El ironista rabioso: un adiós a Jorge Lanata

  • Imagen

El ironista rabioso: un adiós a Jorge Lanata

05 Enero 2025

La fábula dice que Eduardo Eurnekián lo echó de América TV para obtener la concesión de los aeropuertos de parte de Néstor Kirchner. Lejos de amedrentarlo, la desventura de haber sido reducido a carne de cañón en uno de los tantos enjuagues entre gobiernos y empresas mediáticas lo lanzó a realizar proyectos menos espectaculares, y cuando lo contrató el Grupo Clarín es casi seguro que haya sentido la reivindicación del boxeador que se estaba cansando de hacer guantes con su propia sombra. 

Es cierto que a partir de entonces Jorge Lanata se olvidó de por lo menos dos cosas importantes. Una fue el mapa de medios en el que el Grupo Clarín ocupaba un lugar de indudable predominio y que él mismo nos había explicado puntillosamente. La otra, blanquear que la invitación de Magnetto a sumarlo a sus huestes se debió a que los puentes entre este y el kirchnerismo habían volado por los aires. Sobre las ruinas que dejaba la ruptura de otro enjuague, con promesas de venganza de ambas lados y enormes intereses económicos y políticos en juego, el segundo Lanata montó novelas de terror contra un gobierno kirchnerista que empezaba a tener dificultades tanto para acelerar la economía como para resignificar ideológicamente su rumbo. 

Magnetto lo designó comandante de las tres armas, le abrió la puerta de una juguetería llena de misiles y Lanata atacó sin miramientos desde radio Mitre, Canal Trece y el diario Clarín. Y fue el show televisivo el que hipnotizó a una audiencia compuesta por una mayoría que ignoraba o no había sido susceptible a los golpes de ingenio del primer Lanata. El monólogo burlón y moralista, las investigaciones con más ficción que evidencias, el chiste procaz y la imitación de trazo grueso fueron suficientes para teñir al kirchnerismo de un halo maldito, para muchos verosímil y definitivo. Neustadt armó una plaza del sí, Lanata armó en cada living una fortaleza del no. Magnetto, pese a que ya tenía su ejército movilizado –periodismo de guerra, se había sincerado el fallecido Julio Blanck–, necesitaba a ese Lanata desencadenado, que conservaba la pulsión del ironista rabioso que había promovido las denuncias más sólidas contra la corruptela menemista. 

Mientras su amiga Carrió asumía la pose de dama honorable de la incorruptibilidad republicana, Lanata se divertía quemando a sus sospechosos en la hoguera del estudio de PPT para que luego Comodoro Py se encargara de lo quedaba de ellos. La condena «moral» express que ambos supieron pergeñar consistía en algo muy simple y tan viejo como el mundo: encubrir a los amigos, como lo hicieron con Macri, y proyectar los males habidos y por haber en el adversario. Con la llegada de Macri al gobierno, en la que ellos tuvieron muchísimo que ver, había llegado además la ocasión inmejorable para las hogueras y el juicio televisado en vivo y en directo.

Por el goce que Lanata exhibía mientras quemaba herejes, cuesta creer que se haya hecho showman inquisidor exclusivamente por dinero. Lanata disfrutaba como un niño perverso y su público parecía disfrutar más que él. El Lanata de Polaroids, La guerra de las piedras y Hora 25, el primer Lanata, había sido sustituido por un clown medio loco que aparecía los domingos por la noche rodeado de una catarata de efectos especiales. Lanata horadó al último kirchnerismo y el Grupo reforzó su posición dominante con Macri, que aprobó en diciembre de 2017 la megafusión de Cablevisión y Telecom. La posición predominante que Lanata había expuesto en el mapa de medios se reforzó gracias a él.

Pero también Lanata fue una suerte de profeta que anunció en el prime time al que encararía a fondo todo lo que Macri no se animó a hacer. Antes de los exabruptos de Milei, estuvieron los de Lanata, antes de las metáforas «anales» de Milei y su corte de inefables twitteros, cuando hacía DDT en el canal 26 Lanata llevó un cerdo al estudio y lo llamó Orlando (V)arone y cuando estaba en Canal Trece popularizó en PPT el fuck you socarrón que llegaba a 30 puntos de rating. Lanata hostilizó primero y mejor, era Tinelli y CQC juntos pero con un objetivo político explícito: librarnos de una vez por todas del mal populista y abrirnos las puertas de ese reino de buenas ondas y pureza que Durán Barba, Marcos Peña y Comodoro Py delineaban hasta el último detalle bajo la atenta mirada de Magnetto. Nunca la imaginación periodística de Lanata, que había demostrado tenerla en Página/12 y en Día D, había caído en tanta ramplonería y, sin embargo, nunca había tenido tanto éxito. 

6,7,8 fue uno de los fallidos que reveló la incapacidad del kirchnerismo de pensar el contexto que alimentaba la emergencia de Lanata como monstruo sagrado de la radio y la televisión. Mientras le disparaban con parrafadas de Laclau, Gramsci y Cooke, Lanata respondía dialogando con Fátima Florez disfrazada de Cristina sobre la ruta del «dinero K». La batalla cultural versus el brazo mediático robocopiano del lawfare. Sabemos quién ganó. Pero ahora Lanata no está y será difícil, por no decir imposible, que Magnetto encuentre un reemplazante a su altura, alguien que supere con peso propio la condena a sobreactuar la idea platónica de periodista independiente.

Si las alternativas a lo que Lanata defendía fueron las candidaturas de Scioli y Massa y la presidencia de Alberto Fernández, hay más de un problema entre lo que los dirigentes del «campo nacional y popular» dicen querer hacer y lo que realmente terminan haciendo como  también lo habría entre esos dirigentes y nosotros, que aceptamos a regañadientes parches y muletos relegando para un tiempo futuro lo que supuestamente deseamos. Tal vez ahora sí podamos comprender que el segundo Lanata nos regalaba una joya oculta entre los insultos y las operetas: la coartada para victimizarnos y convencernos de que por el solo hecho de que exista un Magnetto somos automáticamente mejores que él y sus empleados. 
Lamentablemente el infierno no son los otros, los malos de esta película que es la Argentina. Tampoco somos nosotros, que nos consolamos con la comodidad narcisista de ocupar los casilleros de los «progres» que al final del día preferimos un «estado presente pero que funcione», de los «zurdos» que creemos que la lucha de clases es un resto fósil antediluviano, de los «peronchos» que nos intercambiamos consignas de poster como si Perón estuviera a punto de volver desde Puerta de Hierro. Serían todos síntomas de entender la derrota no como una derrota sino como una cultura que nos redimirá quién sabe cuándo y cómo de la impotencia que toda derrota destila, esa impotencia que es el único infierno verdadero del que debemos salir cuanto antes.