“La novela era una forma de descontracturar la solemnidad que se respiraba en la militancia”
Por Redacción APU
Agencia Paco Urondo: ¿Cómo surge el libro?
Juan Federico von Zeschau: Por varias razones, no lo tengo tan claro. Había terminado mi tesis de maestría y me llamaron de Tiempo Argentino para que escriba algunas notas sobre política internacional. Me di cuenta que necesitaba “escapar” de la escritura académica, muy acartonada, muy técnica y aburrida. Así que me puse a escribir ficción para aflojar el estilo, arrancando por lo que más conocía: el paño político de la juventud peronista.
Comencé con cuentos cortos: escenas de actos, cierres de listas que se alargaban hasta la madrugada y se hacían en el medio del humo irrespirable de los cigarrillos, fiscalizaciones que se ponían picantes, rosquitas de funcionarios intrascendentes arregladas en los pasillos de algún ministerio, quilombos políticos que se iniciaban por una disputa personal, una puteada de un dirigente a otro, un encono que se arrastraba desde Guardia de Hierro o Montoneros, ponele. Y llevaba los relatos a un taller de escritura y los corregíamos ahí. De a poco, me di cuenta que tenía material de sobra entre anécdotas de compañeros, charlas de café y, también, fábulas y rumores incomprobables pero que forman parte del folklore y la mística de la política y el peronismo. Todas esas experiencias colectivas terminaron dando para una novela y muchos me alentaron para que la publicara. Sobre todo los que no habían militado nunca, que me decían que era como asomarse por encima de una pared y ver del otro lado, el off the record de la política.
Confieso que tenía, además, una intención algo más pretenciosa. Cuando escribí la novela, entre 2014 y 2015, andaba medio peleado con la política, eso se nota en algunas líneas de Fuego Amigo… Peleado como puede estarlo alguien que milita, siempre sabiendo que va a volver a hacer política. Por ese entonces, sentía que la publicación de la novela era como una forma de descontracturar la solemnidad que se respiraba en gran parte de la militancia, de oxigenar, de abrir las ventanas y que airee.
¿Cómo pasamos del “que florezcan mil flores” de Néstor, al monopolio de la juventud militante que pretendía ser La Cámpora, a ese certificado de pureza ideológica que solo emitían ellos? Quería que la militancia se viera a si misma, sin filtros, porque de alguna forma, la práctica militante comenzaba a transformarse en un fin en si mismo, se “militaba por la militancia”, era muy autorreferencial. Si de 2003 a 2011 los militantes se enfrentaban a las corporaciones (la agropecuaria, la mediática), a partir de 2011 la militancia misma se convirtió -ella también- en una corporación con fines propios, compuesta de agrupaciones más centradas en la disputa táctica -las “internitas”- que en la victoria estratégica y la continuación de un modelo político. No digo que haya sido algo consciente, premeditado; es la dinámica que adoptó el kirchnerismo, las circunstancias llevaron a eso. Tal vez, la crisis del campo haya sido el quiebre, y con el 54% se ratificó una nueva forma de construcción política, más corporativa, más vertical, digitada desde la cúspide.
Y creo que la derrota electoral del 2015 fue su consecuencia. Durante toda la campaña se le demandaba a Scioli que hable para la militancia, que la interpele, que levante sus banderas, que la persuada de acompañarlo. Así que Scioli primero tuvo que convencer a los propios, a La Cámpora, a Carta Abierta, a 678, a Nuevo Encuentro, a quienes lo votaban “desgarrados”. Recién después de consolidar (y hasta ahí) al núcleo duro, pudo lanzarse a persuadir al resto del electorado. Y para ese momento ya era tarde.
APU: ¿Saldaste un debate interior de cómo contar prácticas organizativas?
VZ: No sé si lo debatí mucho, quería mostrar la cocina de la militancia kirchnerista, el otro lado del espejo. No por ánimo denunciante, no soy Carrió ni Stolbizer. Traté de ser equilibrado, es decir, no plantear que la militancia juvenil es el edén de la épica partidaria, pero tampoco abonar al discurso berreta de TN, ese simplismo mentiroso que asegura que los que participan en política lo hacen por un plan social, para buscar poder o hacerse unos mangos.
También para contar las prácticas organizativas elegí la mirada de mis personajes, sesgadas por supuesto, y parciales, como son todas las miradas. El protagonista indudable de la novela es el Tano. A él lo uso para mostrar cómo es el día a día de un joven funcionario, los dilemas, las responsabilidades, las mañas. Ese personaje me permite mostrar las prácticas de una administración pública siempre atravesada por la política. El Tano es un cuadro, un rosquero profesional, dirige a los militantes universitarios pero su perspectiva es mucho más amplia, porque él quiere que su grupo pelee lugares dentro de una estructura más grande, la agrupación de la Rusa, un armado con patas territoriales y gremiales, unidades básicas, cooperativas en villas, delegados sindicales. El Tano es un tipo solitario, mujeriego, machista y misógino, agrandado, ambicioso, bastante merquero, y muy mental. Un antihéroe. Un quebrado que sobreanaliza todo, no para de buscarle el subtitulado a lo que otros dicen o hacen, las dobles intenciones, el interés oculto. Y quizás, cualquiera que haya transitado por la política, por poco o mucho tiempo, sabe que hay algo de eso, hay un metalenguaje de gestos, tonos y actitudes que dicen más que las palabras. Pero el protagonista lleva esa paranoia al extremo, es un desconfiado crónico y un obsesivo.
Para contar sobre la militancia universitaria elegí otros personajes, a Bebu, por ejemplo, un militante de sociales que se formó políticamente entre esas paredes, un pibe ambicioso pero que no sabe bien qué es lo que hay afuera de la facultad, y poco a poco, con el transcurso de la novela, lo va aprendiendo, se baña de realpolitik. Él panfletea, habla en los cursos, negocia listas, arma un frente relativamente exitoso y eso le da aire para jugar en un escalón más alto de la política.
El antagonista del Tano es Turbi, o Turbina. Es todo lo contrario al Tano, lo que me va a permitir mostrar un mundo diferente al universitario y al de los pasillos del funcionariado estatal. Turbi es un referente territorial, un mal llamado puntero. Tiene unos 30 años, está en la barra de Nueva Chicago, y maneja a la juventud de la agrupación, la que está en los barrios de Mataderos, Lugano y Bajo Flores. Es otro panorama, mucho más complejo, con otros códigos, menos limpito que las charlas de café en el bar de la facu o las reuniones en despachos ministeriales. Además, a lo largo de la novela, y con el recrudecimiento de la interna, esas estructuras organizativas a la que pertenecen cada uno de los personajes se van a enfrentar. Las unidades básicas, los centros culturales, las cooperativas villeras, la agrupación universitaria, los contratos en el Estado, todo eso, va a ser el terreno de disputa, el campo de batalla.
APU: ¿Tuviste dudas sobre si una novela así podría sumar al espíritu antipolítico que intentan volver a imponer?
VZ: Claro que sí, pensé mucho su publicación, el empujón final me lo dieron los editores de Maipue, a quienes les gustó la propuesta y apostaron por su publicación. Maipue es una editorial “compañera”, por decirlo de algún modo, que se dedica tradicionalmente a publicar manuales y libros académicos que intentan romper con la estructura de enseñanza tradicional, mitrista, enfocada en los países centrales. Su visto bueno fue decisivo para mí a la hora de publicar la novela.
Igualmente, con los meses de perspectiva que da su publicación, no considero que Fuego Amigo sume a un espíritu antipolítico. La historia transcurre en un momento de mucha efervescencia política, entre marzo y junio del año 2008, cuando se desarrolla el llamado “conflicto con el campo”. Todos sus personajes viven para la política, son militantes profesionales, no saben hacer otra cosa. Ingresaron en política por la puerta que abrió el kirchnerismo, Néstor y Cristina les despertaron las ganas de participar. El protagonista, el Tano, es el único de los personajes que viene de una familia de larga tradición peronista. Y todos, a su forma (alguna más retorcida que otra), tienen la camiseta puesta, y es eso lo que les permite aguantar la interna feroz en la que están metidos, resistir las operaciones, ponerle el pecho a las traiciones. Si los personajes no hablan tanto de ideas o modelos políticos es porque ciertas discusiones ya están saldadas, se dan por sobreentendidas: todos son peronistas, todos saben por qué están militando, no hay que ni hablarlo, todos defienden el modelo. Pero en una interna, en el medio del fuego cruzado, quienes están atrincherados en el frente de batalla, no tienen tiempo para debatir acerca de cuestiones de la alta política, hay que salir a golpear, a herir al adversario, sino te pasan por encima.
Ese es el ámbito donde transcurre la novela: una interna. Por eso puede parecer cínica, oscura, ácida. No se desarrolla en la cara luminosa de la política, la del debate de ideas, la de la épica militante. No es que no exista, es que no me interesa como objeto de narración. Describo una guerra entre hermanos, en la que se trastocan lealtades, se abren heridas, se sabe de antemano dónde golpear, y ya no se puede confiar en nadie. Repito: ésta no es la generalidad de la política, era solo la parte que me interesaba abordar a mí.
Esa interna se da en un nivel intermedio, muy politizado. Si bien la novela arranca con una operación política supuestamente orquestada desde Casa Rosada (con el fin de voltear a una dirigente peronista, la Rusa) la historia no transcurre en las altas esferas, no es un House of Cards peronista, sino en un nivel más bajo, el que está poblado de lo que Perón llamaba los “cuadros intermedios”, aquellas personas que ofician de polea de transmisión entre el conductor y las bases: militantes y dirigentes jóvenes de la universidad y el territorio, las unidades básicas, los sindicatos, los puestos en el Estado, las villas. Ese nivel intermedio es muy apasionante, son las inferiores de la política argentina, es la escuela donde el militante raso puede pasar a ser dirigente, donde se forman y se gradúan los conductores. O todo lo contrario, puede ser el lugar donde los militantes quedan relegados o se jubilan de forma precoz. Porque, a veces, ese nivel intermedio adopta también la forma de una picadora de carne, como ocurre en mi novela.
Y un poco, mi intención era mostrar cómo viven los personajes principales (todos jóvenes militantes y cuadros intermedios), los coletazos y consecuencias de la interna política, describir sus vivencias y las razones por las que milita cada uno, las complejidades y contradicciones de la política. Elijo personajes con claroscuros: operadores, rosqueros, profesionales de la política, jóvenes que se metieron a militar por convicciones pero también para hacer una carrera dirigencial, que buscan cargos, remuneraciones, poder.
APU: ¿Qué rebote has tenido del ámbito militante?
VZ: Sin matices, no es una novela que resulta indiferente. Algunos compañeros fueron muy críticos, a otros les encantó, no hubo término medio. Es que trata sobre la juventud militante, todos se sienten tocados, y todos tienen algo que decir, porque transitaron diferentes espacios con resultados y vivencias de todo tipo.
Algunos me dijeron que el lenguaje que utilizo y las imágenes de describo son algo fuertes, casi expulsivas. Reconozco que el lenguaje utilizado en la novela es a veces muy crudo, casi pornográfico, y ciertas imágenes son extremadamente explícitas tanto en términos sexuales como políticos. Se habla de sexo, de mujeres, de compañeros, de todo en general, de manera muy despectiva. Era la idea, porque así también se manifiestan las relaciones de poder. En la política la principal arma es la palabra, y en una interna muchas veces hay que herir con la palabra, porque la utilización de la fuerza física es sólo una amenaza, se apela a ella solo en última instancia.
También me criticaron porque utilizo un lenguaje demasiado misógino y machista, y también es cierto, lo acepto. Intenté recoger las experiencias de muchas compañeras. La política argentina es extremadamente machista (no creo que sea exclusivo del peronismo, solo hay que mirar el gabinete de Macri) y una mujer la tiene el doble de complicado para hacer carrera. Cristina lo repetía siempre. Quería poner eso en evidencia, mostrar cómo piensan muchos personajes, cómo es el modo de relacionarse al interior de una agrupación política, cómo, mediante palabras y prejuicios en su mayoría inconscientes, se les pone obstáculos y barreras a las mujeres que quieren participar en política.
Pero, por lo general, las devoluciones fueron muy positivas, trato de hacer un relato equilibrado de la militancia peronista en un momento y situación muy preciso: una interna política en una agrupación de Capital, en el medio de la crisis con el campo. Y la hago (por lo las devoluciones que tuve) con conocimiento del paño y sin mala leche. Por esa razón me hicieron reseñas y entrevistas en medios militantes como Revista Kamchatka, Radio Gráfica, FM Boedo, Radio La Bancada o Panamá Revista, o me brindaron espacios para presentarlo, como el stand de UPCN en la Feria del Libro. Por lo general, les llamaba la atención que exista una novela que se metiera de lleno en la militancia kirchnerista, saliendo del relato lavado de 678 y también del discurso ultra opositor de Clarín.
Desde ya, a otros les gustó porque los hice aparecer como personajes. O incluí alguna anécdota suya. La novela tiene mucho de eso, es una construcción colectiva. Se nutre de la experiencia militante de compañeros y compañeras y hay mucho dirigente “encubierto” del peronismo porteño y nacional.
APU: ¿Estableces alguna relación con El estudiante, la película de Santiago Mitre?
VZ: Tiene puntos de unión, en su realismo, por ejemplo. Sin embargo, la película de Mitre es sobre la militancia radical, de Franja Morada. Se nota, las agrupaciones universitarias que aparecen no tienen contacto con referentes territoriales o con los gremios. En el peronismo se superponen todos los niveles, uno puede ser consejero estudiantil, asesor de un diputado, delegado gremial y referente de una unidad básica casi al mismo tiempo, o, por lo menos, tener puentes con todos esos sectores. En El estudiante la militancia universitaria es una isla. Apenas si tienen una reunión con un asesor del Ministerio de Educación en algunas escenas. Además, le falta mística, es rosca sin contenido ni pasión. En eso se compara con Entre Caníbales, son esas ficciones que transpiran el prejuicio tácito de pensar que todos los políticos son unos cínicos que no creen en nada. La producción de Campanella es, por mucho, lo peor que vi, encima pretendía haberle “encontrado la vuelta” al peronismo, creyendo que eso significa personificar a un intendente corrupto y una masa de votantes idiota y vacía, que hace seguidismo de un líder más inteligente y siniestro. Además de gorila, es una visión pobre y básica no solo del peronismo, sino de la política argentina.
Creo que Fuego Amigo tiene más puntos en común con El Puntero, la mejor ficción política que vi. Ahí hay militantes más reales, con inquietudes y contradicciones más profundas, la mayoría de ellos con buenas intenciones, pero que operan en una realidad que siempre es compleja, sinuosa, turbia, a veces violenta. En lo literario, Fuego Amigo se inspira en Los Reventados de Jorge Asís, o en No habrá más penas ni olvidos, de Soriano. También, se me ocurre, en el clima de novelas como El vuelo de la reina de Eloy Martínez o La fiesta del Chivo. Pero, en líneas generales, la práctica política -la militancia, las operaciones, la rosca- es un mundo poco explorado por la literatura argentina. En ese sentido, la construcción de Fuego Amigo tuvo más de periodístico, de sentarme a hablar con los compañeros.