El rol de la escuela ante los desafíos de la Inteligencia Artificial
Estamos transitando la cuarta revolución industrial, la más revolucionaria de todas, aquella que no solo cambiará lo que hacemos, sino que, sobre todo, “cambiará lo que somos”. Esta revolución traerá transformaciones profundas en la vida, el trabajo, las rutinas, la salud, la evolución y, especialmente, en la educación, tema que nos compete en este escrito. Todo planteamiento o cambio que se propone hoy para la educación se asienta aún sobre arenas movedizas, ya que no existen objetivos certeros definidos. Esto se debe, en gran parte, a que nadie —salvo un 1% mundial, sus creadores— comprende realmente el mundo que está por venir. Sobre esta base de incertidumbre, trataremos de aportar claridad a la situación actual de la educación pensando el foco en los niveles primario y secundario, que continúan siendo el eslabón más débil en este avance tecnológico.
Sabemos que la educación es una institución sumamente conservadora; tanto que sus métodos y estructura se mantienen prácticamente inalterados desde 1880. Sus jerarquías no han sido modificadas voluntariamente, sino que están siendo erosionadas por la pérdida de autoridad de las instituciones en su conjunto. Este fenómeno se vincula con la adopción masiva de la tecnología en nuestras vidas, que ha descentralizado la información y la autoridad, diluyendo así el monopolio institucional. A ello se suma el cuestionamiento y la exposición constante en las redes de las fallas institucionales, lo cual genera desconfianza. Además, se produce un cambio en el proceso de atención y aprendizaje que impacta directamente en el ámbito educativo: la exposición constante a estímulos digitales afecta la capacidad de concentración y transforma el paradigma áulico. El docente, además de impartir conocimiento, debe competir con la tecnología y los algoritmos, que ya están presentes dentro del aula. Se trata de una pelea asimétrica y desleal, diseñada para mercantilizar constantemente nuestra atención.
En los últimos años, la brecha tecnológica se redujo gracias a gobiernos progresistas que implementaron políticas públicas orientadas a lograr una efectiva inclusión digital. En casi toda Latinoamérica, se entregaron computadoras a los estudiantes, una decisión política que, en los años siguientes, ayudó a paliar el incremento de la desigualdad durante la pandemia. Si bien en muchos casos —especialmente en los barrios más populares— no se contaba con acceso a internet, esa política permitió que cada familia tuviera al menos un dispositivo, reduciendo así la brecha tecnológica.
Ahora bien, si desde sus inicios la educación siempre incorporó tecnología —como bancos, pizarrón, papel, biromes, etc.—, esa “tecnología” no puede compararse en lo más mínimo con la evolución tecnológica actual. Aquellas herramientas no interferían con el desarrollo evolutivo del ser humano; por el contrario, lo facilitaban. Pero el actual cambio de paradigma tecnológico no guarda relación con los instrumentos mencionados. Entonces, cabe preguntarse: ¿está la escuela preparada para la entrada de la inteligencia artificial?
Seguramente, ante la irrupción de esta tecnología, la escuela deba redefinirse y repensar su lugar estratégico en la vida social. Deberá cuestionar cuál será su función, ya que no puede seguir moldeando individuos para una revolución industrial que ya no existe, Y que en su momento fue su función. Tendrá que preparar personas para un nuevo rol en la sociedad, pues cambiará la estructura laboral mundial y, con ella, sobrevendrá una transformación social que alterará todo lo conocido, incluida la desaparición de muchos trabajos. Pero también surgirán nuevos empleos de los que aún no tenemos idea. En consecuencia, probablemente debamos pensar en nuevas escuelas para nuevas aldeas.
Repensar la escuela es un desafío titánico, y más lo será hacerlo con la inteligencia artificial dentro de ella. Sin embargo, la introducción de esta tecnología también podría ampliar una brecha social gigantesca, como ya dejó expuesto la pandemia, donde la desigualdad se acrecienta día a día.
Es probable que hablemos de dos modelos de escuela, como ya viene demostrando el proyecto neoliberal desde los años setenta: destrucción de la escuela pública y avance de la privada. Esto se verá fomentado por reformas educativas como la que se propone actualmente en Argentina, que seguramente se expandirá a gran parte del continente. Ante este escenario, cabe preguntarse: ¿cómo educaremos a las personas dentro de esa brecha desigual que traerá la tecnología, junto con la inteligencia artificial, a las aulas?
Tal vez la escuela pública tenga que acentuar fuertemente su rol como socializadora de la comunidad, convirtiéndose en el espacio de intercambio físico, cultural y de encuentro generacional que una a la ciudadanía, y, sobre todo, en el lugar del contacto cara a cara entre los más jóvenes. Será el espacio de convivencia y de construcción de lazos sociales más profundos de los que actualmente promueve.
Las escuelas privadas, en cambio, cumplirán ese rol en menor escala, ya que seguramente estarán destinadas a formar a los individuos que el mundo por venir necesite. Contarán con tabletas, pizarras electrónicas y la inteligencia artificial convivirá con los estudiantes en sus tareas diarias. Las clases podrán ser individuales, asistidas por IA para analizar caso por caso y mejorar el desarrollo de cada alumno, con un enfoque más profesional. La IA fomentará una educación “personalizada”, lo que supondrá otra revolución dentro de la revolución: la educación a tiempo y distancia, como ya muestra el formato híbrido. Esto apuntalará el autoaprendizaje, adiestrando a la IA para que asigne a cada estudiante el material más adecuado. En este modelo, el docente quedaría relegado, pues la IA podría asumir la transmisión del conocimiento, dejando también de lado la socialización, aspecto que nos define como seres humanos.
En medio de este cambio de paradigma educativo, es inevitable preguntarse: ¿cuál será el rol de los docentes en un futuro cercano?
Como venimos planteando, en el modelo dual de escuelas, la escuela pública probablemente sea la que contenga más docentes “reales”, mientras que en la privada serán reemplazados, en mayor o menor medida, por avatares de IA. No obstante, hasta que ese proceso se concrete, el docente seguirá disputando autoridad en el aula, compitiendo directamente con la inteligencia artificial. El docente deberá asumir —seguir sobrecargandolo— una formación continua en tecnología e IA. Es necesario empoderarlo para que esté a la altura de esta evolución y utilice la herramienta en su beneficio. ¿Cómo? Usando la IA para planificar, crear exámenes y evaluaciones, ofrecer devoluciones analíticas por cada parcial, diseñar clases específicas con contenido atractivo y, fundamentalmente, delegando en ella todo el trabajo administrativo que hoy consume su tiempo en trámites burocráticos que no contribuyen a una educación de calidad.
Frente a un panorama tecnológico que avanza con rapidez, el ámbito educativo seguirá siendo el espacio regulado y esencial para desarrollar aquellas habilidades que nos definen como humanos: pensamiento crítico, empatía, civilidad, convivencia, compasión y la plena experiencia de los 5 sentidos. Todo aquello que, hasta ahora, la inteligencia artificial generativa no ha logrado replicar, constituirá el núcleo indelegable de la escuela. Esta seguirá siendo la caja de resonancia de la sociedad, un ámbito privilegiado para las relaciones humanas; un lugar donde los jóvenes aprendan, por un lado, a comprender y utilizar la tecnología y, por el otro, a reconocer y gestionar sus emociones. Allí, independientemente del tipo de escuela del que hablemos (pública o privada), los estudiantes deberán contar con herramientas para aprender a usar la IA en beneficio propio y colectivo.
Seguramente, esto implicará una reestructuración profunda de los contenidos curriculares para adaptarlos a la nueva era que está naciendo, con todos sus pros y contras. Nos encontramos en un interregno, en el umbral de un nuevo mundo que no termina de nacer pero que ya desafía a la humanidad en su conjunto.
Al cerrarse un ciclo e iniciarse otro, la escuela tendrá que actuar como puente para preparar a los jóvenes para un mundo del cual aún sabemos muy poco. El desafío es abismal. La pregunta crucial que nos hacemos es: ¿estaremos una vez más los humanos a la altura de una nueva revolución?
* La autora es licenciada en Educación y congresala del Partido Justicialista