¿Los cariocas? No, señor, los mejores carnavales son los de Asendog
Por Norman Petrich | Foto: Claudio Luna
Parece ser que el supuesto hijo no reconocido de Felix Luna no la pasó tan mal el tiempo en que estuvo perdido en Asendog y encontró la oportunidad de verificar in situ los desquicios ocasionados por los húsares de Momo en esas tierras, algo que pudo denominar como “nunca visto” y que lo llevaron a repensar los orígenes de esta muestra de cultura popular.
Si te digo carnaval apretá el pomo
Con los días de calor llegan a Asendog los sonidos de percusión, los bailes y el frenesí del carnaval. Uno bien diferente, lleno de picardía, alcohol y diversión como sólo este pueblo puede ofrecer. El carnaval nace del terrible estigma que condena a los asendogenses a rivalizar por todo. Parece ser que algunos habitantes de la localidad se enteraron de que ciertos conciudadanos tenían las buenas intenciones de crear una comparsa y, basándose en la seguridad de que ellos podían hacerlo mejor, crearon otra. A pesar de que esta versión proviene de fuentes fidedignas no hay que desestimar lo dicho por las malas lenguas, quienes afirman que ambas comparsas nacieron pura y exclusivamente de la envidia. Lo cierto es que, año tras año, los carnavales fueron creciendo en colorido y belleza hasta llegar a convertirse en el espectáculo de mayor atracción de la región. Desde mediados de enero hasta el último fin de semana de febrero, los excesos y la felicidad de la corte del Rey Momo (majestad ficticia a la que se rinde homenaje en los corsos a través de un gigantesco muñeco, el cual es inmolado la última noche del carnaval) recorren las calles del pueblo. Durante ese período la localidad se divide tras los estandartes de las comparsas Malibá y Mabarú. Si bien la fiesta se lleva a cabo en el verano los trabajos empiezan con mucha anterioridad, a mediados de año, cuando los diseñadores bocetan los trajes y espaldares y los coreógrafos y dirigentes de cada institución eligen el tema y los bailes a representar. Desde esa fecha hasta el comienzo de los carnavales intentarán ocultar todo movimiento a los ojos de la comparsa rival. Los bocetos son vistos nada más que por las personas de mayor importancia en la institución, y los ensayos de las coreografías (que comienzan en noviembre) se realizan en sedes que evitan cualquier mirada indiscreta. Toda esta precaución resulta vana ya que siempre hay un primo que se convierte en espía sin saberlo o un integrante que estira la lengua con obvias intenciones de fanfarronear (creo que ya ha quedado bien demostrada la facilidad con que los asendogenses se inclinan hacia la competitividad y, aún con más fervor, al chusmerío)
Todos concuerdan en que la anécdota más jocosa le ocurrió al “Negro” Zamudio. La mejor forma de contarla es usar sus propias palabras e imaginar que es él quien lo hace: “Estaba desfilando en la pasada de los disfrazados y las carrozas, antes de que lo hicieran las comparsas -dice- vestido de muciégalo. En un momento en que hacía morisquetas para los chicos del público, vino ‘Penao’ González y paró el tractor con el que tiraba una carroza sobre mi pie derecho. Muciégalo aleteaba y aleteaba del dolor y ‘Penao’ fumaba y chupaba arriba del tractor sin darse cuenta y el señor Rey, que animaba los corsos, decía por los parlantes: ‘avance muciégalo, no detena el epetáculo”.
Uno que se las trae es “Meki” Gauna, hermano del “Ruso” y famoso percusionista, quien milita en las filas de la comparsa Mabarú. Los entendidos aseguran que Gauna es tan buen músico que cuando desfila tocando su redoblante es capaz de arrojar los palillos al aire, secarse las gotas de sudor que cubren su rostro y atajarlos cuando descienden para seguir tocando sin llegar a perder el ritmo ni por un segundo.
Lo cierto es que jamás toca bien estando fresco, siempre necesita (utilizando sus propias palabras) un buen incentivo. “Meki” ostenta la fama de tener mal carácter si no recibe dicha motivación. A tal punto llega su mal humor al no ser atendido como requiere que amenaza a los dirigentes de la comparsa a los gritos de: - ¡Deme vino o mato un viejo! Si bien nunca llegó a cumplir dicha amenaza, los organizadores del evento jamás lograron que al realizar su pasada la scola do samba mabarunense, las personas mayores ubicadas en los lugares más cercanos a la pista no huyeran despavoridas ante la cercanía de Gauna.
Las malas lenguas acusan a los dueños de los bares de realizar turbios hechizos y macumbas para lograr que a la hora de los corsos llueva porque, si esto sucede, los organizadores se ven obligados a suspenderlo. Entonces los asendogenses, malhumorados por dicha situación, concurren en forma masiva a estos antros para gastar la plata de la entrada y algo más, buscando sacarse el gusto amargo que les deja la ausencia del carnaval con una buena cerveza, que podrá saber amarga pero es cerveza.
¡A tal punto llega el fervor de los habitantes de Asendog por sus comparsas que las mismas cuentan con hinchadas! Sí, como si fuera un partido de fútbol, las graderías se dividen entre los que quieren alentar a Malibá y los que lo hacen por Mabarú. Con banderas, cánticos y aplausos acompañan el paso de su amada comparsa. Cada una cuenta con un locutor quien, desde el escenario principal, invita a ofrecer demostraciones de simpatía a los bailarines y va informando qué representan las distintas formaciones y quienes son sus integrantes. A veces, los roces verbales de estos animadores exasperan los ánimos de las hinchadas, quienes amenazan con enfrentarse a golpes de puños y agarrarse de las mechas. En las primeras épocas los organizadores evitaban que las cosas llegaran hasta ese punto anunciando por los altoparlantes una vuelta gratis de cerveza para todo el mundo. Con el tiempo, el déficit monetario provocado por dichas “vueltas gratis” los llevó a la conclusión de que era mejor dejar que arreglaran sus diferencias en forma primitiva. Ante la protesta de algún pulcro vecino, ellos aducían que estaba más a tono con el evento.
Un hecho destacable nace de la observación del comportamiento de los asendogenses en época de corsos. La fiebre del carnaval produce un cortocircuito en las buenas relaciones de los vecinos, si estos simpatizan con diferentes comparsas. Todo parece normal para la vista de un testigo ocasional que los ve saludarse con suma cortesía cuando uno cruza por delante de la vivienda del otro. Pero es en ese mismo momento que emana el costado sarcástico de los asendogenses, quienes aprovechan el saludo para agregar una broma (del calibre que fuere) sobre algo que se enteraron de la comparseros rivales. Así uno puede escuchar comentarios como: -¿Vio que ayer al “Nito”, ese que tienen ustedes como director general, lo sacaron de una cuneta completamente bebido? ¿Es verdad que le dicen Wolkswagen, siempre con la doble v adelante?
El ciudadano “agredido” soporta la cruel broma, riéndose como si realmente le hubiese causado gracia, al mismo instante que en su cabeza comienza a consolidar el tenor de la burla con que llevará a cabo su venganza, cuando sea el vecino quien pase por el frente de su casa. Esto no quita que, ni bien terminado el carnaval, ambos vuelvan a tener una relación de excelentes vecinos; como si nada hubiera ocurrido o, en el peor de los casos, el sol y las altas temperaturas serán los culpables de tan extraño comportamiento.
Un pasito hacia adelante, un pasito hacia atrás
Desde tiempos inmemoriales la humanidad ha expresado sus ganas de divertirse a través del baile; donde los cuerpos liberados por la música se mueven en forma desencajada y a la vez armoniosa y sensual (esto último, sólo en pocos casos). Los más disfrutados en Asendog son los que se realizan como cierre de los carnavales, donde todos olvidan las diferencias comparseras, mitad por el alcohol y mitad porque la persona de la que están enamorados pertenece a la comparsa rival.
Animados por el famoso conjunto “la superbanda asendogense”, la gente despide los corsos al ritmo de cumbia y polka. Estos eventos se realizan en clubes o colegios. Es así como la cancha de fútbol o el “campito” del instituto educativo se transforman en pista de baile. Según los habitantes de Asendog, uno puede constatar desde afuera si el baile es exitoso o no por la polvareda levantada. Mucho polvo significa mucha gente bailando y, por lo tanto, éxito asegurado. Poco polvo, mejor dar media vuelta y buscar otro lugar donde divertirse. Es en estos lugares donde intentan conquistar su primera novia y conquistan, sin intentarlo, su primera curda. “Tenga cuidado en esos lugares si esta enamorado, porque el amor puede dejarlo sin el sentido de la audición”, nos dice el “Sordo” Frutero, típico ejemplo para estos casos. Parece ser que, en la búsqueda eterna de apagar el dolor provocado por una ruptura amorosa con un buen trago, Frutero bebió hasta caer desmayado. Sus amigos, asustados por el estado de inconsciencia que lo aquejaba, rayano al coma alcohólico o deliriums tremens, le introdujeron la cabeza en unos de los parlantes de sonido para intentar despertarlo, intento que no debía llevar más de algunos segundos. Si usted conoce como ponen de elevado el volumen estos chicos que pasan música y se hacen llamar dee-jay, y lo suma al hecho de que sus amigos, distraídos por la llegada de ciertas bellas señoritas, demoraron cinco minutos en sacarle la cabeza de la caja de sonido, comprenderá por qué a Frutero le dicen “Sordo”.
Seguro usted piensa, como yo, que los mejores caminos para consolidar el éxito de un baile es realizar una buena y agresiva campaña publicitaria o producir algo distinto y nunca visto, invirtiendo grandes cantidades de dinero al mejor estilo Hollywood. Nada de esto resultará satisfactorio en Asendog si no tiene en cuenta la forma de ser de sus habitantes. Y si revisa sus caracteres principales entenderá por qué, cuando se anuncia alguna actividad, como los bailes de carnaval, dicho anuncio cerrará con la inquietante y a la vez atrayente frase “habrá un esmerado servicio de cantina”.
¿Pero que es una cantina? Podría definirla como el espacio físico en que realiza su trabajo la persona encargada de expender bebidas y comida rápida (cantinero) separado del público a través de tablones sostenidos por caballetes. Allí, detrás de los tablones, en tachos de doscientos litros llenos de hielo, esperan cantidades inagotables de cervezas e irán a descansar los últimos rastros de cordura de los asendogenses. Pueden conseguir algo para comer, como un buen choripán, pero eso es sólo anecdótico para ellos.
Estos descendientes menores de los bares son indispensables para que las personas liberen sus tensiones, se relajen y puedan disfrutar del espectáculo al que asisten. Aunque debo reconocer que los habitantes de Asendog suelen relajarse demasiado (y cuando digo relajarse lo digo en el peor sentido de la palabra, o sea, un relaje)
Pero las cantinas tienen costados de suma belleza: hay quienes se arrimaron a ellas para apagar dolorosas penas de abandonos o derrotas en el fondo de cada botella y el sol del amanecer, al ir quitándoles la curda, los halló besándose con la persona que los iba a marcar, como el destino a la palma de la mano, por el resto de sus vidas.
Y déjenme decirles que el hecho de habilitar el funcionamiento de las cantinas lejos está de convertirse en un atentado a la seguridad de los concurrentes. Nunca se han desatado actos de violencia entre quienes, hasta sólo hacía pocas horas, eran acérrimos rivales en las gradas del “Corsódromo”. Las únicas ocasiones en que la bebida ha despertado la furia de los asistentes ha sido cuando ésta se había acabado.