Abelardo Castillo, el entrevistado

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Abelardo Castillo, el entrevistado

07 Mayo 2017

Por Miguel Martinez Naón

Un buen escritor no es cuentista ni novelista: es una persona resignada que escribe lo que puede (…)Los géneros literarios son una ilusión. Imaginamos historias y lo único que podemos hacer es acatar su forma, que siempre es anterior a las palabras, aceptar sus leyes y tratar de no equivocarnos demasiado

Abelardo Castillo (Prólogo a Las maquinarias de la noche)

En sus conversaciones con María Fasce (Libro El oficio de mentir) Abelardo Castillo resume toda su experiencia de vida reconociéndose en todo momento como un gran lector, actitud que ella señala como una forma de vanidad en otros escritores.

Pero no, en Abelardo esto significa siempre una pasión, una gran experiencia, una especie de veneración hacia ciertos libros, lo siente como un único diálogo real en determinados momentos de su vida.

“Para mí la literatura es lo que hacen los demás, sean los contemporáneos, sean los muertos” expresa el autor de grandes cuentos como La madre de Ernesto y Los ritos.

Dice además que en su biblioteca jamás van a encontrar un libro de su autoría, que la literatura sigue siendo los libros de Proust, de Lowry, de Kafka, de Rulfo…una lista interminable.
Lo cierto es que en la actualidad no abundan escritores de esta talla. 

Cuando Abelardo falleció, hace días atrás, lo primero que pensé fue en sus lectores, más aún en la infinidad de jóvenes escritores que seguramente aún no lo leyeron.

Mi experiencia personal con su literatura también es una forma de diálogo. Creo que sus cuentos siempre encienden la buena charla en un bar, sus personajes van apareciendo como una epifanía a medida que se los recuerda. Como aquel tipo del cuento Carpe Diem que se sienta con otro en un Club de pescadores y describe una historia de amor con una mujer que aparece y desaparece misteriosamente, y es real pero está muerta. O  El candelabro de plata sobre esos dos desgraciados, el viejo checoslovaco que vive en la miseria y el dueño de casa, que pasan una nochebuena tristísima y violenta. De ese cuento recuerdo muy especialmente un fragmento, cuando el viejo dice:

- Qué vergüenza señor
 Eso dijo, qué vergüenza, y después agregó: no poder matarse

Y me hizo acordar tanto al “Pienso que es triste no saber a quién matar” De Roberto Arlt. Sí, eso es lo que me sucede con los cuentos de Abelardo, son historias dignas de recordar y celebrar con el resto de los amigos.

Le gusta (está presente!!) jugar al ajadrez, le encantan los gatos, el boxeo, y armar y desarmar coches (habla de un viejo Citroen en San Pedro al que le encantaba desarmarlo completamente cuando se encontraba ciertamente desesperado). Sostiene que el estilo de un escritor siempre son sus propias limitaciones, que un cuento es una historia contada de la única manera posible, y que no faltará nunca la libretita para seguir escribiendo a cada momento.

Formado en los años sesenta por las ideas de Sartre y Mounier, al hablar de su compromiso (social desde luego) dice no creer en el contenido de un texto, sino más bien en el contenido del hombre o de la mujer que escriben ese texto, escribamos sobre “una rosa, un levantamiento popular o sobre un fantasma” nuestros libros están hechos de eso que concebimos del mundo.
María Fasce al preguntarle qué es entonces lo que compromete a un escritor, él responde: Su actitud ética en el mundo. Lo que cualquier hombre compromete es su persona, es eso para él lo que se pone en riesgo. El hombre/escritor tiene una idea del mundo anterior a la literatura.

Habla del socialismo como algo necesario y posible, un socialismo económico basado en la libertad y en la persona, la suma de los individuos, de las singularidades. Ya en las últimas hojas de esta bella serie de entrevistas él agrega: He visto el objetivismo, el esoterismo de Pauwels y Bergier, los tachos del Instituto Di Tella, el estructuralismo, el pop, el fin de las ideologías, la obra abierta, la modernidad. He sobrevivido a los fórceps, a la masacre de Ezeiza y a cuatro insurrecciones militares. Ya puedo sentarme en el umbral de mi casa, como quería Marechal, a ver pasar el cadáver de la última estética.