Informe de un día: cartas, monólogos y misivas en la literatura
Por Inés Busquets
Querido Bosie: Después de esperar mucho tiempo en vano, he resuelto ser el primero de los dos que rompa este silencio (…)
Oscar Wilde, De profundis.
Hace mucho tenía ganas de leer un libro que encontré muy barato en una mesa de saldos. Carta al padre, de Kafka es un libro finito, de unas cien páginas. Un libro íntimo que estaba entre los papeles póstumos que Franz no quería mostrar. Esas cuestiones que suceden cuando la obra supera al artista.
Carta al padre es una descarga emocional de un Kafka hijo desconcertado por la crianza y la formación del padre. En un decir poético inherente a la personalidad del escritor.
Un relato desgarrador apelativo donde los lectores funcionamos como intrusos a un vínculo preexistente. Un alegato interior, una expresión visceral y descarnada de la que por momentos quien lo lee se siente demás, experimentando la culpa o desazón de participar en algo a lo que no fue convocado; con esa mezcla de curiosidad y morbo de querer avanzar en la sinuosidad de un vínculo frío y pasional a la vez. Una diatriba desde el amor y desde el reclamo filial.
“Querido padre:
Hace poco tiempo me preguntaste por qué te tengo tanto miedo.” Así se inicia la carta y sigue: “Se que este intento de contestarte por escrito resultará muy incompleto. También escribir inhibe el miedo...”
Leer este libro inquietante me llevó inevitablemente por otras cartas de la literatura, por el efecto que nos causa ser parte de una intimidad desbordante.
Pensé en De profundis, de Oscar Wilde y en Cartas a Theo, de Van Gogh. Además de estos escritos clásicos también me remitió a un libro bello y contemporáneo, que no forma parte del género epistolar sino que es una novela, pero que es tan dirigido y personal que me condujo a estas voces y a estos registros: La ilusión de los mamíferos, de Julián López.
Pienso que lo maravilloso de las constelaciones artísticas son los diálogos que se producen más allá de la época y las nacionalidades. Los vínculos, el amor, las relaciones humanas definitivamente contienen un lenguaje universal.
De profundis, de Oscar Wilde irrumpe con un lenguaje directo y brutal, lejos de la exaltación de la belleza del esteticismo. Deja a un lado la ficción por un momento para hablarle a su ex amor por el que se entregó íntegramente. Por el que resignó su carrera, su tiempo, su ocio y estatus: “Tu presencia significó la ruina absoluta para mi arte.” Por Bossie también escribe desde la cárcel de Reading. La emoción y la pasión se conjugan con el reproche irremisible de una persona privada de su libertad y en quiebra: “Pero para los que vivimos en la cárcel, donde nunca nos ocurre otra cosa que sufrir, el tiempo se mide en espasmos de angustia y se registra en el recuerdo de las horas amargas.”
Sobre el final aun en la desdicha y desilusión insondable Oscar Wilde apela a que Bossie lea la carta donde le deja una puerta abierta para verlo algún día. Una contradicción que solo puede entenderse desde el cariño que los unió. Una carta larga y perturbadora que traduce estados de ánimo, pero que a la vez se convierte para el lector en un manifiesto sobre arte y amor.
En La ilusión de los mamíferos el narrador le habla a su amor desde el ocaso de la relación. Describe con minuciosa agudeza la figura del amante, los detalles del encuentro, las vicisitudes para verse solo los domingos. Oscar Wilde en De profundis le reclama a su amante que el vínculo carecía de música, en La ilusión de los mamíferos Julián López le otorga música y poesía a cada escena con él. Utiliza toda la pericia del lenguaje para evocar situaciones cotidianas como momentos extraordinarios. Tiene la capacidad de estremecer con cada palabra que describe un momento de cercanía o de silencio. Le habla a él, con los guiños de sus lecturas, de sus intimidades: “Nosotros somos bestias de penumbra,” le dice. Convierte la ausencia en un reclamo dulce, pero a la vez cruel y doloroso.
¿Qué hacemos entonces con ese tiempo que no vuelve? ¿Es tiempo perdido? ¿Es aprendizaje o provoca arrepentimiento? ¿Si volviera el tiempo atrás lo volveríamos a elegir? En el amor de pareja aparece siempre la contradicción, la duda, la frustración, la incertidumbre de saber si ante la pérdida podemos rescatar lo bello, lo sublime. Mientras transcurre el sufrimiento amoroso vuelve todo recuerdo inservible, nada nos consuela solo la presencia de ese ser que nos dejó de amar o que continúa su vida como si nada pasara: “La soledad es la ilusión de algunos mamíferos.”
En este libro rebosa la imagen. Las locaciones, los gestos, las miradas devienen en grandes pinturas qué traducimos en nuestra mente a medida que avanza. Es una misiva de despedida que colma de ribetes amorosos cada partícula del aire que compartieron.
Cartas a Theo es una delicia de la historia del arte. Un texto epistolar entre Vincent y su hermano Theo que recorre muchos años de la vida de Van Gogh y de su producción artística. Con una lucidez llamativa y contraria a lo que alegaban sus médicos, Van Gogh expresa con palabras la profundidad de su dolor, de su soledad, pero también su formación, su definición y descubrimientos de los colores. En esta correspondencia se ve reflejado el verdadero artista, los estados de ánimo, las intuiciones, las influencias, las ideas, el amor, los vínculos. Como una especie de entradas de un diario que le habla a su hermano, pero también a sí mismo. Así construye el verdadero sentido de las cartas.
¿Cómo es el pensamiento de un artista? ¿Se reconoce como tal? ¿El talento acompaña la infraestructura necesaria que se necesita para trabajar? ¿Es inspiración o sacrificio?
La envergadura poética de este libro es sorprendente, los colores cobran vida propia, hasta pareciera que cada uno de ellos corresponde a un sentimiento o estado anímico: “Afuera, está todo muy triste, los campos son una verdadera marga de bloques de tierra negra con un poco de nieve, y a menudo jornadas en las que no hay más que bruma y lodo; en la tarde el sol rojo y en la mañana los cuervos, la hierba desecada y la verdura marchita que se pudren, bosquecillos negros y las ramas de los álamos y de los sauces erizadas, contra un cielo triste, como una masa de alambre de púas.”
Cartas a Theo también es una devolución constante al hermano que lo ayuda económicamente para llevar a cabo sus cuadros y al que le transmite una inquietud que no escapa a ningún ser humano: la mirada ajena y la capacidad de pertenecer:
“¿Qué soy a los ojos de la mayoría de la gente?-una nulidad o un hombre excéntrico o desagradable- alguien que no tiene un sitio en la sociedad ni lo tendrá; en fin, poco menos que nada. (…) Espero ardientemente, hermano, que dentro de algunos años, y aun ahora, ya verás poco o pocas cosas salidas de mi mano que te darán alguna satisfacción por los sacrificios que has consentido.”
Estos son solo ejemplos de mensajes personales en la literatura, a veces a través de la ficción como en La Ilusión de los mamíferos y otras monólogos vehementes en forma de carta dirigidos a personas puntuales que a lo largo de la historia de estas obras nunca supimos si tuvieron respuesta, como De Profundis o Carta al padre. De alguna u otra manera la escritura funciona como un bálsamo, una herramienta sanadora, un decreto que afirma o desdeña un conflicto. La palabra una vez más transforma, libera, ilumina y tiende puentes hacia los demás, pero sobre todo hacia nosotros mismos.