De Gennaro y diciembre de 2001: “Fue la irrupción del pueblo argentino por todos los rincones del país”
Por Diego Moneta
A comienzos de la década del 90, la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE), junto a otros gremios opositores a las políticas implementadas por el menemismo, abandonó la Confederación General del Trabajo (CGT) para posteriormente formar la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA). Desde entonces, impulsaría distintas medidas de fuerza y de acción conjunta, como lo fue la conformación del Frente Nacional Contra la Pobreza (FreNaPo) y la Consulta Popular llevada a cabo durante los meses finales de 2001.
Uno de sus fundadores, que estaría al frente de la conducción hasta el año 2006, fue Víctor de Gennaro. AGENCIA PACO URONDO dialogó con el dirigente acerca de las jornadas represivas de diciembre de 2001, de la experiencia que significó el FreNaPo y del rol del sindicalismo en ese entonces y en los años que le siguieron hasta la actualidad.
Agencia Paco Urondo: ¿Cómo recuerda las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001?
Víctor de Gennaro: Impactantes. Durante la madrugada del 19 el intendente de Moreno llamó a casa porque, ante las imágenes de saqueos en todos lados, había decidido junto al obispo marchar y nos pedían que estuviéramos. Cité a una reunión de urgencia de todo lo que era el FreNaPo en el local central en Congreso. Estábamos todas las organizaciones movilizadas porque hace un día había terminado la Consulta Popular.
Se sabía que iban a declarar el estado de sitio. Al decretarlo, debía ser convalidado por el Congreso Nacional al día siguiente. Convocamos a un paro nacional para impedir que se convalidara y nos quedamos toda la noche en la CTA. Las movilizaciones fueron impresionantes. Yo lo califiqué en ese momento, por lo que sentí, como que había terminado la dictadura. Fue la irrupción del pueblo argentino por todos los rincones del país.
APU: ¿Cómo evaluó en ese entonces, y cómo lo hace hoy, la decisión de no movilizar el 20 a Plaza de Mayo?
V de G: El objetivo político del paro era que no se aprobara el estado de sitio, lo que llevaría a la caída de Fernando De la Rúa. Marchamos al mediodía hasta que se decidió que no había sesión. En medio del festejo, la policía nos reprimió. Nos refugiamos en el local central de la CTA para reagruparnos. Hicimos una asamblea pública en la calle y hubo dos mociones: Movilizar a Plaza de Mayo o, entre los que estaba yo, plantear que la decisión del Congreso era un triunfo popular y no había que regalarse ante la sed de venganza.
Se votó mantenernos en cada uno de los gremios, sosteniendo el paro nacional y haciendo asambleas. Se anuncia la renuncia de De la Rúa y lo demás es conocido. Había orden de matar. Lamentablemente después la justicia lo sobreseyó. Desde la noche anterior, que fueron capaces de asesinar a Pocho Lepratti, compañero y delegado en Rosario, había orden de matar. Yo soy muy defensor de los debates y las asambleas, y se votó en la calle. Me parece que fue criterioso. Había que seguir peleando, como seguimos durante el 2002. El enemigo era muy vengativo y nos cobró la vida de compañeros.
APU: Hay un punto interesante en los días previos con el Frente Nacional Contra la Pobreza y la Consulta Popular que impulsaron. ¿Qué evaluación haces de la misma, de la organización y de los instrumentos propuestos, desde la actualidad?
V de G: Había que salir a pelear frente a la vuelta de las políticas neoliberales. De la Rúa era de nuevo Domingo Cavallo y nosotros creíamos que había que distribuir el ingreso. Hubo momentos donde logramos hacer grandes movilizaciones a Plaza de Mayo, donde la llenamos tres veces en un mes. Obligamos a que Patricia Bullrich en la Ruta 3, mientras estaba cortada, firmara un convenio colectivo social donde se resolvían cuestiones de la salud, de la educación y de los barrios.
Nosotros empezamos la Marcha Grande por el Trabajo el 26 de julio de 2000 y salimos a juntar firmas para plantear una propuesta de salario universal, de seguros de empleo y formación y de jubilación digna, y para que el gobierno nacional o el Congreso la aprobara. Entregamos las firmas después de caminar pueblo a pueblo, para demostrar que no lo mueve el aparato sino la voluntad política de la gente. Había mucha fuerza y construimos el Frente Nacional Contra la Pobreza. Lanzamos la Consulta Popular porque ni el presidente ni el Congreso se animaron, a pesar de que María Romilda Servini de Cubría había certificado las firmas. Votaron más de tres millones de personas. Los cuatro días de la consulta terminaron el 17 de diciembre y el 18 hicimos la conferencia anunciando el resultado. A la noche ya empezaba la rebelión.
Eso fue la expresión de un tiempo. No queríamos dolarización ni devaluación, sino distribución del ingreso. Ese debate sigue todavía. En aquel momento Eduardo Duhalde, Hugo Moyano, la CGT y el Partido Justicialista resolvieron ir a la devaluación y por eso terminamos en el paro del 29 de mayo de 2002, donde asesinan a Maximiliano Kosteki y a Darío Santillán. Hoy no creo que se resuelva con un FreNaPo. Hoy hay que construir un verdadero frente por la riqueza, no contra la pobreza. Necesitamos construir y disputar un proyecto de país que discuta que se hace con la riqueza que generamos los argentinos.
APU: ¿Piensa que la confluencia de distintas organizaciones puede volver a repetirse?
V de G: Sí, por supuesto. Debe repetirse y avanzar mucho más. El paro del 29 de mayo fue con la CGT en contra y se paró el país. En 2002 hubo más movilizaciones que en 2001. A partir de ahí, piquete y cacerola, la lucha es una sola. Eso avanzó al punto que, después del paro, cuando marchabamos repudiando el asesinato de Darío y Maxi, Duhalde convocó a elecciones. Terror y división del campo popular son las dos herramientas claves de la opresión, por lo tanto teníamos que unirnos mucho. Había dispersión política y lo único que atinamos a construir fue “que se vayan todos” pero no logramos que venga el pueblo.
Ganó Néstor Kirchner y abrió una instancia. En 2002 había ganado Lula da Silva; al inicio del 2001 había estado el Foro Social Mundial donde dijimos que otro mundo era posible; ese año Hugo Chávez fue el único que se opuso a la decisión del resto de América Latina de apoyar el ALCA; y de ahí a cuando echamos a George Bush en Mar del Plata. Después vino Fernando Lugo, Rafael Correa y lo impresionante que fue Evo Morales. Estuvo la experiencia de los gobiernos progresistas y las fuerzas reaccionarias se reorganizaron y ganaron en 2015, donde como campo popular no supimos estar lo suficientemente unidos. No tengo dudas que a partir de la resistencia que hicimos logramos recuperar la confianza del pueblo que ha hecho un aluvión de votos para cambiar esto, pero que no es ningún cheque en blanco. Hay que resolver los problemas del país y hay que unirse.
Hoy, mirando al 2001, hay mucha más fuerza y entramado social del que había. Es infinitamente mayor. La pandemia lo demuestra con la solidaridad, las ollas populares y la organización para cuidarse. Además del cambio de Alberto Fernández en lugar de Mauricio Macri, que eligió la solidaridad y la vida y no el negocio y la muerte. Ahora, eso no alcanza y hay que abrir otra instancia. La dispersión política es el tema a resolver en la unidad latinoamericana que crece. Somos capaces de unificar un proyecto político que no es contra sino por la riqueza. Si la producimos los trabajadores, tenemos derecho a discutirla.
APU: ¿Cómo analiza el rol del sindicalismo desde ese entonces y ante momentos de crisis que haya habido o que hay en el país?
V de G: Lo que marca toda esta época es que fue un rol claro y concreto. Nosotros planteamos desde el vamos que había que liberar la fuerza de organización de los trabajadores, generando nuevas leyes de asociaciones profesionales, de seguridad social, que cambien la estructura de violencia laboral, decretando la libertad y democracia sindical.
No hay un solo sindicalismo y tienen roles diferentes. Puede haber matices, pero hay un sindicalismo que después de la dictadura se fue formando no en burócrata sino en empresario. Se visten y piensan como tales porque se volvieron eso. Con ellos puede haber una unidad de acción pero no construye el poder de los trabajadores, que está en los sectores de trabajo, en los delegados, en las asambleas, en la democracia y en la organización para defender derechos y transformar la sociedad. Eso es un sindicato.
La CTA está por cumplir 25 años desde la fundación en el Luna Park en 1996, después de que nos fuimos en 1991 de la CGT que se había subordinado al proyecto menemista. El sindicalismo está en discusión y en crisis positiva. La CTA creció tanto que nos dividimos. Hay una nueva centralidad de la clase y yo voy a defender los criterios más revolucionarios que hizo la CTA: plantear que la clase es una sola. A la CTA se pueden afiliar los que viven de su trabajo, los que vivieron de su trabajo y los que quieren vivir de su trabajo.
Es impresionante la capacidad de los jóvenes y de las mujeres. El movimiento de los trabajadores está vivo. No se puede transformar nuestro país sin la clase trabajadora. Por eso se equivocan quienes arreglan con sindicalistas empresarios y grandes empresarios, que son un porcentaje mínimo de la población. Esa es una discusión corporativa y nosotros peleamos por un país diferente, donde la clase puede cumplir un rol fundamental. En algún momento pensamos que ese era el sujeto único, central y hegemónico. Yo he aprendido que no. Esa marea verde ha demostrado la lucha contra el patriarcado porque es una herramienta de opresión sobre todos. Tenemos que pelear contra eso porque ahí está la emancipación. Hoy los jóvenes son el fermento revolucionario más importante, con la ecología y la tecnología.
Hay una oportunidad histórica en la que los representantes de la clase trabajadora tienen que estar a la altura para transformar la sociedad. Basta del verso de plantear la democracia y la libertad sindical porque central hay una sola. Basta de la unidad corporativa. La unidad de la clase es el futuro.