El abandono marca la vida cotidiana de los cementerios porteños
Por Paula Viafora
La Ciudad de Buenos Aires cuenta con tres cementerios ubicados en los barrios de Recoleta, Chacarita y Flores. Los tres pasaron hace rato los 100 años de historia y al recorrerlos se nota. Imponentes mausoleos y bóvedas con arquitectura y materiales ya fuera de uso y su basta extensión en medio de la ciudad, son datos claves para adivinar los años de existencia. Pero lamentablemente, también hay otros factores menos pintorescos. En los tres se nota una sostenida y avanzada falta de mantenimiento al punto de poner en peligro a quienes visitan a sus seres queridos y también a sus trabajadores. No es simplemente falta de pintura, filtraciones o herrajes oxidados, son deterioros estructurales graves que constituyen un peligro permanente.
Durante el pasado mes de febrero hubo un derrumbe en el cementerio de Flores, cuando colapsó el techo de una galería de nichos. Afortunadamente, ocurrió luego del cierre y los trabajadores consideraron "un milagro" que nadie haya salido herido y que ningún nicho haya sido afectado por el derrumbe. Vigas, mampostería, hierros y placas de yeso quedaron colgando del techo y dispersos por el suelo del panteón. La escalera que se utiliza habitualmente para acceder a los nichos más altos, casi cercanos al techo, quedó hecha añicos. A esta escalera no sólo la usan quienes realizan mantenimiento en el lugar, sino también las personas que van a dejarles flores a sus seres.
En Chacarita, se recorre un certero camino a situaciones similares. Las galerías de nichos del subsuelo están en un total estado de abandono, tapas desgastadas por el óxido de décadas que, ayudadas por las constantes filtraciones de agua, se van aflojando al punto de caerse, corriendo el riesgo de matar algún ocasional transeúnte y que, además. no son retiradas ni reemplazadas, dejando los nichos abiertos. Según los sectores con cuidadores más o menos voluntariosos puede cambiar un poco el aspecto del lugar pero en general resulta siniestro. Los baños para el público están clausurados, los ascensores y barandas de la escalera también están visiblemente deteriorados. A nivel del piso cierta parte de los techos de las mencionadas galerías se están hundiendo, por lo que no sería extraño que suceda lo mismo que en Flores.
Al problema de la infraestructura, y a la falta de mantenimiento, se suman el robo y el vandalismo que padecen los tres cementerios porteños. Aún en pandemia, mientras los sitios estaban cerrados a las visitas. En Chacarita, que es el más grande de los tres (95 hectáreas), los robos, e incluso las profanaciones, son recurrentes. La reseña histórica publicada por el Gobierno de Ciudad en su página, refleja un orgullo por su historia y por tantos inhumados célebres de la política, la cultura, el deporte, etc, que solo confirma que los funcionarios no pasan por allí muy a menudo: “Durante la epidemia de fiebre amarilla que se desató en Buenos Aires a comienzos de 1871, surgió la necesidad de ampliar la capacidad de los cementerios existentes que estaban colmados a causa de la anterior epidemia de cólera, destinando un terreno de 5 hectáreas donde hoy encontramos el Parque Los Andes, y que se conoció popularmente como Cementerio Viejo (...) La Porteña, nuestra primera locomotora, estuvo afectada al servicio de “Tren Fúnebre” que partía de la estación Bermejo, ubicada en la manzana limitada por las actuales Av. Corrientes, Ecuador, Valentín Gómez y Jean Jaures, antes denominada Bermejo, y transportaba las cajas de madera hasta la actual Av. Dorrego. Este cementerio es uno de los más grandes del mundo y la excelencia y envergadura de su construcción lo convierten en monumento histórico nacional. Desde sus inicios fue popular, aquí se encuentran nuestras personalidades más reconocidas, como Carlos Gardel, Jorge Newbery, Luis Sandrini, Alfonsina Storni, Aníbal Troilo, Osvaldo Pugliese, el polaco Goyeneche, Antonio Berni, Osvaldo Soriano, etc.”
La psicóloga (MN 16162) Nelida Ribera comentó con APU lo referente a la galería donde se encuentra el nicho de su esposo. Es una de las tantas historias de abandono. ”Se encuentra muy deteriorado, especialmente en algunos sectores donde no solamente hay falta de higiene, sino también ausencia de luz eléctrica, humedad en paredes y techos, óxido en los nichos, telarañas, agua en los pasillos cuando llueve y podría continuar con la lista de irregularidades. Varias veces presenté quejas a través de notas que me recibieron y se abrieron varios expedientes, pero nunca tuve una respuesta definida, comprometida con la situación; sólo me ofrecieron 'cambiar de sector al difunto', como si eso fuera una solución. Que nuestros seres queridos descansen en paz y en un lugar digno como corresponde a todos los seres humanos, creo que es el deseo que todos tenemos, además de una cuestión de humanidad y respeto hacia quienes fueron esas personas en vida. El fin de la vida y la disposición final de los cadáveres ha sido objeto de rituales diversos a lo largo de la historia, hubo civilizaciones que construyeron grandes monumentos para su eterna morada y posterior culto y adoración. Quizás llegó el momento de replantearnos como sociedad si estamos llegando al punto de analizar si estas practicas estan quedando desactualizadas para dar paso a otras elecciones como la cremación o la elección de cementerios privados alejados de la ciudad”, describió.
Más allá del debate sociológico, filosófico, ético y moral que envuelve al tema, sería importante dejar de postergar, aunque sea, las obras urgentes, para garantizar el tránsito seguro de quienes visitan y trabajan en los abandonados cementerios de la Ciudad.