Sandro, Historia viva
Si hay algo que tengo en claro, es que los artistas son o fueron realmente populares cuando lo evocamos en nuestra memoria. Pero no me refiero a un recuerdo sin ton ni son, sino que forman parte de una memoria colectiva, cuando el arte se relaciona con circunstancias más allá de su función inicial. El otro día, conversando con el ensayista Pablo Alabarces, me reconoció que su preferencia hacia Sandro se remite a sus tiempos de juventud relacionándolo con un amigo y su madre, ambos fanáticos de Sandro y peronistas. “Tengo el recuerdo indeleble de su mamá llorando de una manera desconsolada el día que murió Perón”, mientras asume que en su casa no se consumía Sandro porque sus padres formaban parte de otra tradición. “Mi padre era muy gorila”, reconoció.
Pero, ¿qué tiene que ver Perón con Sandro si, a diferencia de Favio nunca asumió un posicionamiento político? Precisamente el legado de los artistas populares parte de un sentido de pertenencia, de una identidad que se mezcla con las expresiones genuinas que surgen de los márgenes. ¿Podemos seguir hablando de cultura popular en los tiempos actuales? Probablemente sí, pero asumiendo los cambios estructurales que desde luego impactan en la cultura.
De todos modos, no es nuestra intención abordar esas aristas sino evocar el legado de Roberto Sánchez, sobre la singularidad de su aporte a la cultura popular que lo hacen incluso en la actualidad considerar como un fenómeno único.
Quizás mi propia experiencia no sea ejemplo de nada porque siempre fui un bicho raro. Sin embargo, mi admiración hacia el gitano no se remite a un legado familiar (en mi casa crecí escuchando a Cacho Castaña, Camilo Sesto y José Luis Perales casi de una manera exclusiva) sino que ocurrió de una manera casi accidental: a mediados de los 90 le quise regalar a mi madre un cassette compilatorio de Sandro para el día de la madre. El motivo era que un domingo a la tarde estábamos viendo una de sus películas y ella preguntó, casi como si fuera una curiosidad, como si ella fuera una aficionada musical que concentrara muchos discos y artistas: “¿y por qué no tenemos nada de Sandro acá en casa?”
Por entonces, mi género musical preferido era el punk rock melódico. En mi walkman desfilaban los cassettes piratas conseguidos en la vieja feria del Parque Rivadavia, recitales y demos de Los Ramones, junto al boom que había significado para mí el disco de 2 minutos “Valentín Alsina” y al año siguiente, “Amén” de Attaque 77. Poco tiempo atrás había descubierto al Rey del Rock and Roll, Elvis Presley, ya que me había enterado que Johnny Ramone, el guitarrista del conjunto de Queens, un barrio obrero perteneciente a New York, era fanático. Eran los noventa y Sandro estaba de vuelta. Los rockeros empezaban a reconocerlo como un patriarca y de esa forma descubrí que aquel cantante oriundo del mismo barrio de 2 Minutos era considerado el “Elvis argentino”. Fue así que decidí, escuchar el cassette del Astro antes de regalarse a mi vieja. Sería la primera vez que verdaderamente escuchaba a Sandro y sería la primera vez que inauguraba la picardía juvenil de regalarle algo a mi madre para quedármelo. “Hay mucha agitación”, “Guitarras al viento”, “Quiero llenarme de ti” me habían enloquecido, sin embargo, la canción que me estremecía era “Señor cochero”. Claramente, en la actualidad hubiera sido candidato a un meme: porque había que verme con mi buzo negro desteñido de Ramones, mis jeans rotos y me pelo largo y abultado ensimismado escuchando “Me amas y me dejas” con mi walkman.
Sí, fue un camino de ida. A punto tal que decidí verlo la primera vez en vivo, en uno de sus tantas maratones que realizaba en el teatro Gran Rex. El espectáculo era “35 años de amores y pasiones” y me había costado mucho conseguir aquella entrada superpullman para ir a verlo. Después del ritual gitano, el plan seguía siendo el mismo de todos los sábados: ver si conseguía entrar a Cemento para despuntar el vicio con alguna banda punk o hardcore. Parecía sapo de otro pozo para muchos, hasta que un día lo ví también a Andres Calamaro que también solía entremezclarse con el público para ver el show de Sandro así como también no se perdían las convocantes “misas ricoteras”. Poco tiempo después también me reconfortaba cuando empecé a asistir a los recitales del conjunto de rock oriundos de Villa Celina llamado Villanos, donde su cantante, Niko Villano solía interpretar de una manera desencajada “Dame el fuego de tu amor”. Sería yo el que un día le informaba a Niko que Attaque 77 también empezaba a adoptarla: la habían estrenada en un recital de Cemento, adelantando su próxima grabación. Cuando lo escuché, me conmoví, grité y salté como un loco: estaba compartiendo mi ídolo con mis pares. Y era una verdadera fiesta.
Gracias a Sandro también decidí incursionar en el mundo del vinilo. El motivo estaba más que fundado: más de la mitad de su discografía no estaba reeditada. Youtube apenas existía, así que la única manera era que alguien te grabe el disco a cassette o bien empezar a buscar en las disquerías de la calle Corrientes. Todavía recuerdo como si fuera ayer cuando di con el álbum “Te espero” de 1972. Aquel disco hermoso donde Sandro estaba en la portada apoyado sobre un auto deportivo rojo tenía una canción muy buscada por mí: “Me juego entero por tu amor”.
80 años después
Lo mencionado anteriormente nos servía para ilustrar algunas particularidades del legado gitano que demuestran su vigencia, a pesar de todo.
Sandro, a diferencia de otros artistas de aquella época dorada para la música popular como Palito Ortega, Leonardo Favio y Leo Dan es el más indiscutido, que llega incluso a disputarle el podio de icono al mismo Carlos Gardel. Y, como el zorzal, no es precisamente el artista más vendedor, apenas se conoce su discografía, pero cuentan en su haber una veintena de canciones que son inoxidables. Sandro, como Gardel, se disfruta con el combo entero: no es suficiente escuchándolo, se requiere verlo contorsionarse, interpretando la canción de una manera tan particular que quien quiera imitarlo difícilmente no caiga en el ridículo. Sandro es una oda a la exuberancia.
Si Gardel es como sinónimo del tango canción y si no es padre del género, es sin dudas su mayor exponente en el caso de Sandro no sólo es un referente ineludible del pop melódico, sino que también lleva en su haber el ser considerado un pionero del rock local. Sin embargo, más allá del mote recurrente de endilgarle el mote de Elvis criollo (interesante traspolación del genero anglosajón con relación a su apropiación nacional donde el Gitano pareciera ser el que revoluciona el rock en nuestro país para luego volcarse a la balada como Elvis, en el tiempo en que surgen nuevas expresiones rockeras como Los Beatles… ¿y Los Gatos en nuestro país?, en donde el género parece ideologizarse) es un hecho curioso que las diversas generaciones rockeras de nuestro país (de Charly García hasta Divididos) le rinden tributo a Sandro sin conocer las canciones de su época rockera (de hecho, recién a fines de los noventa fueron reeditados aquellos álbumes, prácticamente inhallables porque tampoco fueron un éxito de ventas)
Tiene en su haber un catálogo de discos, canciones y hasta una película que permanecen descatalogadas. ¿Se está respetando su voluntad? A principios de los años 2000 Sandro tuvo un entredicho con la compañía Sony en torno a sus derechos de autor, ya que le habían disgustado las reediciones de sus primeros discos. No solo tenía que ver con que no se le había consultado, sino porque tampoco le gustaba que se recuperaran canciones adicionales (bonus tracks pertenecientes a versiones alternativas, canciones provenientes de lados b de simples y de discos ep) ya que era muy crítico con respecto a ciertas producciones que prefería que quedaran sepultadas en el olvido. Lo mismo ocurre con la película “Tu me enloqueces”, protagonizada junto a Susana Giménez, remasterizada y transmitida por última vez en canal América TV allá en el 2020, en tiempos de pandemia. Pareciera que existe una conformidad por seguir explotando únicamente los viejos éxitos, evitando incurrir en reediciones de otros discos que contienen canciones excelentes que merecen otra oportunidad. Incluso, quizás la canción más vendida de Sandro que fue un furor en México y que motivara el apodo al cantante venezolano José Luis Rodriguez “Mi amigo el Puma” permanece descatalogado. Lo mismo sucede con “mi” disco preferido “Te espero” de 1972. Todos esos álbumes no pueden ser reeditados por Sony Music porque deben tener el visto bueno de los que poseen los derechos del Ídolo, ya que a partir de 1972 Sandro y su manager Oscar Anderle habían firmado un nuevo contrato donde todos los derechos eran potestad de dicha sociedad (ANSA). No obstante, siguen sucediendo algunas curiosidades: en relación al 80 aniversario decidieron relanzar en forma de video clips con una mejora de las imágenes originales las canciones de Sandro que forman parte de su filmografía. Sin embargo, los audios son de las canciones originales cuando en realidad la mayoría de ellas eran versiones diferentes que habían sido grabadas para las películas. Es decir, basta naufragar por Youtube para redescubrir los audios originales de “Porque yo te amo” y “Penumbras” del filme “Quiero llenarme de ti” o “La vida sigue igual” y las inéditas “El dolor tiene su valle” y “Bravo por ti” pertenecientes a Gitano. ¿Al menos estas últimas tendrán la oportunidad de ser remasterizadas para estos videos que prometen estrenarse todos los jueves desde el canal oficial de Sandro de América?
Podemos mencionar otras curiosidades, sin embargo, lo mencionado anteriormente pueden resumir algo que lo convierte en un caso poco común producto de su vinculación con lo popular. Sandro es mito, es historia viva y no pierde vigencia a pesar de que se desconozca su mayor legado que es su música. A pesar de que desde la discográfica reconozcan que “Sandro no vende” y que salvo el disco “Tengo historia así” (donde se trabajaron con demos que habían quedados perdidos en los baúles de su arreglador de los 80, Rubén Aguilera) fueron una cadena de tropezones musicales que buscaron revitalizar el legado gitano pero siempre incurriendo en lo mismo: sus clásicos en conjunto a la imagen del joven Sandro de las películas.
Algo debe haber en esa llama que no se logra apagar, síntoma que la cultura popular (o como se la llame) sigue presente en nosotros.