San la Muerte: viaje a una devoción oculta, por Diego Jáureguis
Por Diego Jáureguis
San la Muerte es un santo polémico. Muchísimas personas poseen una idea difusa sobre lo que significa adorarlo. Más de uno, con horror, lo ha visto representado en algún mural o se ha topado con sus estatuillas tétricas mirando desde las vidrieras de santerías. Hay una noción, bastante difundida, de rehuir su contacto. Si la curiosidad se atreve, los resultados de las búsquedas en Internet pueden ser desconcertantes. En la esfera digital los hispanohablantes lo confunden con la Santa Muerte, que es una veneración mexicana.
Para Wikipédia San la Muerte es “un santo popular o entidad adorada en América del Sur”. Las imágenes con las que se topan los internautas distan mucho de las de un personaje del santoral católico: remiten a la figura arquetípica de la muerte tal y como podemos verla en películas, series o como se la describe en novelas y cuentos merodeando en cementerios. La guadaña, la calavera y la túnica negra tienen un halo de expresión tumbera que no invitan a abrirle el hogar para ofrecerle un rincón como altar. Su figura protagoniza análisis antropológicos, exorcismos, rituales mágicos, crónicas policiales e incluso un chamamé de Tarragó Ros. Zaramay, uno de los referentes argentinos del malianteo (subgénero del reggaeton), lo lleva tatuado.
Tanto en Facebook como en Instagram hay grupos públicos y privados, con hasta 72 mil seguidores, donde se comparte información sobre esta entidad. Sus miembros pertenecen a diferentes regiones del país, a pesar que San la Muerte tiene su origen en la región litoraleña de nuestro territorio nacional. En algunas Fan Page, administradas por organizaciones definidas a sí mismas como religiosas, se le atribuyen milagros. En los posteos se pueden leer desde bendiciones y agradecimientos hasta pedidos de venganza.
También hay blogs anónimos donde se actualizan las direcciones de las ermitas dedicadas a San la Muerte. Por estos medios uno puede llegar hasta la página del santuario “Honor hacia mi Señor: El Origen” y ver de qué se trata, antes de cualquier incursión presencial.
El origen es siempre un buen punto de partida para tirar del ovillo y acercarse, hasta donde sea posible, al corazón de esta devoción.
Un santo oculto
Son las seis de la tarde y empieza a oscurecer. El Santuario “Honor a mi Señor: El Origen” está en la esquina de las calles De la Peña y De la Serna en Wilde, partido de Avellaneda. Este es un barrio de casas bajas y el templo llama la atención porque, además de contar con un primer piso, exhibe, sobre el techo, una figura de San la Muerte de tamaño natural protegida dentro de una jaula de vidrio. Las paredes blancas del exterior continúan la mortaja que envuelve a la imagen diabólica. La propiedad, por lo austera, parece tallada en un gran fragmento de hueso.
Afuera hay una ermita dedicada al Guachito Gil. A la vuelta, sobre De la Serna, un pasacalle cuelga con el siguiente mensaje: “Gracias mi santito adorado y a mi santa muerte querida por poner luz en la oscuridad… los amamos y siempre justicia divina. Patricia y Alberto”.
En la ochava las puertas del santuario están abiertas de par en par. El devoto es recibido por un muchacho y por las colaboradoras del templo, vestidas de blanco al igual que enfermeras.
Amablemente le explican al recién llegado cómo pedir al santito y, para ello, le extienden, por si no la ha traído, una vela y una caja de fósforos. Las velas valen 35 pesos. Un cartel plastificado indica la presencia del santuario en distintas redes sociales: Facebook, Tiktok, Instagram, YouTube.
Luego le indican donde apoyar la vela encendida y le invitan a elegir una estampita de San la Muerte. En el tarjetero hay tres tipos.
-Elegí la que quieras. Atrás tienen una oración.
El devoto ora sin saber qué pedir. Ante él está la estantería cuyas cuatro bandejas están llenas de ofrendas: botellas de whisky, vino y champagne, golosinas, cajas de bombones, cigarrillos, velas y velones ardiendo. Dos grandes figuras de San la Muerte vigilan estos regalos de la devoción. Una de ellas posee una guadaña y ambas se diferencian por la altura y el color de la capa: la más alta lleva puesta una de color negro con bordes dorados y la otra, un poco más baja, una roja. Las figuras esqueléticas tienen el atuendo abierto hasta la cintura exhibiendo sus costillas. En todo el espacio, sobre estantes y repisas, se intercalan imágenes de esta figura tétrica con estatuillas de otras procedencias religiosas como San Jorge, San Cayetano, la Virgen de Fátima, la de Guadalupe, la de Luján, la de Medjurgorge, Iemanjá, los leones de Fu y las icónicas imágenes umbandistas de los Pretos-velhos. Tampoco falta Jesucristo. También hay una vitrina con amuletos para la venta y dos alcancías rectangulares que llevan escritas la palabra “donaciones”. Pegado en una de las paredes está el código QR para escanearlo y abonar por Mercado Pago los diversos servicios que ofrece el templo.
El devoto sube a la sala del primer piso, que cuenta con bancos largos donde aguardar sentado. Unas colaboradoras barren y limpian. Esta sala da acceso a dos consultorios.
Una actividad extraña
En el consultorio de la izquierda está Fabio González, sentado detrás de una mesa. Saca un cigarrillo del atado y lo enciende. Fuma lentamente. Él fundó este espacio “hace veintiún años” en la misma casa donde nació y que funciona hoy como uno de los primeros templos a San la Muerte en la Provincia de Buenos Aires. Según sus redes sociales es vidente natural.
A los diecinueve años, deseando “encontrar respuestas a muchos vacíos”, vive lo que define como “una experiencia espiritual”. Compró dos pequeñas imágenes de plomo de San la Muerte y las escondió en el jardín que tenía su madre. Luego encendió dos velas negras. Para su asombro nos dice que: “ésa fue la primera vez que me respondió”. Gracias a la reiteración de estas señales místicas experimenta la fe “por primera vez”.
Al principio Fabio fue seguido por un compañero de trabajo y un amigo, entre otros pibes, de no más de veinte años de edad. Explica sobre aquellos primeros tiempos: “acá en Buenos Aires era muy extraño todo. Nos topábamos con más gente que no sabía de él”, refiriéndose a San la Muerte como un ser cercano, aunque invisible, pero lleno de sabiduría y bondad. Pero reconoce: “realizábamos una actividad extraña, ajena a cualquier otro lugar”.
Así empezaron a congregarse en la casa de Fabio. Pero no fue fácil que aceptaran al santo en su hogar. “Cuando lo traje mi madre tenía mucho miedo”, recuerda. No obstante la estatuilla tétrica los unió, asegura el fundador del santuario, para asombro de quienes lo escuchan. Detalla: “teníamos muchos problemas: económicos, familiares, de salud. Estábamos sumergidos en la miseria. La aparición de él nos hizo a todos levantar cabeza”.
Además San la Muerte se conecta con la historia de su padre, un paraguayo callado de misteriosas costumbres religiosas. Cada año el hombre viajaba a Paraguay y de allá les traía a sus hijos “unas medallitas de oro con algo adentro” que nadie sabía qué era. A su muerte encuentran entre las pertenencias unas estampitas de San la Muerte que Fabio recibirá de su madre mucho tiempo después. A raíz de esto su devoción se “hizo más fuerte y sólida”, porque venerar al santo era como religarse con la historia oculta de su padre.
Resume todo este proceso con las siguientes palabras: “Al encontrar respuestas encontré un mundo mágico que empecé a compartir”.
Hablar con la muerte
Mariana, que viene de familia evangelista, ocupa el consultorio de la derecha. Viste de blanco. Habla enérgicamente y fuma. Su historia con San la Muerte es sorprendente. Cuando su hijo tenía trece años asegura que fueron objeto de una brujería: “de la nada se nos cortaban los pies, nos salían tipo úlceras, no podíamos caminar”. Un día, a las cuatro de la madrugada, siguiendo algunos consejos, partieron rumbo al santuario de San la Muerte en Corrientes, pero a eso de las seis y media tuvieron un accidente en Curuzú Cuaitiá. “El auto dio diez vueltas, más o menos, y mi hijo se quebró en tres partes. Perdió la respiración. Estuvo así veinte minutos. Ya estaba muerto básicamente. La cara era una cosa de no creer”, recuerda Mariana. Desesperada le pide ayuda al Gauchito Gil de quien era devota. Entonces ocurre un hecho con tintes espeluznantes y cinematográficos: “Entre el humo del accidente veo la imagen ¨calavérica¨ con su túnica. Le digo, que si de verdad era la muerte o San la Muerte, que me devuelva a mi hijo”. A continuación su hijo recupera la respiración, despide una bola de sangre negra y, agarrándola de la mano, le dice: “no llores ma, estoy bien”. Hoy asegura: “San la Muerte salvó la vida de mi hijo”. Y lo lleva tatuado en la espalda porque su hijo sanó en tres meses contra todos los diagnósticos médicos que pronosticaban una recuperación de dos años.
Un día se acerca al santuario de Wilde para una consulta. Pero Fabio no le da una respuesta sobre la cuestión familiar planteada sino que le dice, según cuenta Mariana: “mirá, te tenés que ocupar primero de tu salud porque estás presentando un problema en tus hormonas”. La respuesta no la satisfizo pero tres meses después le diagnosticaron nódulos cancerígenos en los senos. Durante la quimioterapia se acerca para hablar con Fabio una vez más y reconocer que había acertado en el pronóstico. Fabio, en palabras de Mariana, le contesta: “Esto es una prueba para vos, porque vos tenés un don desde chica y lo tenés que desarrollar. Si lo desarrollás te vas a curar. Y si no vas a pasar operaciones y operaciones”. ¿Y cuál es ese don? Nuestra protagonista afirma que se trata de “videncia tipo médium” y, sin demasiadas especificaciones, de aplicaciones terapéuticas vinculadas con “todo lo que es el sistema espiritual”. Estos dones asegura practicarlos a diario y explica “día a día vas experimentando un montón de cosas”.
Un santo pagano
Fabio explica que la historia de San la Muerte gira en torno de tres leyendas: “La del monje jesuita o franciscano. La del rey que Dios llama para impartir justicia en la tierra y lo pone en un salón lleno de velas y le dice: ¨cada vez que se apague una vela, vos tendrás que bajar y traer el alma frente a mi presencia¨. La tercera es la del cacique que para volverse brujo se interna en la selva. No le tenía que decir a nadie donde iba a estar escondido durante los treinta días de prueba física y espiritual, pero le dice a la novia. Durante el proceso muere la mamá del cacique y la novia lo va a buscar pero lo encuentra muerto de cuclillas. Entonces le saca un dedito y se lo lleva a la mamá y la resucita”.
De la leyenda del monje, que es la más antigua, provienen las fechas conmemorativas. Cuenta una devota: “San la Muerte era un monje franciscano o jesuita que murió encerrado haciendo un ayuno de pie del 15 al 20 de agosto”. Por eso entre esos días se lo celebra en todos los santuarios.
Respecto a la vinculación de San la Muerte con lo delictivo, Fabio explica que es mala prensa por ser “un santo pagano”. Y agrega: “frente a él llegan personas de toda la escala social”. A su juicio las peticiones negativas, como las de amarres y otras, se deben a “la desesperación”.
En el santuario explican que “el devoto está todo el tiempo rozando el fanatismo”. La razón, de acuerdo a sus vivencias, es que “San la Muerte hace que vos te sientas continuamente acompañado” mediante “respuestas físicas de todo tipo”.
Para los miembros del santuario, que tienen por base la leyenda del monje, la fe en San la Muerte es un acto de amor. Con resonancias cristianas lo explican de la siguiente forma: “todo acto de creación de Dios está acompañado del amor y San la Muerte es un acto de Dios”.
A pesar de estas resonancias cristianas, los devotos “creen en la reencarnación”. Los miembros del santuario El Origen siguen un procedimiento cuando una persona abandona la vida: “cuando un ser querido muere hacemos un rosario para que esa alma esté sólida y bien para reencarnarse”.
El culto a San la Muerte no para de crecer desde el año 2000, especialmente entre los jóvenes, según observa Rosana. Para Fabio la explicación es sencilla: “hay una necesidad de encontrar respuestas, de salir adelante, de ayudar a los suyos”.
Una nueva construcción
El santuario lleva por nombre El Origen porque esta devoción “es una construcción nueva”. El templo se sostiene económicamente con las “atenciones públicas”. Éstas, según los miembros del santuario, son “técnicas chamánicas” y “ciencias astrológicas” cuyo objeto es realizar un “diagnóstico” en personas que tienen “problemas espirituales”. Luego se realiza una acción, cuya naturaleza no ha sido especificada, tendiente a la mejora del sujeto. Estas atenciones son a colaboración: “el que puede ayuda y el que no, bienvenido igual”.
La relación con el barrio la definen como “buena”, pero su aceptación costó porque “el misticismo de su imagen cadavérica y todo lo que lo rodeaba lo hacía poner en un lugar que la gente desconocía”.
Este santuario es el único donde se realizan misas, bautismos y casamientos, ceremonias que celebra el mismo fundador. Estas ceremonias comenzaron a realizarse por “mera y pura necesidad de la gente”. La idea surgió porque un amigo de la casa, católico y devoto de San la Muerte, “quería una bendición para su casamiento”. Así fue que, investigando, Fabio llegó a la conclusión que “cualquiera puede celebrar misa”. Respecto del catolicismo, Rosana, que es una de las colaboradoras y esposa de uno de los miembros que ayudó con la fundación del santuario, dice: “Yo soy católica. Es más, cuando yo era joven pertenecía a un grupo juvenil de San Cayetano, en mi barrio. Lo católico nunca se va”.
Sobre las figuras de distinta procedencia religiosa intercaladas con las de San la Muerte nos explican: “Acá congregamos muchos santos. Durante la veneración a San la Muerte unos han tenido un acercamiento a San Cayetano, otros a San Jorge o Iemenjá”.
El rosario del Gauchito Gil
Son las ocho de la noche. Fabio y Mariana abandonan sus consultorios. Las otras colaboradoras como Rosana y Camila ya están congregadas alrededor de la ermita del gauchito, cuya inauguración hoy se celebra, junto a una veintena de devotos.
El Gauchito Gil, según la tradición popular, era seguidor de San la Muerte y portaba un payé, es decir, un talismán del “Santo del Buen Morir” que lo hacía inmune. Como explica una devota: “hay infinidad de historias en las cuales salía ileso de diferentes problemas”. En el interior pintado de rojo de la ermita hay una figura de medio metro del gauchito apoyado contra una cruz. A un lado y al otro de esta figura de madera hay dos imágenes mucho más pequeñas: una de la Virgen de Luján y otra del gauchito frente a la cual han colocado un vaso de plástico con vino.
Todos los viernes se congregan para realizar “el rosario del gauchito”, que es el mismo rosario católico, aunque esta ocasión es especial. Para Fabio “el rosario es una herramienta magníficamente fuerte”. Durante la pandemia se lo enseñaron a rezar a toda la comunidad. Su práctica es para conmemorar los misterios de la vida de Jesús. Cada día corresponde a cinco misterios. Los viernes se medita sobre los misterios dolorosos, que son los de la pasión de Cristo.
Los devotos forman una fila frente a la ermita y cada uno va depositando a los pies del Gauchito una vela encendida. Cuando ya no queda nadie sin depositar su vela, Fabio, con el rosario en la mano, comienza:
-Por la señal de la Santa Cruz, líbranos de nuestros enemigos. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo…
-Amén…, responden todos.
A continuación recitan el Credo y continúan con diez Ave Marías mientras meditan, en comunión, sobre el primer misterio, que es la oración de Cristo en el huerto de Getsemaní cuando ya sabía que iba a ser entregado a los romanos.
-… Dios te salve María, llena eres de gracia…, recita Fabio…
-… el Señor es contigo, continúan los devotos, bendita tú eres entre todas las mujeres…
Hipnóticamente repasan los restantes misterios, a cada uno de los cuales le corresponde un Padrenuestro y diez Avemarías. Se suceden los misterios de la flagelación, la coronación de espinas, el de Jesús cargando la cruz y el de su crucifixión. Mientras los autos circulan por la esquina y los conductores se persignan, las figuras emblemáticas de cada mito, el Gauchito Gil y Jesús, se mezclan y se combinan por el poder del sentimiento colectivo. Como si se tratara de una operación onírica de condensación y desplazamiento, el vínculo sagrado entre Cristo y Dios se vuelve equiparable al del Gauchito Gil con San la Muerte. El Gólgota, las selvas correntinas y Avellaneda, donde está el templo, se superponen en el corazón y la imaginación de los devotos.
Al terminar el rosario los asistentes arman una parrilla al lado de la ermita y tiran unos choris. El humo, al igual que los holocaustos del Antiguo Testamento, asciende hasta la imagen macabra del San la Muerte que mira el cielo de Wilde desde el techo del santuario.