A 50 años de la publicación de "Las tumbas": entrevista a Enrique Medina
Por Juan Borges
El escritor Enrique Medina dialogó con APU y se refirió entre otros temas a su novela Las tumbas y a su trayectoria literaria.
AGENCIA PACO URONDO: Este año se cumplen 50 años de la edición de su libro Las tumbas. ¿Qué reflexiones puede hacer teniendo en cuenta el impacto literario de la obra y los sucesos que le tocaron sobrellevar en lo personal a partir de la censura y las prohibiciones?
Enrique Medina: Es tanto el desconcierto que estoy viviendo, que me parece que fue ayer cuando recién se publicó la primera edición. Tan rápido pasa todo… Pero, bien, veamos, mi primera reflexión es de enorme felicidad, como debe ser, no soy un descerebrado masoquista. Los años me han enseñado a no avergonzarme de mi esfuerzo, tampoco de mi orgullo, al fin y al cabo, mi reflexión es la de un artesano, la del albañil que erige un muro y toma distancia para ver si está derecho. Sí, si la pregunta se pudiera sintetizar con un sí o un no, por supuesto que mi reflexión es un sí acentuado. Me hace bien saber que el libro aún sigue vendiéndose y que las nuevas generaciones de lectores lo leen con mucho interés. También me siento satisfecho de haber tenido que pasar de todo con mi literatura, cosas buenas y malas. Hoy están lejos la censura, las prohibiciones, y otros desórdenes que en su momento fueron muy graves y dolorosos, pero el paso de tiempo ayuda al olvido y beneficia el recuerdo. Me refiero al pasado.
Aunque en verdad debo decir que hace muy poco me acaban de acusar de ser “un escritor incontrolable y no estar en la línea de la editorial”. Estoy en la misma situación de un jugador de fútbol que se sorprende al saber que tiene su “pase libre”. Confieso que por un lado me sentí halagado, casi elogiado, premiado con una estatuilla “Don Roberto Arlt”, como que aún puedo incomodar y prender la mecha, pero, por otro lado, la decepción que padezco ratifica lo que desde hace mucho tiempo pienso de nuestra decadencia social, humana, en fin, en general.
Es decir, una cosa es lo que se proclama sobre los derechos del hombre, las libertadas de la democracia y una acumulación de palabras para giles; y otra cosa es la verdadera realidad que se vive; la patraña democrática, la farsa en la que nos envuelven. Una de cal y otra de arena: para este año, el fino editor Alejo Hernández Puga, creador de la Editorial Catalpa, piensa publicar la edición del cincuentenario; estoy muy pendiente y feliz por el hecho. A raíz de esto, no puedo dejar de mencionar al periodista y locutor -y querido amigo- Antonio Carrizo; ya que él siempre apoyó este libro; en una encuesta importante de entonces, organizada por especialistas a personalidades de la cultura, sobre los libros destacados de los últimos años, él fue el único que lo votó. Alejandra Tenaglia subió a internet las vehementes palabras de Carrizo pronunciadas por radio.
APU: Usted muchas veces cuenta anécdotas sobre Jorge Luis Borges. ¿Qué relación tuvo con el escritor?
E.M.: Tuve la suerte de poder relacionarme amistosamente con muchos escritores a los que admiraba y había leído con pasión. Bioy, que fue tan generoso en aceptar hacer un reportaje de 6 páginas en Gente con un escritor que recién había publicado dos libros, y que cuando me prohibieron apenas lo busqué fue el primero en firmar un rechazo contra la medida. Recuerdo que fui a verlo a Jauretche y alegó excusas, aunque luego tomamos varios cafés en El Foro. Mallea, Marechal, Marta Linch, María Esther de Miguel, Raúl Larra, Abelardo Arias, Manucho Láinez, Sábato, Denevi, Roa Bastos, Puig, el editor Peña Lillo y muchos más, son nombres que venero por las consideraciones que siempre tuvieron para mí. En mi libro de relatos Cabalgando van relato cuando Borges me consiguió trabajo en la librería inglesa MacKern´s. Hablo de 1956. Él iba mucho allí. En ese tiempo Borges aún veía un poco y caminaba solo por la calle. Alguna vez lo acompañé hasta su casa cargándole libros. Borges era Borges, pero aún no era Borges; espero que se entienda lo que escribo. Yo era un mocoso engreído de izquierda y lo veía con distancia, aunque por disciplina, lo tenía leído, claro. Jamás imaginé que muchos años después lo trataría, de tanto en tanto, siendo yo escritor. Recuerdo que casi siempre yo le recordaba que me había conseguido ese trabajo; hablábamos de intimidades de la librería, de su gerente al que Borges, en broma y casi desdeñosamente, llamaba “el irlandés”, negándole la posibilidad de ser inglés…
Hermes Villordo, también otro amigo, hizo que mis relaciones con Borges fueran muy amables y generosas, tanto que una vez, dando una conferencia en una sede de los canillitas, Vilordo, que era el conductor de la charla, dijo en la mesa que yo estaba presente como representante de las nuevas generaciones y el pobre Borges se sintió obligado a decir algo sobre mí, y yo quería meterme bajo tierra. Villordo trabajaba en La Nación, cuando estaba en la calle Florida frente al Ateneo. Uno iba al fondo, subía en ascensor y había un bar donde se podía tomar un café y charlar con amigos, con los periodistas que se tomaban una pausa en el trabajo. Hice amistad con Alberto Girri, Olga Orozco, el poeta Horacio Armani, Jorge Cruz (era director del suplemento cultural), Pepe Bianco (que luego se pelearía con Victoria Ocampo por haber viajado a Cuba), Juan Cicco, Pezzoni, Mallea (primero lo traté en Sudamericana), ellos favorecieron mi acercamiento a Borges. Allí los conocí a casi todos en ese tiempo de oro. Fueron muy generosos conmigo, los llevo en el corazón.
APU: ¿Cómo fue vivir la época de la dictadura y las prohibiciones y en qué afectó a su obra literaria?
E.M.: Fue terrible. Más que por las prohibiciones y la persecución, que son duras, lo peor es el miedo y la soledad. Además hay que sumar el problema económico: si no se venden libros, no se gana dinero… Pero me las aguanté. Por suerte no era un nene de mamá sino un tumbero, esa diferencia me ayudó a no quedarme parado. Fui por mi cuenta a la policía, en la calle Moreno, a preguntar por mi prohibición. Fue cómico porque me encontré con compañeros de los institutos que ahora eran policías, nos abrazamos. Me atendió el “director de moralidad” (en algún lado debo tener la tarjeta). Fue una linda charla literaria que yo arruiné desubicándome. Pero fue muy amable y gentil. También fui (con los militares en su furor) al departamento de censura de la Municipalidad, creo en el 9° piso del Centro Cultural San Martín, siempre al fondo y a la izquierda, como los baños públicos. No podían creer que fuera yo quien, personalmente, pedía explicaciones. Me trataron bien, pero marche preso… Seguí escribiendo y publicando bajo la dictadura. Sabía que me prohibirían, pero yo seguí publicando, no quería darles el gusto de que creyeran que me habían ganado. Y sí, hubo una gran influencia de ese tiempo en mi literatura. Como ejemplos rápidos puedo mencionar Las hienas (Isidoro Blaisten, buen amigo y genial escritor, me escribió un prólogo que casualmente pone de relieve el hecho de sufrir la dictadura), El Duke, Las muecas del miedo, Con el trapo en la boca, y muchos otros relatos…
APU: ¿Para ser un buen escritor es necesario haber sufrido dolor, soledad, tener una amplia experiencia de vida o como decía Borges alcanza con tener mucha imaginación?
E.M.: Para ser un buen escritor, lo primero es llegar a ser un buen lector. Y luego decidirse. Lo de la buena imaginación de Borges, claro que es válido, pero mucha gente puede tener imaginación sin saber utilizarla. El asunto es transformar esa imaginación en literatura. Ser pobre, haber sufrido, haber estado en la guerra, matar gente, ser político corrupto, urólogo de chimpancés, vendedor callejero de paltas, y lo que sea, sirve, todo sirve, es experiencia adquirida. Como decía el genial Pío Baroja, el escritor carga en sus espaldas una bolsa de experiencias y recuerdos, y de tanto en tanto mete mano en esa bolsa y extrae algo que puede servirle para salir adelante en lo que está escribiendo. Pero lo concreto para ser “buen” escritor, es ser realmente exigente con uno mismo. Y esto se logra de muchos modos. Ejemplos hay a patadas. De un lado y del otro. Yo le reprochaba a Mujica Laínez que escribiera de corrido a pluma y casi sin corregir. Y él me respondió que si a su edad y luego de haber escrito tantos libros y haber trabajado tanto en periodismo, si no sabía escribir de corrido y de una, mejor sería dedicarse a ser recolector de basura. Hay premios Nobel que a la segunda página de lectura el libro se cae de las manos, y viceversa, como decía Bukowski… Proust era de la alta burguesía y, sin sufrir pobreza, escribió “más que bien”. Tolstoi era un conde aristócrata. Guiraldes era estanciero y escribió un libro maravilloso. Bukowski era un atorrante y fue un gran escritor. Hay de todo. Céline fue médico de pobres y escribió uno de los 5 libros más importantes de la literatura mundial…
APU: ¿En su novela Los condenados hay una postura crítica hacia la sociedad actual inmersa en la pandemia?
E.M.: Bueno, si eso se da, será así… Lo que quise es no quedarme de brazos caídos. La pandemia fue el gran pretexto para que no hiciéramos nada. Para controlarnos mejor. Las empresas aprovecharon para recortar gastos echando empleados; los bancos fueron los grandes ganadores, esclavizando virtualmente a los clientes condenándolos a la putísima comunicación virtual, y reduciendo personal; y de a poco eliminarán hasta los edificios y todo será por celular. Los condenados es mi justificación en el desconcierto impuesto por el gobierno mundial (que sí, existe y es una maldita realidad). La pandemia busca el desmembramiento social. Con la novela, busqué el mantenimiento de las relaciones humanas a través de los mails. De ese modo está construida la novela. Y creo que salí bien parado. Además, es un pequeño homenaje a mi venerado Dante. Me gusta mucho el capítulo final en donde el narrador se encuentra con Dante y le propone hacerle de Virgilio para que conozca la Argentina. Disfruté mucho escribiendo este libro. Del mismo modo tuve gran placer escribiendo La ciudad dorada, que acaba de salir… Pero bueno, como diría Kipling, esa es otra historia…
APU: ¿Y cuál es esa otra historia?
E.M.: La historia refiere que, tomando un café en El Tolón, con los hermanos Marcos, que son los responsables de la distinguida editorial Muerde Muertos, al escuchar que yo estaba escribiendo un relato en homenaje al director de cine John Huston, se interesaron. Entonces, del mismo modo que ya habían editado anteriormente dos libros míos: uno, la traducción visual de mi Strip tease, en una edición bellísima de tamaño mayor con 50 ilustraciones de artistas excepcionales. Y el segundo, Sinfonía infernal, que es una recopilación de los cuentos que el protagonista de El escritor, el amor y la muerte, escribe en la misma novela, así también decidieron armar un nuevo volumen con el relato que yo estaba escribiendo. Y de ese modo se dio. El pequeño homenaje a John Huston se basa en uno de sus últimos films: La ciudad dorada. Esta película me llegó de mil modos por su calidad portentosa, pero, por sobre todo, por la historia del protagonista: un boxeador que yo imaginé pudo haber sido mi padre, la historia de mi padre, o algo parecido.