Homenaje al historietista Robin Wood
Por Gabriela Canteros | Ilustración: Gabriela Canteros
Por decisión de la autora, el artículo contiene lenguaje inclusivo.
Para quienes crecimos leyendo historietas se fue un prócer, detrás de Nippur de Lagash, Mi novia y yo, Pepe Sánchez, Savarese, Mark, Helena, Gilgamesh, Amanda, El Cosaco, Wolf, Merlín, Aquí la Legión, Los Amigos, Or-Grund… estaba el gran Robin Wood. Y nosotros con nuestras narices entre páginas amarillas intentando dibujar (o copiar las historias), leyendo los anuncios de la escuela Panamericana de Arte: “Estudie una profesión”, “Asegure su porvenir”, “Estudie y triunfará” y “Aprenda a dibujar” eran algunas de las apelaciones a los lectores, aprender dibujo a distancia era la idea y una gran tentación, algo muy común en nuestros días pero absolutamente innovador en su época, por un par de centavos podías acceder a cuadernillos completos del paso a paso para dibujar a los héroes, paisajes, heroínas y toda clase de personajes de caricatura.
Detrás de estos sujetos que nos abrieron un mundo de imaginación, aventura e historia el gran Robin Wood, como dice un amigo: “el que les robaba a los ricos para darles a los pobres”, y no se equivoca. Wood es aquel escritor, guionista y soñador que supo combinar la historia universal de los sumerios, los egipcios, los griegos, la civilizaciones antiguas, los clubes de Argentina y la cultura italiana en creaciones contemporáneas accesibles a la cultura popular, con gracia, emoción, pasión; los personajes sufrían todo tipo de calamidades como los mejores héroes épicos y salían adelante de la más compleja trama de aventuras y drama.
Fue un guionista de historietas de origen paraguayo aclamado en Argentina y en Latinoamérica. Creó casi 100 personajes y se le contabiliza en la cultura popular 10 mil guiones de historietas. Prolífico escritor creó distintos seudónimos para que su nombre no sea reiterado en los índices de cada revista, así llegó a firmar como: Mateo Fussari, Robert O’Neill, Noel Mc Leod, Roberto Monti, Carlos Ruiz, Rubén Amézaga y hasta Cristina Rudlinger, su envidiable creatividad y cultura alimentaron las tardes, noches y mañanas de al menos tres décadas de la historieta argentina.
A últimas horas del domingo 17 de octubre, María Graciela Sténico-Wood publicó en Facebook el siguiente mensaje: “Acaba de fallecer mi esposo Robin Wood, víctima de una penosa enfermedad”. A partir de ese mensaje la información comenzó a circular por las redes sociales que se inundaron de homenajes de despedida y admiración para el histórico guionista.
Una infancia marcada por la pobreza y el abandono, una juventud que lo llevó a los más variados trabajos para poder acceder a las necesidades básicas, un eufórico lector y narrador, y un giro poético para sus talentos, el de convertirse en un afamado guionista.
El sueño de cualquiera vinculado a la historieta, al dibujo o al guion, sus lectores por millones, en varios idiomas, gracias a su escritura creativa y prolífica comenzaron a viajar por aquellos lugares que solo conocían por sus lecturas. Serían sus compañerxs: una máquina de escribir errante y las historias más populares con los datos más cultos que puso en boca de miles. Así conocimos el Éufrates y el Tigris, la historia de la Civilización Micénica, Sumer, Egipto, Creta, Mesopotamia, Italia y África, también supo hacer el equipo más genial con el ilustre dibujante Lucho Olivera, fallecido en el 2005, pero también se dio el lujo de trabajar con Carlos Vogt, Juan Zanotto, Ricardo Villagrán, Enrique Breccia y Alberto Salinas.
Se fue Wood, nos quedan su magia, sus personajes, sus aventuras y sus narraciones, nos queda la literatura popular sin cansancio. Gracias Robin.