Cataplúm o el riesgo de perderlo todo: una sensación que advierte los conflictos sociales
Por Matías Cambiaggi
Por decisión del autor el artículo contiene lenguaje inclusivo.
Definición, concepto y 2001
Cataplúm, según afirma la RAE, es una onomatopeya que indica ruido, caída o golpe, pero esta definición seca, burocrática deja sabor a poco. En ella quedan restos sin interpretar, distintas profundidades por elaborar. En principio, la necesidad de distinguir entre traspiés, resbalones, desmayos y nocauts, por ejemplo. Pero hay más.
¿Cataplúm puede resultar un concepto útil para entender los movimientos sociales y políticos de nuestro país?
Para la sociología, por ejemplo, a partir del clásico Pobres ciudadanos, de Denis Merklen, Cataplúm, la palabra con la que comenzaba aquel texto que buscaba hacer ruido, fue otra cosa. Un guiño en parte, pero sobre todo un llamado de atención a nuestros sectores dirigentes y en el terreno de la academia, a los politólogos, por su exasperante desorientación frente al huracán cálido de diciembre de 2001.
Aquella onomatopeya inusual, pariente de los plop, o paf, pero más extensa y por eso con más preparación para el remate final, que eligió Merklen, tenía por objetivo, resaltar la incredulidad y sorpresa de casi la totalidad de la dirigencia política ante diciembre de 2001, cuando sólo atinaron a caerse de espaldas, como Condorito, u otros personajes de historieta, cuanto la muchedumbre acosaba sus escritorios.
¿Qué había pasado con ellos? A todos les había ganado la sorpresa, primero y después el resbalón, o la idea atractiva de hacerse los desmayados. La sociedad, su composición y sus dinámicas reales, desde los sillones académicos, ejecutivos y legislativos, hacía mucho tiempo, se habían vuelto invisibles a fuerza de negarlas. A fuerza de seguir recetas y directivas pensadas muy lejos de nuestro barro. A fuerza de seguir, también, el camino más cómodo.
Desde aquel 2001, transcurrieron veinte años en los que fueron mayoría los de recomposición política y social durante el kirchnerismo, aunque también existieron retrocesos, como el que representó la “recaída neoliberal”, durante el gobierno breve pero costoso, de Cambiemos. En este largo proceso se conquistaron derechos y quedaron, están a la vista, muchas asignaturas sin cancelar. Atravesamos ritmos vertiginosos a veces, y también tránsitos lentos. Sin embargo, sin pausas importantes, ni irrecuperables contramarchas, fueron todos de poderosa organización social y de estratégica construcción y fortalecimiento de liderazgo político, en los cuales la onomatopeya que nos ocupa, si bien de tanto en tanto hizo sentir en distintos momentos su presencia o su amenaza, en todos los casos consiguió ser conjugada para no hipotecar lo conquistado, y sostener la esperanza de concretar los deseos colectivos acumulados.
Puntos, traspiés y una caracterización
Aquel largo proceso de recuperación y recaída tuvo un nuevo punto y aparte en 2019, en el que la mayoría de la sociedad manifestó su voluntad, luego de quemarse por segunda vez con el mismo fuego, de retomar las políticas de inclusión, votando para eso la fórmula de unidad de los sectores populares, encabezada por Alberto Fernández y Cristina Kirchner. Sin embargo, la historia que es movimiento y también imprevisto, encontró junto a las conocidas, nuevas dificultades que abrieron un tiempo extraño, y complejo en el que el nuevo gobierno apenas logró hacer pie, acosado a veces por los poderes concentrados, y otras por sus propios desconciertos, en un terreno con sus límites pintados a cal por el virus y bajo la amenaza constante de sonoros Cataplúm.
A pocos días del comienzo del encierro obligatorio, por ejemplo, cuando el gobierno nacional, haciendo un esfuerzo importante, tras los quebrantos dejados por Cambiemos, lanzó el IFE, en medio de todas las recomendaciones posibles sobre el distanciamiento social, la primera amenaza seria de Cataplúm que sobrevoló el aire, llegó de la mano de los noticieros, con las imágenes de otra muchedumbre inesperada como la de 2001, pero esta vez, con el fin módico de conseguir unos billetes para llegar arañando, a fin de mes.
En esa oportunidad, los teóricos de los números esperaban tres millones de argentinos necesitados de ese salvataje de emergencia. Fueron, en cambio, amuchados, desesperados, frente a los cajeros, casi diez, apremiados por la certeza del hambre, antes que por la inminencia invisible del virus.
El bochorno costó cabezas, un papelón de dimensiones y, sobre todo, más esfuerzo fiscal del esperado. Pero sin aquel esfuerzo no hubiera habido estrategia de cuarentena viable, o, sin exagerar ni atemorizar, hubiera habido quizás, otro veinte de diciembre como aquel que recordaba Merklen.
El gobierno, sin embargo, supo aprender de aquel error inicial, y le hizo frente, extendiendo el IFE a la cantidad de personas que lo necesitaban, a la vez que redobló la entrega de alimentos, sostuvo el salario social y la asignación universal, para sumar también los ATP, entre otras políticas importantes, que, a pesar de la escasez general, nos mantuvieron a flote.
Siguió el desalojo en Guernica, una respuesta inesperada según la tradición que legó Néstor Kirchner para enfrentar el conflicto social, no sólo por su contenido simbólico, sino también por el desgobierno policial, los gatillos invisibles y los costos políticos que implican.
Poco después, ocurrió la otra amenaza de Cataplúm que atravesó al medio el 2020, la rebelión armada de la bonaerense, con cercos a la casa del gobernador y la Quinta de Olivos, en un clima enrarecido por las declaraciones de Eduardo Duhalde, vaticinando pocos días antes, un inminente golpe de Estado.
En esta ocasión, el olfato del secretario de Seguridad Bonaerense demostró tanta perspicacia como la de los funcionarios que esperaban a los tres millones de informales que terminaron siendo diez. Sin embargo, esta nueva irrupción en el escenario público dejó desnuda aún más que la inutilidad de las bravuconadas y los bravucones, la fragilidad del sistema, y la vigencia de los fantasmas en los que ya nadie creía, pero que ahí estaban. Están.
La última amenaza de Cataplúm del año podría haber ocurrido tras el anuncio de suspensión del IFE y ATP, pero no, aunque todavía transitamos el camino del hay que ver. La que sí se vio, ocurrió durante el funeral de estado fallido a Diego Maradona, en la que otra vez, todos los miedos volvieron a hacerse presentes y lo que debió ser una despedida multitudinaria hacia el máximo ídolo popular de nuestro país, por impericia, falta de medición o de decisión, fue un desastre de magnitudes, que podría haber hipotecado un gobierno naciente.
En cuanto a la sensación Cataplúm, el riesgo de caída estruendosa de todo el andamiaje político, ante la aparición explosiva de la sociedad y sus reclamos acumulados, corresponde avanzar caracterizaciones que intenten no sólo comprender la persistencia y extensión de la sombra que proyecta nuestra onomatopeya-concepto, sino también disiparla.
Uno de los posibles aspectos que ayudan a entender las distancias entre “representantes” y “representados”, comienza a escucharse cada vez con mayor fuerza en distintos ámbitos, consiste en la pertenencia social, el profundo abismo entre unxs y otrxs. El alarmante desconocimiento de buena parte de nuestros sectores dirigentes sobre distintos rincones y dinámicas de nuestra sociedad, o sus formas de pensar y sentir.
La otra, la escuchamos como explicación, sobre todo en reflexiones de Daniel Feierstein, para entender el comportamiento de la sociedad frente a la pandemia: la negación.
En este caso, aplicándola como concepto al universo de los dirigentes políticos, la negación tiene sus fundamentos materiales, pero se explica ante todo como un chamanismo: “¿si todo el tiempo está por estallar y nunca estalla, porque me va a tocar a mí?”
Negación y pertenencia social, sin embargo, con toda su importancia, si bien explican buena parte de nuestras dificultades, sólo admiten ser entendidas bajo un fenómeno mayor de larga data, con el cual terminan de encontrar su verdadera expresión: la convicción de gran parte de la dirigencia política del carácter imbatible de los dueños de la pelota.
Durante este año inolvidable, en el que la protagonista que narró esta gran historia fue la amenaza, la hora de los brindis con los vasos medio llenos, dejará escuchar palabras de sosiego, una oración por el Diego y los que se fueron y también algunas palabras para el poroteo nuestro de cada día. Aquel que nos invita a recobrar esperanzas, aferrarnos a la evidencia de seguir en carrera a pesar de todo, y de que todo lo que podría haber sido no fue. Este año no sucedió el despegue, pero tampoco la derrota y en una cancha siempre inclinada, y aún más por la pandemia, no es poco, pero el tiempo juega en contra y las demandas insatisfechas, como algunos de los hinchas desesperados por despedir a Diego, comienzan a trepar las rejas de la Casa de Gobierno.