Leer a Horace McCoy (traducido por Walsh; difundido por Piglia)

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    Horace McCoy
    Horace McCoy
LITERATURA

Leer a Horace McCoy (traducido por Walsh; difundido por Piglia)

28 Julio 2023

Horace McCoy (1897-1955), escritor estadounidense que cultivó el género llamado hard-boiled, una de las tantas derivaciones del policial, siempre tiene algo para decirle a la Argentina. Ricardo Piglia, a través de las traducciones de Rodolfo Walsh y Estela Canto, buscó revitalizar, en los 70, a este escritor dándole publicidad a dos novelas que reflejan la decadencia de los años de la Gran Depresión.

Horace McCoy, que “nunca alcanzó la fama de Raymond Chandler o Dashiell Hammett, pero cuyo talento no estaba para nada lejos del de ellos”, según anota Lee Server en su Encyclopedia of Pulp Fiction Writers, pertenece a ese grupo de escritores norteamericanos que encontró mayor reconocimiento en Francia que en su patria. Y no solo, en el caso de McCoy, por su literatura: recibió, en tierras galas, la Croix de Guerre por su participación en la Primera Guerra Mundial, de la que además se llevó en la carne algunas balas.

Después de la Guerra, ya reinstalado en USA, ejerció muchos de los oficios del escritor yankee de entonces: reportero de policiales y deportes, actor de teatro, escritor de ficciones detectivescas en revistas. La Black Mask fue la que disparó su nombre: publicó en sus páginas más de 15 casos del detective Jerry Frost, luego compilados en libro (The Complete Black Mask Cases of Jerry Frost).

La Gran Depresión lo arrancó del mundo editorial y lo envió, con la ilusión de volverse un actor de renombre, a Los Ángeles. Porca miseria: ahí, cuenta Server, “tocó fondo, durmió en callejones y en bancos de plazas”. En este período, además, trabajó de patovica en una maratón de baile en Santa Mónica, “uno de esos espectáculos siniestros que fueron el equivalente, en los tiempos de la Depresión, a las riñas de osos: gente desesperada dispuesta a bailar hasta caerse del cansancio y de la fiebre por unos pesos”, detalla Server. De estas experiencias sacó la materia para las dos novelas que Ricardo Piglia, unos 40 años después, publicó en Argentina a través de la editorial Tiempo Contemporáneo.

McCoy, de ser argentino, habría sido un excelente letrista de tango. Tanto en ¿Acaso no matan a los caballos? (vertida al castellano por Estela Canto), su gran éxito, como en Luces de Hollywood (traducida por R. Walsh), las dos publicadas en los 30s, desfilan sabihondas y suicidas y milonguitos amurados. La ciudad –siempre Los Ángeles– promete mucho y solo quita; engatusa con falsas promesas –magnificadas en revistas y en salas de cine–, mientras se abre como una flor cuyos dientes asoman de a poco esperando a dar el mordisco. La única verdad, descubren sus personajes, es la mentira. Las mujeres lo saben y lo advierten, pero los hombres, hijos del rigor, prefieren dársela contra la pared. La ilusión y la inminencia del éxito esconden únicamente la derrota; el retorno al hogar, reverso del sueño, cosquillea la mente de los personajes constituyéndose como el gran fantasma (“la casita de mis viejos” aparece como el símbolo máximo que el vencido busca evitar a toda costa). Llegan del Sur, escalando peldaños hechos de humo hacia una cima que se aleja invariablemente, y su caída, anticipada desde la primera página, es estrepitosa.

En 1948, publicó la que Server considera su obra maestra: Kiss Tomorrow Goodbye, adaptada casi de inmediato al cine. Algunas novelas más, además de relatos cortos y guiones de cine, completan su obra, trabajos, todos ellos, de éxito relativo. En sus últimos años, contrajo una enfermedad del corazón que lo terminó matando en 1955 –año también significativo para la Argentina y el tango–, dejando en vida cuentas pendientes, especialmente consigo mismo, igual que sus personajes.

(*) Agradezco a la Biblioteca del Club Somisa que me permitió acceder a los ejemplares de las novelas mencionadas y a Rocío Muiño que siempre me lee.