La radio y su onda extraterrestre
Por Daniel Mundo | Ilustración: Nora Patrich
“A los que pretenden detener
el poder del idealismo”
Ch.G.
Sobre el final de la dictadura, en mi adolescencia, había un programa de radio comandado por dos tipos que en aquel entonces eran inteligentes y se llamaban Martín Caparrós y Jorge Dorio: Ensueños de una noche de Belgrano. Se transmitía por radio Belgrano, los viernes a las 00:00 horas. Sus mensajes eran estrambóticos y sorprendentes. Nos reuníamos con compañeros a escucharlos en grupo. Su último programa, cada vez lo recuerdo con más tristeza, fue sobre zoofilia. Eran mensajes realmente extraterrestres para un pibe que vivía en una familia que levantaba quiniela clandestina y no leía libros de papel, que eran los únicos libros que existían en ese momento.
Desde muy temprano los extraterrestres eligieron la radio para emitir sus mensajes. Podría empezar con las confesiones de Orson Wells, disculpándose por el programa que había hecho en 1939 sobre La guerra de los mundos y la invasión marciana a la tierra, que llevó a varios de sus compatriotas a suicidarse (a los pocos años serían millones los que seguirían ese destino). Wells dijo que esa noche él y todo el equipo de producción habían sido hipnotizados con métodos que nosotros no entendemos, y que una voz autoritaria le dictó palabra por palabra todo lo que tenía que decir. Esa voz hablaba en un inglés raro, como el que pronunciaban esos indios incultos en los westerns. Wells estaba seguro que eran marcianos. Ya senil, muchos años más tarde, desmintió esto y dijo que seguro habían sido los alemanes antes de invadir Polonia.
Después está el caso del famoso neurocirujano al que se refiere Kurt Vonnegut en su novela Barbazul. Unas horas antes de morir parapléjico, este neurocirujano le escribió a su mujer (que es la que cuenta la historia) que los seres humanos teníamos en nuestro cerebro un aparato de radio: “Yo arreglaba radios”, escribió como pudo en un papel todo arrugado. Ni siquiera muchos años después, cuando relataba este hecho, la mujer comprendía lo que estaba diciendo. Muchas veces el significado de un mensaje no se entiende si no se conoce el contexto.
Justamente es el contexto lo que quería saturar el genio de Williams Burroughs con su proyecto de poner altoparlantes en todas las esquinas y transmitir por ahí mensajes radiales inverosímiles y contradictorios para que la gente comenzase a no distinguir si lo que estaba viviendo era realidad o alucinación. Tal vez Burroughs tomó la idea de esos grandes planificadores de masas que fueron los nacionalsocialistas, que sabían muy bien el poder contenido en ese aparato aparentemente insignificante y minúsculo que es la radio —bue, es un aparato insignificante y minúsculo ahora, en aquella época era un mastodonte enorme, carísimo y que no todas las familias tenían.
En nuestro país hay dos grandes hitos que relacionan a la radio con los mensajes extraterrestres. El primero tiene como protagonista a Charly García. En uno de los recitales que hizo por su 60 aniversario, Charly le hizo leer a Juan Alberto Badía un relato en el que cuenta cómo hicieron los extraterrestres para dejar embarazadas a todas las mujeres de Paso del Rey. Los extraterrestres descendieron a la tierra interfiriendo la onda radial y se materializaron en ese lugar emblemático de la provincia de Buenos Aires. La heroína que los sintonizó se llamaba Sei, y tuvo que conectar su radio a transistores en el viejo combinado ortofónico para descifrar lo que veía. La señal distintiva de estos extraterrestres consistía en levantar la mano derecha con un brazalete SNM (todo hay que decirlo, en un gesto muy parecido al de los nazis) y pronunciar estas palabras: "klatú-brarcta-nikto". Pero estos extraterrestres, a diferencia de los nazis, eran muy cool y buena onda y no querían matar a nadie, sino que deseaban que todes nos amaráramos y aceptáramos tal como somos, seres imperfectos y atrofiados. Charly recomendaba que si se veía a alguien diciendo estos sonidos: "klatú-brarcta-nikto" y levantando la mano, lo dejáramos entrar en casa tranquilamente porque nada malo podía ocurrir.
El otro hito tiene que ve con mi mamá. Unos años antes de morir había empezado a tener sueños en los que unos seres no identificados le mandaban mensajes cifrados por radio. Mi vieja discutía que no eran sueños. Que ella se levantaba a la noche, prendía la radio y una voz muy dulce le hablaba en un idioma desaparecido, el yugoslavo (bah, no sé si es un idioma desaparecido, lo desaparecido es el país, Yugoslavia, de donde era mi abuela). Mi mamá, que no entendía el yugoslavo, descifraba con naturalidad lo que le transmitían, y cuando yo la visitaba me contaba lo que le habían pedido los extraterrestres. Por lo general eran cosas sexuales y escabrosas. En uno de sus últimos relatos me dijo que había descubierto que mi nona no había tenido Alzheimer, como había tenido, sino que en realidad los extraterrestres le hicieron perder el rumbo, y cuando le pedía a mi papá, que era su yerno, que la llevara al otro lado de un bosque para escapar de la invasión italiana en que la iban a violar, no hacía otra cosa que repetir lo que estos tipos le transmitían por radio todas las tardes cuando ella se sentaba al sol, abajo del ciruelo, en el patio de mi casa.