El canto y la desesperación
Foto de pintura "El quinteto", de Emilio Pettoruti
Por Inés Busquets
"Todavía cantamos nuestras canciones tristes llenas de dolor, aún levantamos las cabezas del polvo incluso después de que las ruedas pesadas nos hayan pasado por encima. No, no nos aplastaron. Sé que también esta vez vamos a sobrevivir. Casi me avergüenza pensar de otro modo. La esperanza del inocente".
"Ningún lugar a donde ir", Jonas Mekas.
Leer a Mekas es exiliarte del mundo por un rato. Es crear tu propia canción lituana con la misma versión del cristo tallado mirando hacia abajo, con la cabeza apoyada en la palma derecha. Como si interiormente se estuviera desarrollando un mantra para alejarnos del miedo. Huyendo también de las guerras íntimas, caminando sinuosamente por la montaña de la vida.
En Ningún lugar adonde ir, Jonas Mekas cuenta a modo de diario su recorrido en el exilio, a partir del año 1944, transitado por campos de trabajo forzado, de refugiados y de desplazados. Entre recuerdos de la infancia y los recursos de supervivencia rescata a la canción como herramienta de salvación colectiva. Un refugio del alma que une y alimenta la esperanza. Quizá esas mismas melodías que hoy se replican anónimamente y nunca sepamos sus orígenes. Esas canciones de posguerra que cruzaron continentes para instalarse de manera definitiva. Probablemente, con el fin último de trascender, reavivar la memoria de los pueblos y reafirmar su tradición.
Tal vez, el canto también sea un grito de dolor en el medio del desierto.
Pensaba en el sentimiento que despierta el blues al escucharlo y veo el lamento de los esclavos afroamericanos en las algodoneras, en plena Guerra de Secesión, recreando un movimiento rítmico entre la caña y el suelo dibujando un swing perfecto.
A veces la tristeza se manifiesta de forma contraria y ese grito desesperado deviene en melodía. Seguramente los pueblos cuando sufren crean sus propios mantras sagrados y se encargan de su perdurabilidad. Confirmándonos que el caos también puede significar lo inverso.
Cada época desentraña un nacimiento, un llanto, un lamento.
Vuelvo al presente, a la singularidad de mi instante de lectura y me pregunto:
fue el tango triste, el rock, la cumbia villera: ¿qué nacerá del grito de hoy?