad de dirigirla, mediante una remuneración.
El contrato de trabajo tiene como principal objeto la actividad productiva y creadora del hombre en sí. Sólo después ha de entenderse que media entre las partes una relación de intercambio y un fin económico en cuanto se disciplina por esta ley.
El aspecto humanitario del trabajo será el centro del debate en el mundo laboral que se viene: la prioridad del descanso, la jornada reducida, los límites del home office, la regularización de los trabajos que utilizan como medio las aplicaciones digitales, la incorporación a un sistema de riesgos del trabajo a los trabajadores de Uber y Rappi. Esta es la agenda que la CGT deberá tener en la mira en esta nueva etapa de la siempre renovable experiencia del trabajo.
En esa tensión entre la sobreexplotación, el estrés y las condiciones de trabajo precarias que comienzan a mostrarse inciertas e insostenibles y el viejo fordismo industrial puede haber un equilibrio. Entre el concepto de trabajo como mero intercambio de cosas y la protección de la actividad productiva y creativa del hombre y de la mujer, existe un juego de pesos y contrapesos. Y la CGT, como histórica articuladora y especie de balanza social, tiene un desafío en este sentido: devolverle al trabajo su aspecto humanitario, poniendo en el centro de sus funciones la dignidad y protección de los trabajadores y trabajadoras.
[1] Fava, J. & Santoro, D., Peronismo, entre la severidad y la misericordia, 2019, Las cuarenta.
El autor de la nota es abogado laboralista y docente universitario en Derecho Laboral.