"Oda en prosa para el Negro Fontanarrosa", de Martín Tesouro
Por Martín Tesouro | Ilustración: Matías de Brasi
Por decisión del autor, el artículo contiene lenguaje inclusivo.
Oda en prosa para el Negro Fontanarrosa
Negociemos. Vos que sabés "Por qué los niños van al circo", danos el gozo de la palabra, detenenos entre el tiempo, sonrientes, y meté el batacazo de querusa, como un caño de espaldas, y andate hacia el arco sin darnos tiempo a atender ese instante atrás en el que se heló el chiste. Cómo amasa la palabra, maestro. Cómo nos deja sintiendo un gol. Y cómo un gol, es algo que se tiene que compartir.
Así nos invita siempre a sentirnos menos solos, a reconocernos comunes y disfrutarlo.
Hacé como en en “Julito”, llevala de un lado a otro, jugá, paseala por la cara de la sociedad pacata. Silbando bajito sentate en la mesa y destapá la olla en la que se cuecen silencios enfermizos. Qué maravilla de atrevimiento. Como un vendedor ambulante que termina sentado en el comedor y corrigiendo las costumbres de la casa, “la educación de les hijes”.
O andate para el otro lado, andá para el “Viejo con árbol”, donde lo común en el mundo del protagonista es el estado analítico, “apolíneo” dijeran, y lo que se le despierta es el instinto, se le agotan los poderes del pensamiento y surge la liberación sentimental y desbordada, que satisface tanto las necesidades del viejo como las nuestras, que nos alegramos de constatar la humanidad de ese futbolero intelectual.
Negociemos, Negro. El firulete discursivo para meterle un caño a la conciencia, que se había relajado entre los vasos, el humo, palabras de café. En medio de las carcajadas pasa limpita la idea del Negro, que pone cara de gila y nos enfrenta a una pústula de la época, con la maestría de evanescerse en el retorno inmediato al grotesco normal.
El suyo sí que es “Un género difícil”, Roberto. Andar bagayeando en el humor es cosa seria. Entre chatarras de humanidad hace salir los sujetos más puros, portavoces populares, muchas veces, de lo que no quisiéramos decir ni escuchar. Pero usted, sin pedir permiso, traza rápido y trafica para siempre la semilla intrépida de la comedia profunda, la que se abre paso entre las costumbres y el sentido común para evidenciar su sordidez.
Acá le agradecemos su inteligencia fulgurante. En una viñeta, sí. Negro, nos gambeteás en una viñeta, y en vez de calentarnos, en lugar de darnos vuelta para partirte, nos vemos en el espejo del absurdo y nos reímos. Y te dejamos ir, loco, flameante, con la sortija de la joda en la mano, que en este caso, es toda habilidad tuya y pura dicha nuestra. Porque cuando tenemos la oportunidad de leernos en tu fabuloso mundo, en el retrato mágico y realista que labraste en cada trabajo, no nos queda otra más que agradecer la picardía, la transgresión, la maestría con la que nos convida en la misma mano, simplicidad y profundidad.
Brindamos de corazón por la posibilidad de que en alguna de todas las lecturas, en alguna de esas tantas veces que sus personajes nos quitan la mordaza y ponen sobre la mesa lo que sentimos, las palabras con las que transitamos la argentinidad, en algunas de las fiestas discursivas a las que nos invita sin entrada, salgamos agradecidos porque, entre risas, puteadas, mate, vino, café, el espejo nos haya tirado una carta en silencio, y en esa jugada una fibra, algún flanco débil en la medianera que contiene nuestras miserias, se agujeree.