Cuento: "Teorías de pactos en El Cairo"
Por Norman Petrich | Foto: Asociación Casco Histórico
Había horas que en El Cairo era imposible conseguir una mesa vacía. Ubicado en pleno centro rosarino, más precisamente en la esquina de Sarmiento y Santa Fe, había atrapado el interés de personas cuyas edades y pretensiones eran bastantes dispares.
El ruido de los choques precisos e intencionados de las bolas de billar y el festejo desmesurado de los ocasionales jugadores competía con el sonido de la vitrola de discos colocada en el otro rincón del local, bautizada de dicha forma por los habitués tras el olvido (pretendido o no) de su nombre extranjerizante. Frente a la máquina de música, la barra americana mostraba todo su esplendor con los asientos ocupados por felices comensales quienes matizaban la espera teniendo a maltraer a los pobres mozos.
En una mesa junto al ventanal que da a la calle Santa Fe y café de por medio, cuatro veteranos simpatizantes de Rosario Central discutían sobre cuáles eran las posibilidades reales de alzarse con la victoria que tenía su amado equipo mientras alimentaban la vista con el paso de las mujeres que van a la matiné del cine a mitad de cuadra, el cual ostenta el mismo nombre del bar.
-El domingo lo volteamos a Racing, muchachos, pónganle la firma.
-¿Estás seguro? Mirá que viene bien la Academia.
-Es una fija, señores, así de convencido estoy. Hagan sus apuestas que yo las tomo y las doblo.
El que daba por ganador a Central era, tal vez, el más joven de la mesa. Por lo menos así lo parecía siendo el único que conservaba el color natural del pelo, canosos ya los otros. El portador de la duda, seguro, el más viejo. Tenía pinta de haber visto demasiados partidos ganados de antemano convertidos en posteriores frustraciones. Los otros dos eran meros espectadores del diálogo de sus amigos.
-Racing se planta bien arriba, no creo que ganemos fácil, aunque debo reconocer que este año tenemos una buena escuadra.
-Mirá, la clave está en marcar a un solo jugador, si no dejamos que Rubén Sosa la toque, que no quede sin marca en los últimos metros, es pan comido. Pueden hacer todo el fulbito que quieran que no la meten más. Además, Sosa será todo lo buen cabeceador que vos quieras pero para moverla por abajo prefiero el matungo que salió colinche en la sexta de ayer en el Independencia.
-No dejar que el “Marqués” cabecee es una tarea imposible para un ser humano.
Quien dictó semejante sentencia no pertenecía a la mesa de los veteranos, por eso los cuatro giraron sus cabezas para enterarse de quién tenía tamaña osadía para meterse en conversación ajena y soportar las consecuencias de dicho acto.
A escasos pasos, un chico cuya edad no superaba los quince años sostenía la mirada mientras sus amigos intentaban esconderse o lo cagaban a patadas por debajo de la mesa.
El hincha que daba por sentado el triunfo canalla reacciona al estupor inicial de ser interrumpido y discutido por un mocoso y decide divertirse, dejándolo en ridículo.
-A ver, nene. Imagino que tantos años de observar fútbol le han dado cierta sabiduría para llegar a asegurar que es imposible marcar a Sosa sin dejarlo cabecear. Me gustaría que ilustre con su capacidad descriptiva a esta mesa de ignorantes que tan poco sabe de la vida.
Lejos de achicarse, si este pibe algo morenito y escuálido podía achicarse más, se dejó escuchar:-Yo no quiero hablar de sobra pero las malas lenguas dicen que el “Marqués” tiene firmado un pacto con el Diablo o con Dios. Y usted sabe mejor que yo que nadie ha visto a las malas lenguas, sin embargo todos aseguran su existencia y ponderan la veracidad de sus dichos.
La mayoría de las voces que contaminaban El Cairo tanto como el humo de los cigarrillos enmudecieron y las cabezas giraron hacia el lugar de la acción tras la respuesta del pibe, sólo los del billar siguieron con su rutina de bolas en choque, abstraídos en el juego.
Uno de los viejos que hasta ese momento no había abierto la boca más que para beber café doble, preguntó:-¿Y en qué consiste el pacto, si es que el joven puede explayarse en el contenido del mismo?
A esa altura de los acontecimientos los amigos del chico entrometido miraban hacia el sector del bar donde sospechaban debía andar el mozo en el desesperado intento de localizar esos pantalones negros combinados con un delantal celeste que siempre se encontraba de espaldas a los clientes, tratando de llamarlo con un silbido o el clásico grito de ¡mozo! para conseguir que les tirara un manto de piedad trayendo la cuenta y les diera la excusa necesaria para rajarse.
Lejos de producirse el ansiado milagro, fueron testigos de la explicación concienzuda del morochito, imposibilitado éste por mandato divino de poder cerrar la boca a tiempo y agachar la cabeza cuando conviene.
-Como les decía, no se si con el bien o con el mal, el “Marqués” tiene un pacto que le permite saber unos segundos antes que el resto a dónde irá el esférico. Es más, algunos aseguran que el pacto está hecho con ambas partes, permitiéndole uno lo que ya he referido y el otro la posibilidad de mantenerse en el aire por más tiempo que cualquier ser humano. Lo cual lo habilita para entrar en disputa de cualquier centro a la olla que caiga en el área, sea tan malo como fuere. Y si no ¿por qué creen ustedes que ha marcado tantos goles de cabeza anticipando a defensores que se le habían pegado a la espalda como si fueran su sombra? Es más ¿cuántas veces ha participado en saltos que tenía perdidos de antemano y peinado el balón para un compañero o provocado el rechazo incómodo y deficiente del rival, originando rebotes que los racinguistas aprovecharon para anotar? Y por último, señores ¿cuándo Rubén Sosa ha ido al primer palo y la pelota al segundo? ¿O cuándo ha pasado lo contrario, con el “Marqués” en el segundo y el centro realizado al primero? ¿Cuándo? No hay caso, señores, ese caballero goleador tiene realizado un pacto con Dios o con el Diablo, tal vez con ambos.
Los cuatro veteranos quedaron mudos, estupefactos, sin respuesta ante semejante teoría. Lo dicho por el mocoso no tenía réplica, además de acercarse a las cosas que no tenían explicación y por eso uno le esquiva el bulto. Era como si hubiesen retrocedido a la niñez y los padres les dijeran que si no tomaban la sopa se los llevaba el viejo de la bolsa y por acto reflejo quedaban congelados ante tamaña posibilidad. El único de ellos que aun no había aportado palabra detectó un pequeño brillo de malicia en los ojos del chico y eso lo salvó de la total humillación.
-Decime, nene ¿Cuántas veces has visto jugar al Rubén Sosa?
-Ninguna. El domingo va a ser la primera vez, cuando venga Racing a Arroyito. Pero lo conozco bien… de tanto escucharlo por la radio- una sonrisa sobradora le cubre el rostro al decirlo.
-¿Cómo te llamás, pibe?
-Roberto. Roberto Fontanarrosa.
El vitalicio hincha de Central dudó entre pegarle una patada en el traste o reírse a carcajadas. Al final optó por darle un consejo que, según cuentan las inmortales malas lenguas, el chico tomaría al pie de la letra en un futuro, en ese momento, lejano.
-Negro, mejor que cuando seas grande esa lengua te haga famoso, de lo contrario va a hacer que te cuelguen del primer árbol que encuentren.