Emiliano Scaricaciottoli reflexiona sobre su primera novela: “La escritura tiene que doler, si no dedicate a otra cosa”
Por Gito Minore
Por decisión del entrevistado el artículo contiene lenguaje inclusivo.
Hace poco más de un mes salió publicada por el sello editorial Barnacle, Fundidor, la primera novela de Emiliano Scaricaciottoli. Magia, locura, psicoanálisis, metal y conurbano se entremezclan en una prosa que no da respiro. Con un ritmo machacante, y un lenguaje sin concesiones ni medias tintas, la historia invita a sumergirse en un submundo del que es imposible salir ileso.
AGENCIA PACO URONDO conversó con Scaricaciotoli sobre su primera incursión en este género. Pero también sobre la literatura como experiencia vital.
APU: Hace casi diez años que venís publicando ensayos sobre literatura, rock, heavy metal, género en el que estás afianzado, ¿qué te lleva a incursionar en la novela?
Emiliano Scaricaciottoli: Es verdad, e incluyo la crónica, que fue otro refugio desde donde disparar, investigar, intervenir con firmeza. Yo tengo una concepción de lo literario más allá del soporte, de los “aparatejos” como decía Nicolás Rosa. Sí, entiendo que esta es formalmente hablando la primera novela, pero le he robado el estatuto ficcional a la “narrativa” (y a su imperio de legitimaciones berretas) hace tiempo. Fundidor es un proyecto que comenzó en 2013 y se materializó gracias a la valentía de Vero y Alberto, de Barnacle. Lo cierto es que estos recorridos que homologamos como “novela” me llevaron por otros laberintos y el proyecto se hizo largo. Porque así debe ser la escritura cuando gravita. Hay que laburarla, abandonarla y abandonarse para volver sobre ella infinitamente. Ahora hay un clima de escritura express, un aire “2x1” por el cual todxs son novelistas, poetas, ensayistas en dos minutos. A mí escribir me lleva la vida, no es joda. Y esta novela es lo más importante que escribí hasta hoy, sin duda alguna.
APU: En Fundidor, tanto los personajes como las situaciones que transcurren, son marginales. Un margen instalado en el conurbano donde viven, en la música que el protagonista escucha, en la crítica a la Universidad y sus fetiches, ¿por qué elegís la periferia para narrar?
E. S.: El conurbano ha sido la usina de mi sentir y de mi pensar. Entonces, cuando uno transita otras lenguas, otros territorios -decías la Universidad, por ejemplo- hay cuchillos oxidados -algo que siempre le robo al “negro” Dolina- que siguen susurrándome desde allá: desde Bernal, Quilmes, Ezpeleta. Son los espacios en los que compartí la vida y la muerte con los seres más bravxs. Sin grises. Por eso vuelvo a mis escondites del sur, porque hay una fuerza, algo profano y violento que ha dejado huella. El nombre propio, quizás, eso de lo que no te desprendés tan fácilmente.
APU: ¿Es la novela un género cómodo para escribir?
E.S.: No. Creo que Bioy contaba que cuando quiso escribir una obra de teatro duró 10 minutos. Quizás fueron los mejores 10 minutos de su vida escribiendo. No sé. Bueno, escribir en este registro es armarse de viejos fantasmas y cagarse a trompadas con la propia historia. Eso si querés hacer algo más con tu escritura que recurrir a matrices, personajes, problemáticas que te hagan quedar bien con una tía, o con algún sector de esta cofradía horripilante de escritorxs que se ha configurado en este presente paupérrimo que vivimos. Es como el “rock nacional”, llegó un momento que se estrelló contra sus voces desreguladoras; pero siguen pensando, hablando, conservándolo. Nadie acepta la ruina. Un negocio, la escritura en el soporte de la novela, hoy en día, es una remisería mafiosa. Entonces, escribir una novela, al menos para mí, es costoso justamente para no caer en el remake del escapismo, menos aún para cumplir con la clerecía.
APU: Fundidor es una novela que, de alguna manera, un siglo después responde al ideario del grupo Boedo. Estos escritores, a diferencia de los que conformaban el grupo de Florida (quienes postulaban el arte por el arte) sostenían que el arte, la literatura, debían estar al servicio de la liberación del hombre que, como no podía ser de otra manera en aquel entonces, vendría de la mano de la revolución. ¿Se puede pensar la posibilidad de hacer la revolución desde la literatura, hoy?
E.S.: No hay más compañerxs de ruta. Porque, pienso en un amigo nuestro, Gito, Elías Castelnuovo, charlaba con los sujetos políticos de su época. Hoy son puras tensiones simbólicas: “la crisis”, “el sistema”, “la calle”. Son fórmulas para que te levanten un busto en alguna plaza o estés en la lista de un premio pedorro. La idea, la mía, no es contentar al Partido Obrero, menos aún creer que estoy marcando la cancha o que puedo orientar a alguien. Sí, tratar de dialogar entre aquellxs que descreemos de la razón de la mayoría y no vamos a entrar en ningún pacto con la maquinaria estatal. Con pelearnos un poco, ingresar en un dispositivo de debate ya sería un montón. Porque esa jugada nos permitiría dejar de escribir escenas de bidet como si fueran el megáfono de una generación. Yo leo a Mauro Libertella y me dan ganas de vomitar.
APU: En la misma línea, ¿cuál es la función del escritor en el siglo XXI?
E.S.: Insisto, estrellarse con sus contradicciones. No dejarse ganar por el consignismo de nadie. Cagarse en las formas, en el culto a la moderación y el uso de la lengua de lxs otrxs. Y que ese sudor se vea en la letra. Correrse con la escritura, pero no para masturbarse en soledad. Ojalá podamos volver a un proyecto de escritura colectiva. Se perdió, lamentablemente. Pero tanto con el GIIHMA, como con CronosRock, o con el Seminario Permanente de Estudios sobre Rock Argentino Contemporáneo (SPERAC) trató de hacer eso: enjambrar nuestras escrituras e intervenir sobre nuestro presente. El camino no es el descriptivismo, como te decía antes. La escritura tiene que doler, sino dedicate a otra cosa.
APU: Tanto estilísticamente como por contenido que trae, Fundidor va a contracorriente de lo que se viene publicando en la actualidad, ¿qué pensás de la literatura contemporánea argentina?
E.S.: En general, creo que la literatura argentina contemporánea está levantando su iglesia, su sacerdocio. No me cabe ni a palos la protección de la microcomunidad de pelotudxs que se juntan a celebrar sus consignas, pero escriben como el culo. La mayoría de nuestrxs exponentes, exceptuando, del mainstream claro, a Martín Kohan y Selva Almada, dan lástima. Mucha beca, hermano. Una necesidad atroz de referenciarse en los lugares comunes y hacerse portavoces de luchas que ven desde la tele. Acá hay gente muy confundida. Que ardan, pero todas las iglesias. Y lxs sensitive readers son la policía moral, lxs censorxs más peligrosxs. Por eso no participo del culto a las formas. Hicieron el mejor negocio de la historia con la dosis de oportunismo necesaria para blindarse de toda crítica. Como decía Viñas, estamos demasiado rodeadxs de funcionarixs y ex funcionarixs que se dieron cuenta que podían escribir como patovicas: vos sí, vos no, vos sí, vos no. Me preguntabas por el sur, por la “periferia”: si esto va a ser así, me sienta muy bien ese lugar. No soy oveja de nadie.