Informe de un día: "Diario pinchado", novela de Mercedes Halfon
Por Inés Busquets
No conozco muchos lugares del mundo, solo algunas capitales visitadas tan rápidamente que a veces tengo la sensación que más que haberlas caminado las contemplé desde un avistaje aéreo. Una panorámica general, sin detalles, solo algunas situaciones particulares. Al menos así me llegan a la memoria pasado el tiempo. De todos modos persiste en mí la idea de conocer Berlín, la meca del arte, la ebullición de la juventud haciendo grafitis por las noches y pintando murales en los restos de un Muro simbólico con muchísimo significado, la celebración permanente del fin de la Guerra Fría. Tal vez atraída por los diarios y las bitácoras escritas sobre la gran ciudad.
De la misma manera también me convocó Diario pinchado, de Mercedes Halfon (Entropía, 2020). Entonces me pregunto: ¿Berlín es la garantía de la felicidad o lo es la persona y su contexto, esté donde esté? ¿Por qué será que construimos en nuestro imaginario un ideal? Algo parecido a elegir locaciones para las escenas de nuestras vidas. Inevitablemente pienso en Las alas del deseo o El cielo sobre Berlín de Wim Wenders y sobrevuelo lo tangible para ser parte de su propia atmósfera.
Aunque curiosamente Diario pinchado me remitió a otra película y a otra ciudad: Perdidos en Tokio de Lucía Coppola. La protagonista llega a Berlín como Scarlett Johansson, con la ilusión de acompañar a su novio/marido/compañero a una aventura en la cual el encanto del lugar debería alcanzar.
Una vez situadas en estas metrópolis deben lidiar con la desazón del encuentro, la distancia con la pareja y la gravedad de lo extraño, la soledad, la permanencia en una Torre de Babel con la imposibilidad de comunicarse.
Diario pinchado empieza en un vuelo: “Aunque hay una frase, estar en las nubes, que considera este lugar una residencia posible.”
El cuerpo y el espacio se dirimen en la propia existencia. Un traslado que sugiere incertidumbre y miedo, pero que solemos tener naturalizado: “Azorada por la costumbre de los argentinos de aplaudir en el aterrizaje. No entiendo ese modo de exteriorizar sus miedos y alegrías.”
El vértigo de las listas de pertenencias, como diría Eco, el check-in y el encuentro.
El diario como parámetro temporal parte un 30 de abril y culmina a fines de junio, en este recorrido es importante dar cuenta de que la temperatura oscila entre la primavera y el verano.
Cada paso de la diarista se vivencia con la cercanía que solo este género puede lograr. De repente una se siente descubierta como el personaje, con un mapa y una brújula en un terreno desconocido.
Avizorar una llegada a tierra extranjera suele ser una promesa de bienestar, sin embargo en Diario pinchado se vuelve un desasosiego y a su vez una revelación. Encontrarse con una misma a veces también es pisar un territorio nuevo.
¿Cuántas cosas sostienen nuestra estabilidad? Un lugar fijo donde vivir, una constelación de vínculos de contención, el conjunto de objetos personales, un universo propio que constituye una tranquilidad. La lógica de la certeza que muchas veces nos permite obviar algunas incomodidades. Salir de la zona de confort tiene sus riesgos, pero también esconde su costado epifánico.
En Diario pinchado la narradora se deja atravesar por el acontecimiento. No está sujeta a una planificación, no tiene un programa predefinido, ni siquiera la seguridad del techo hasta el fin de su estadía (que tampoco es fija). Un novio poeta becado en Berlín que en un momento viaja y se vuelve un espectro, una ausencia, un vacío que ella va llenando con la construcción de su propia experiencia. Un camino basado en la intuición y en la observación que deslumbra por su resiliencia.
Mercedes Halfon con cadencia poética muestra imágenes de un mundo en exploración, a veces el del personaje, otras lo que la rodea.
Una crónica que supone un viaje a Berlín, pero que transmuta en un viaje interior. Una mujer varada en cualquier parte, que logra reinventarse y transformar el extravío en su mejor orientación.