La mirada perdida, entrevista (recuperada) a Fabián Polosecki

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La mirada perdida, entrevista (recuperada) a Fabián Polosecki

06 Enero 2015

Por Gustavo Caro

El 3 de diciembre de 1996 una noticia negra agregaba pesar al fin de año: Fabián Polosecki había tomado la trágica decisión de irse al otro lado con aquel convulsionado año. Periodista jugado, Polo -así se presentaba- intentó imprimirle a la televisión argentina un estilo simple, mesurado, sin poses. Había elegido mirar la realidad desde un costado más cercano al tropiezo cotidiano que al artificio del espectáculo informativo. Hizo de la calle su estudio y de la ciudad su escenografía; la luz la brindaba el neón o el sol. Polo recorría ciertos lugares sin apuro, con el esfuerzo de un recolector intrigado e incansable. Encendía un pucho, miraba a los ojos de su interlocutor y preguntaba. Y la entrevista fluía sin prisa, como un desafío al telespectador siempre dispuesto a gatillar su control remoto. Y Polo escuchaba mientras el tiempo se desvanecía en el territorio del zapping. El tiempo necesario para darnos cuenta de que era (es) posible otra televisión. Esta entrevista a Polo fue realizada en la ciudad de Rosario, en septiembre de 1994, en ocasión del II Festival de Video Latinoamericano, y publicada en el número 2 de revista Malón - informadores y cautivos. (Santiago del Estero, enero de 1997), publicación de un grupo de estudiantes de la carrera de Comunicación Social de la Universidad Católica de Sgo. del Estero.

En un artículo que firmaste en Página/12 comparabas tu trabajo en televisión con el de una banda de rock que ensaya en un garage.

Ese artículo era una confesión sobre la envidia que me provocaba esa comunión de gente creando y laburando. Lo que decía era que, de alguna manera, en el programa se vivía ese sentimiento de estar doce o catorce horas laburando o metido en la isla de edición toda la noche y seguir disfrutando de la elección de cada toma para meter un programa. Hay algo que puede tener ese sentimiento de una banda de rock amateur, que lo hace porque sí. Si el programa es como es se debe a que, en alguna medida, existen ciertos momentos de comunión entre los que lo hacemos.

Antes que un equipo de trabajo es un grupo de amigos.

Algunos éramos amigos antes de trabajar juntos. Con otros nos hicimos amigos ahora. Pero no sé si “antes qué”… Yo creo que un grupo de trabajo puede tener eso también. El trabajo es movilizador de muchas cosas. Un trabajo creativo, quiero decir. Creativo sin hacer demasiado aspaviento con eso. Simplemente hacer lo que te gusta, eso es algo creativo.

Te gusta transitar por la periferia.

No sé si es la periferia o el centro por donde me gusta transitar.

… desde el punto de vista oficial de la “cultura”.

Prefiero no caracterizar nada. Ni como marginal ni como central. Caracterizarlo de esa manera es como aceptar lo que vos llamas “punto de vista oficial de la cultura”, que tampoco sé muy bien cuál es. Debe haber algún momento en que es importante el análisis de las cosas o de las comunicaciones en ese sentido. Pero nosotros, en el momento de hacer, tenemos que pasar de eso y hacer lo que queremos hacer. Siento que no estoy detrás de la marginalidad para hacer un programa. No me interesa ese concepto.

¿Porqué El otro lado?


El otro lado es un título que puso el canal y que yo tuve que aceptar porque fue antes de que empezara a salir el programa.

¿Qué título le hubieses puesto?


Un título más abstracto, que no dijera nada, que no indique, justamente, la existencia de otro lado. Pero de todas maneras está bien que ahora el programa se llame El otro lado; no importa eso. Ahora El otro lado es el programa. Que cada uno piense el otro lado que sea lo que quiere que sea. Para mí, en todo caso, es una mirada sobre un lugar, que no sé si es otro lugar. Un lugar donde vivo y convivo con esas personas que están ahí, aunque no las vea todos los días ni las conozca. Pero es el mismo lugar. Creo que todos tenemos algo de todos. No estoy ajeno al sentimiento de las personas que entrevisto. Hasta de un criminal llevamos algo. No somos totalmente distintas las personas. Vivimos las pasiones de forma distinta. Lo que asusta del otro es lo que uno tiene de él.

¿Sientes ese temor o algún tipo de admiración por alguno de tus entrevistados?

Siento admiración por muchos tipos que entrevisté.

En ocasiones se la percibe. En un programa dedicado a las personas sin vivienda entrevistaste a un ciruja que vive en el Abasto…

… Fernando. Un linyera que vive en una de las puertas del Mercado de Abasto en Buenos Aires, que ya está cerrado. Más que admiración sentía un profundo interés por él. Tenía muchas cosas para decir. Fernando es como un misterio completo.

Tus entrevistas son como un diálogo fluido donde tu voz desaparece y los personajes tiran y tiran cosas.

Es que cuando una persona habla la otra se calla. Es así y listo. En las entrevistas no hay una cosa premeditada. No me siento apurado por preguntar. Sabemos que hay que tomarse su tiempo. Nosotros ponemos la cámara, grabamos, charlamos, nos ponemos cómodos, chupamos si hay que chupar y… adelante. Es como tiene que ser. No podemos transformar los tiempos de la gente a las necesidades de la televisión. La televisión tiene que acomodarse a los tiempos de la gente. Si no las actitudes que la gente tiene ante cámara son las esperables… que se ponen así, que mienten, que saludan. La pavada que produce la cámara. El hecho de instalar la televisión y el modo como se instala en un lugar es lo que genera el clima.

¿Tus entrevistados aprecian eso? ¿Reconocen el clima del programa?

Muchos de los entrevistados no conocían el programa. Otros si lo veían y les gustaba, se mostraban más tranquilos; y eso es bueno porque ven que no hay una utilización jodida del material que pueden ofrecer. Nosotros pensábamos que cuando el programa sea más visto correríamos el riesgo de provocar una actitud de retracción en la gente, pero eso no sucedió.

¿Has corrido algún riesgo serio en tu trabajo?

Nunca hubo nada complicado. Cuando hicimos el programa en el que vinimos a Rosario entramos a un prostíbulo en la ruta, a donde nos llevó un camionero a grabar. El lugar era pesado. Nunca habíamos estado ahí y no habíamos chequeado cuál era la onda. Y nosotros estábamos ahí con los tachos de luces y las cámaras, grabando, y entraban unos nenes que eran de temer. No sabíamos lo que podía pasar. Había mucho vino mal hecho y mal tomado. Pero todo salió bien. Terminamos de grabar y la gente aplaudía. Delirio total.

Sos un animal de urbe.

Si, vivo en la ciudad, ahí me muevo. En realidad me gusta mucho salir, ir a la montaña. Pero la ciudad está ahí. Es como una olla que está hirviendo donde todo el tiempo se cocinan historias. Es la mía.

¿Has pensado en ir al interior?

Los costos de producción son muy altos. Pero, además, no quisiera ir al interior con la mirada del “bicho de afuera”. Si miras el programa te darás cuenta que la forma de unir los temas o los personajes, cuanto más absurda sea, mejor. No tiene gracia entrevistar a los santiagueños por el solo hecho de que sean santiagueños. Necesito una historia que me permita viajar a Santiago y juntar, dentro de la historia, a un tipo de Misiones, de Capital y de cualquier lado. Pero no porque sea santiagueño sino porque es ese tipo. No importa dónde viva. El programa se hace en Buenos Aires porque estamos ahí. No entrevisto a las personas porque sean porteños. Cuando vine a Rosario a hacer el programa la mirada era la de un tipo perdido en una ciudad que no conocía y que se encontraba con uno y con otro. Esa es la excusa. No el hecho de que fueran rosarinos. A pesar de todo creo que el programa no salió muy bien porque tenía esa visión del porteño en busca del pintoresquismo de la ciudad del interior. Y es una cagada eso. No sirve. A un programa como el que hacemos nosotros, ¿porqué no lo hacen ustedes en Santiago? Yo no sabría hacerlo. A las cosas de Santiago las tienen que contar ustedes, los santiagueños.