Unicef: niños, niñas y adolescentes con más hambre y en peores condiciones que hace un año
Por Nicolás Adet Larcher
“Al mediodía comemos lo que consigue mi marido, y a la noche si no encontró, hago alguna sopita, una tira de pan, algo comemos”, aseguró una ama de casa en el último informe de UNICEF titulado “Efectos de la situación económica en las niñas, niños y adolescentes en Argentina”. En el informe, Juana, de 9 años, contó que va a la escuela durante la mañana pero dice que le cuesta prestar atención porque “la panza le hace ruidos”. Ella almuerza en un comedor y antes de irse a dormir toma un té con alguna tortilla que le sobró a su tía durante el día. Su mamá está enferma y no hay plata para su tratamiento, su papá hace changas para llevar unos pesos, pero no consigue laburo.
Según UNICEF, un 42% de ese segmento de la población que agrupa a niños, niñas y adolescentes vive bajo la línea de pobreza (estamos hablando de más de 5 millones de personas) y un 8,6% vive en casas que no alcanzan a cubrir la canasta básica de alimentos.
El estudio de UNICEF se realizó en octubre de 2018 y hace una comparación con la situación económica respecto a 2017. Aborda tópicos como nutrición, salud, bienestar económico, educación, protección social, condiciones de vivienda y tiene un apartado dedicado a la opinión de los niños, niñas y adolescentes sobre la situación económica. En una de las entrevistas a una adolescente se le preguntó qué era para ella la pobreza. “Pobreza es una casa de chapas, palos o cartón” respondió. ¿Para vos, qué ha cambiado en tu barrio? Preguntaban también, “le está costando a las familias alimentar a los pibes”, dijo una adolescente y un niño de 10 años respondió que para él la crisis es “dejar de jugar”.
El informe sostiene que los niños, niñas y adolescentes “enfrentan situaciones de empeoramiento en la calidad de su dieta y menor acceso a alimentos, dificultades en el acceso a medicamentos, mayor exposición a situaciones de violencia (familiar e institucional), maltrato, consumo problemático” y agregó: “Deben insertarse más tempranamente en el mercado de trabajo y asumir mayores responsabilidades de cuidado, con consecuencias en sus posibilidades de ejercer su derecho a la educación y al ocio”.
Al hablar de nutrición, los datos no mejoran. En los sectores vulnerables de la sociedad las dietas están compuestas por alimentos donde predominan harinas y azúcares. Son los más baratos del mercado y, aún siendo baratos, no garantizan la comida del día. En el último año, los incrementos en los precios provocaron que varias familias deban saltear comidas. “Se suprimen comidas grupales de fin de semana, se cocina una única vez por día, los adultos a veces no comen para dejarle alimento a los niños, niñas y adolescentes, y cambia la composición de la cena”. Se reducen los consumos de carne y leche. Las madres y los padres reemplazan la cena por mates azucarados, hacen rendir la comida para que coman los otros integrantes del hogar. Nada es previsible.
En este contexto, según UNICEF, la canasta de alimentos disponible para esos hogares depende del “acceso a bolsones, cajas de alimentos y apoyos alimentarios gubernamentales” y, aún con eso, no alcanzan a cubrir las necesidades de toda la familia. Incluso remarcan que los apoyos de empresas y organizaciones disminuyeron en calidad y en variedad de alimentos y que eso también repercute. En los comedores hay más familias, en los basurales de un municipio pasaron de ser 50 familias urgando en las bolsas de basura a ser 150 en el último año. Van a buscar los restos de los supermercados, los productos vencidos que dejan los camiones en determinados horarios, según cuenta un médico. Esa búsqueda de comida provoca gastroenteritis y diarreas, aumentan las consultas y ante la necesidad de un medicamento vuelve a aparecer la falta. A los niños, niñas y adolescentes les duele la cabeza, sienten el hambre en sus estómagos. Las migrañas crónicas forman parte de las consultas. En los comedores se ven casos de obesidad infantil (por la ingesta constante de harinas y azúcar) y casos de desnutrición infantil. Son los extremos de la pobreza.
La ropa que encuentran en los basurales la lavan y la venden. Buscan algo que sirva para el trueque barrial, arman ferias, despensas comunitarias, se fían entre vecinos, venden muebles para pagar deudas de tarifas y gastos fijos del hogar. En tiempos de crisis las redes vecinales y las estrategias colectivas crecen, pero no alcanzan. Montos de planes como la Asignación Universal por Hijo, apenas llegan a cubrir lo necesario para el funcionamiento del hogar.
Por último, también lo señala el informe, la violencia y otros problemas aparecen como factores derivados de la ausencia de todas las otras necesidades. Aumentan los casos de violencia en adolescentes, los cuadros de alcoholismo y depresión, las situaciones de abandono escolar, la violencia dentro del hogar, las frustraciones por no conseguir empleo.
El informe cierra con un balance y con un pedido que en estos tiempos parece utópico: expandir el gasto público para amortiguar los shocks económicos en los hogares más vulnerables.