Asesinato de Fernando Báez Sosa: zapatillas para bailar y para matar
En este tiempo convulsionado por el juicio a los asesinos de Fernando Báez Sosa, la sociedad argentina se enfrenta consigo misma. Como ante el asesinato del soldado Carrasco, que prologó el fin del Servicio Militar Obligatorio en nuestro país, las muertes que se tornan públicas adquieren esa notoriedad porque develan un drama más profundo.
Una vida se va, dejando un hueco, y por ese hueco, como por una mirilla, podemos observar qué ocurre en ese orden de sucesos, ahora abierto por la muerte. El caso de Fernando no se trata en lo fundamental de violencia juvenil, como algunos medios interpretaron ciegamente; el caso de Fernando nos debe invitar a hablar sobre el racismo en Argentina.
Hay una antesala al asesinato. Se trata de un recinto simbólico donde se acomodan frecuentemente muchxs argentinxs. Estoy hablando del insulto “negro de mierda”. Ahí, los rugbiers no son muy distintos a una parte importante de nuestro país que hace uso del insulto para interpretar su realidad circundante y actuar sobre ella.
En esta antesala habitual, el crimen de Fernando se coloca a continuación. Se convirtió en una referencia dramática para toda la sociedad del poder destructivo que tiene este insulto, de las acciones que puede motivar. Un parámetro público de los alcances de una construcción discursiva que duerme en la intimidad de muchas personas; o adormece, siempre alerta para despabilarse y salir por las fauces de su portador.
El asesinato a Fernando es una violenta habitación que se abrió desde la antesala “negro de mierda”. A diario, muchas otras habitaciones se abren desde allí: la negación a comprar pañuelitos descartables, porque es un… un voto a un partido político, porque si no, ganan los otros que defienden a los… explotación laboral, violencia obstétrica, etc, etc.
Si con Carrasco supimos ver la colimba de otra forma, el crimen contra Fernando nos debe abrir los ojos para comprender que el racismo en la Argentina engendra demonios de muchos tamaños.
El caso de Fernando no se trata en lo fundamental de violencia juvenil, como algunos medios interpretaron ciegamente; el caso de Fernando nos debe invitar a hablar sobre el racismo en Argentina.
En el boliche
Le Brique seguramente era un muestrario de la juventud argentina. Una población heterogénea habitaba el boliche, empilchada y dispuesta a bailar lo que suene, bajo un mismo ritmo que, como siempre, encuentra destrezas dispares. Sin embargo, predominaba la unidad.
Todo el conflicto que terminó con el asesinato de Fernando fue iniciado porque, durante un pogo mientras daba su show el trapero Neo Pistea, él se pisó con uno de los rugbiers, ocasionando la caída de una bebida alcohólica sobre la camisa del segundo. Este desencuentro en la marea indistinta de gente, activó un proceso de identificación mutua; quizás ahí, por primera vez, el rugbier dijo o pensó: “negro de mierda”.
Es interesante mencionar que al igual que L-Gante (ícono del género musical RKT) o Trueno (actualmente uno de los raperos más reconocidos de nuestro país), Neo Pistea grabó sus primeros temas con programas que instaló en la netbook Conectar Igualdad del gobierno argentino.
Es decir, pogueaban al ritmo de este artista de orígenes populares que plasma sus vivencias y jergas en cada tema, se chocaron, se intensificó el conflicto dentro, los echaron del boliche y fuera, “negro de mierda” recobró su vigencia que permanecía neutralizada mientras la música se desenvolvía, a pesar de que esta tuviese orígenes similares a los de Fernando.
Con neutralización quiero indicar la pérdida de efecto de este insulto, y por ende la ausencia de su utilidad interpretativa, en donde habría razones que en otros contextos son suficientes. Las letras, la procedencia y el color de piel de Neo Pistea podrían conducir al racismo que sufrió Fernando y la contradicción estriba en que allí no se percibe esa negritud, sino que se disfruta sin más.
Lo mismo con ciertos bailes. El “paso turro”, por ejemplo, no es un paso nomás, es una actitud bailada, es un producto cultural que nos toma, o dos productos vividos a la vez: primero la música (una cumbia, un RKT) y luego el movimiento que se extiende por nuestro cuerpo, que hace carne los efectos musicales. La procedencia se asoma en el adjetivo, pero no pretende ser propiedad exclusiva de ningún grupo social.
Es una manera de bailar que se activa durante ciertos temas musicales y que acierta en la expresión de sensaciones humanas (o si esto es mucho, juveniles) y por ende transversales a las fronteras de clase: tinchos o turros, chetas o rochas, hacen uso de esos pasos. Pero esta transversalidad no quiere decir que su origen sí sea uno: el de las clases populares que las clases acomodadas muchas veces definen como “negros de mierda”.
Este desencuentro en la marea indistinta de gente, activó un proceso de identificación mutua; quizás ahí, por primera vez, el rugbier dijo o pensó: “negro de mierda”.
¿Qué pasa con la música?
En un primer momento, los rugbiers y Fernando estaban en un punto de partida homogéneo. Quizás dentro de Le Brique alguna cumbia los hizo tirar unos pasos o quizás, en pleno show de Neo Pistea, a sus oídos llegó y los hizo bailar la siguiente estrofa del remix de C90 que, por aquellas épocas, el artista tocaba en todos los escenarios:
Paso con la moto, pero agarra la cartera
Señora, yo no robo, me explota la billetera
Yo vengo de barrio, por eso es que tengo tierra
Pero nos hicimo' grande' y nos pegamos como sea
En este tema que, intuyo, sonó aquella noche, Neo relata una escena de microracismo* que vivió en carne propia. Una arista de lo mismo que viviría Fernando momentos después, pero a él le tocaría la dimensión más horrenda de esta problemática social. La cercanía de estos dos fenómenos puede llevar a preguntarnos: ¿qué pasa con la música? ¿Logra sobrepasar el racismo? ¿Qué ocurre con lxs racistas que la gozan?
La música se siente y el sentir es universal. No hay nada que sustituya lo que el “paso turro” vino a expresar; o el RKT, del mismo origen, que se baila actualmente en todos los ámbitos sociales. Ofrecen un lenguaje, hacen texto el contexto juvenil: jarana, felicidad, sensualidad y gedencia. Podemos pensar que, por su potencia expresiva, identifica o le es útil a toda la juventud, pero en algunas personas se superponen, triste y extrañamente, el goce y el racismo.
Al salir del boliche, se restauran las particularidades (antes fundidas en el disfrute univesal) y “negro de mierda” impulsa un asesinato de participación colectiva. Las zapatillas manchadas con sangre de Thomsen, uno de los rugbiers, es la imagen bisagra: esas mismas que habría deslizado por la pista de Le Brique, bajo ritmos que pudiera haber calificado como de negros, eran utilizadas para matar a un “negro de mierda”.
Esta contradicción es producto del racismo. Hay que demoler la antesala “negro de mierda” que lleva a una violencia desmedida y, paradójicamente, no permite medir las contribuciones artístico-culturales de una parte de nuestro pueblo. Que convierte en trofeos (que buscan llevarse los cuerpos blancos) a los sujetos racializados, y no deja ver los trofeos que esos cuerpos pueden levantar para sí y para el resto de la sociedad.
* Todo este artículo fue fuertemente inspirado por el libro Marrones escriben del Colectivo Identidad Marrón (@identidadmarron). Recomiendo leerlo para comprender el racismo en Argentina desde la óptica de las víctimas. El concepto microracismo es explicado y ejemplificado por Sandra Condori Mamani (p. 97-100) en el libro impreso.
En la versión digital también se encuentra su definición en una entrada del Glosario. Se puede descargar gratuitamente en el siguiente enlace
* Por decisión del autor, el artículo contiene lenguaje inclusivo.